La calle El Conde: sede del comercio informal
- En la actualidad, al observar la infraestructura de la calle El Conde es notorio que muchas de las tiendas de ropas, calzados y otras utilidades se encuentran en mal estado y con una clientela muy reducida. Sin embargo, se percibe una gran diferencia en comparación a los negocios establecidos en la calle, que van desde venta de libros, artesanías, dulces, hasta cosméticos, en los que se pueden ver más compradores.
La calle El Conde guarda similitudes con lo que era cuando nació. Entre estas se incluye ser un espacio donde las personas van a entretenerse y “botar el golpe”.
Esta calle peatonal, antes conocida como Clavijo, tomó su nombre actual del gobernador de la Isla de Santo Domingo, el Conde de Peñalva (1625-1656).
A pesar de los años transcurridos desde su creación, se ha mantenido gracias a los diferentes tipos de comercio que allí se desarrollan y el interés de las personas por apoyarlos.
En su infraestructura actual es notorio que muchas de las tiendas de ropas, calzados, música y otras utilidades se encuentran en mal estado y con una clientela muy reducida. Sin embargo, se percibe una gran diferencia en comparación a los negocios establecidos en la calle, que van desde venta de libros, artesanías, dulces, hasta cosméticos, donde se pueden ver más compradores.
Comercio informal
Además de brindar un recorrido por la historia nacional, la calle El Conde resalta por ser el espacio de personas que deciden buscar el sustento diario.
Muchos se dirigen a esa zona con el objetivo de generar ingresos que sirvan para ganar el pan de cada día, o cumplir con otras metas propuestas que no pueden ser costeadas con un salario normal.
Unos venden libros y otros proponen objetos atractivos para el público que representan la dominicanidad o que pueden ser recuerdos para los turistas, como el Larimar, originario y producido en Barahona. La labor de estos comerciantes inicia aproximadamente a las 8:00 de la mañana y finaliza pasadas las 6:00 de la tarde. Los días son inciertos; algunos generan ingresos favorables y otros, se llevan las manos vacías.
Máximo López tiene más de 35 años vendiendo libros en la Zona Colonial y califica su negocio como algo “lento, pero seguro” e indica que los libros de Historia son los más vendidos.
“El libro es silencioso, pero seguro porque da conocimiento. También es dinero, siempre se vende”, dijo.
La mayoría de las personas que compran libros son estudiantes, según afirma Máximo, pero también muchos turistas visitan El Conde y se acercan a su espacio porque “se interesan en la historia dominicana y en aprender el idioma español”.
En el caso de Juan José López, tiene más de 12 años trabajando en la Ciudad Colonial. Su forma de comercio es a través de un puesto en el que cuenta con objetos realizados con elementos representativos del país a través de llaveros, pilones, platos, tazas… También tiene collares realizados con Larimar.
López afirma que desde el 2012, las principales tiendas que estaban establecidas en la zona se fueron retirando y desde entonces el comercio se ha visto afectado.
“Antes, las ventas eran sólidas, porque había más cuidado y seguridad”, dijo. Pero, ahora, la falta de todos esos factores ha contribuido a disminuir las ganancias.
Juan José asegura que las personas que más le compran son los turistas y describe su comercio como algo no local, y en ocasiones, algunos dominicanos se interesan y se llevan algo.
“Los turistas extranjeros que llegan al país, caminan por El Conde y después compran los regalos que se van a llevar para sus parientes”, agregó.
En su “pequeño negocio”, algunos de los objetos más vendidos López son los que incluyen la piedra Larimar, así como llaveros, monederos y también la Mamajuana.
Ingresos por temporadas y días más movidos
En el caso de los libros, las ventas suelen ser más movidas en temporada escolar, cuando los estudiantes más necesitan la ayuda de ese material educativo.
En cuanto a los objetos típicos dominicanos y otros, la mejor temporada para esas ventas ocurre en verano, una de las estaciones del año en la que llegan más turistas al país, muchos son latinos, que “son los que más apoyan ese tipo de comercialización”. Es importante señalar que con el paso de la pandemia los precios de los productos disminuyeron.
Sin embargo, algunos de los días más productivos son los fines de semana, cuando más personas frecuentan la zona.
Estatuas vivientes
Entre las formas de comercio informal presentes en El Conde, en los últimos años, se han popularizado las estatuas vivientes. Al caminar en la calle se pueden percibir diversas personas que imitan estas figuras estáticas para el disfrute del público, las cuales se mueven o dicen ciertas frases cuando les aportan dinero.
Los individuos detrás de este trabajo son, en su mayoría, profesionales motivados por su pasión por el arte y el afán de dejar una huella positiva en el corazón de quienes los vean. Además, ellos mismos cubren sus gastos de vestuario, maquillaje, transporte y demás necesidades.
Ronald Lizardo es una de estas estatuas vivientes. A pesar de ser actor de teatro, profesor de educación física y emprendedor, dedica las tardes de sus fines de semana a ofrecer mensajes de esperanza y motivación.
Da vida a un hombre con sombrero, quien recita frases motivacionales. “Vengo aquí para llevar un mensaje positivo a las personas, divertirme con el arte y agregar valores”, comentó.
Con relación a la remuneración, compartió que cuando asiste, gana de 300 a 500 pesos diarios, aunque su principal interés no es lo que se lleva monetariamente, sino lo que deja en los corazones. “Si fuera solo por dinero, yo estaría en las actividades de mi profesión”, agregó.
Otro de los individuos apasionado por el arte callejero es Francisco Calderón, quien imita un personaje inspirado en Charlie Chaplin, que se sienta en una “silla invisible”. Se ha dedicado por más de seis años a esta labor, abarcando desde el teatro de calle hasta las contrataciones para eventos.
“Nosotros hacemos un trabajo cultural de información para niños curiosos que preguntan”, afirmó Calderón. A su vez -explicó- este trabajo para él es remunerado, debido a que no tiene que emplearse en otras cosas que no pertenezcan al área del arte.
María Antonia Feliz representa a una estudiante que incita a la educación. Una de las frases que representa su objetivo es: “Si te duermes ahora, soñarás, pero, si estudias ahora, vivirás tus sueños”.
Es una artista urbana. Aprovecha el dinero que recibe para pagar las grabaciones en sus estudios y vídeos musicales. El amor al arte, también ha sido el motor que da vida a su labor en las calles de la Ciudad Colonial.
Adriel Lamarche, de igual manera, simula un jugador de béisbol. Es sordo de nacimiento, pero eso no le ha impedido comunicar un mensaje positivo a la audiencia durante sus ocho años de labor en la zona y 15 en el teatro.
“Lo que me inspiró a venir a trabajar acá fue mi amor por el arte. Asimismo, considero que a la juventud de ahora hay que darle más espacio como la música, el teatro y que deje la delincuencia y practique el deporte, incluidas las personas sordas”, aseguró.
Trabaja en el Ministerio de Deportes, por lo que imitar personajes lo utiliza para “entretenerse y botar el golpe porque al público y a las personas les gusta vincular el deporte con la cultura”.
Otras formas de emprendimiento
Lo visual también es una forma de emprender en la Ciudad Colonial. Son los casos de Grisleidy Montero y Vanessa Castellanos, ambas de 21 años.
Desde hace cinco meses llegan cada domingo con la intención de realizar retratos de personas y del espacio colonial, con precios de 500 pesos en adelante.
Grisleidy y Vanessa, aparte de hacer retratos, también dibujan, pintan, esculpen, realizan murales, dan clases de pintura y son recientemente egresadas de la Escuela de Bellas Artes.
“Como artista, la persona tiene que vivir de sus conocimientos profesionales y esto es algo que nos gusta hacer, además de que nos da beneficios económicos”, aseguró una de ellas.
Montero y Castellanos aseguraron que esa actividad es muy común en el mundo cultural. Cuando fueron estudiantes escuchaban cómo los artistas de último año contaban sus vivencias pintando en el parque, en el Malecón y en las Ferias del Libro. “Es algo que está en los estudiantes de Bellas Artes, unas generaciones van impulsando a otras”.