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Abinader debe dar un paso audaz para cambiar su política exterior

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Felipe CipriánSanto Domingo, RD.

La “política” internacional del gobierno dominicano en los últimos lustros ha sido una especie de caja de resonancia de una parte de la agenda del Departamento de Estado de Estados Unidos, poniendo a un lado los intereses nacionales para mantenerse “frío” con los magnates de Washington.

Fue Leonel Fernández durante su primer período de gobierno 1996-2000 quien mejor impulsó la proyección del país hacia el exterior y lo hizo desde una perspectiva independiente, para lo que contó con la profesionalidad de Eduardo Latorre y un equipo técnico que trabajó con éxito.

La mayor demostración de esa independencia fue materializada el 16 de abril de 1998 cuando el gobierno dominicano restableció las relaciones diplomáticas con la República de Cuba y posteriormente, en agosto de ese año, el presidente cubano Fidel Castro hizo una visita al país donde participó en actos históricos, conversó con líderes políticos y donó a Baní, la tierra natal de Máximo Gómez, un politécnico que es modelo de formación de jóvenes.

Aunque ese paso no fue del agrado de Estados Unidos, la audaz decisión del gobierno de Fernández se consolidó en el tiempo y ha demostrado que ha sido de gran beneficio para el país por el aprovechamiento de las experiencias cubanas en la medicina, el deporte, la cultura y la solidaridad.

Estrecha también fue la relación de los posteriores gobiernos de Fernández con la República Bolivariana de Venezuela liderada por Hugo Chávez, que representó un punto de apoyo importante para el país luego de la crisis financiera y económica mundial destapada en 2008, lo que permitió financiar a largo plazo y bajo interés una parte significativa de la factura petrolera (Petrocaribe) en momento de precios muy altos.

Ambas relaciones se mantuvieron en el tiempo sin que la tirantez de Estados Unidos con esos países enturbiara los importantes vínculos económicos y diplomáticos con Washington, lo que demuestra que es innecesario y sobre todo indeseado, ser vasallos de otras potencias.

Pero la “política” internacional del país se afecta muy seriamente cuando los gobernantes quieren perpetuarse en el poder y consideran que para lograrlo tienen que vivir gritando: Yes, Sir!, a todo lo que agrade a los círculos del poder norteamericano.

Los últimos años han demostrado que ese ha sido un error que el gobierno de Luis Abinader, ahora, debe enmendar y dejar como lección a los próximos gobernantes.

El giro de Danilo Las relaciones dominico-venezolanas fueron tan buenas que el país fue sede en dos ocasiones de negociaciones para llevar paz a la patria de Bolívar.

Primero, por petición de Fernández como anfitrión de la XX Cumbre del Grupo de Río que sesionó en República Dominicana en la primera semana de marzo de 2008, los presidentes de Colombia, Alvaro Uribe; de Ecuador, Rafael Correa; de Venezuela, Hugo Chávez, y de Nicaragua, Daniel Ortega, se pusieron de acuerdo para iniciar un diálogo amistoso que superó graves diferencias surgidas tras la incursión militar de Colombia en territorio ecuatoriano matando a una veintena de guerrilleros colombianos.

Posteriormente, ya en el gobierno de Danilo Medina, se mantuvo la cordialidad y la buena relación con el gobierno chavista y por eso República Dominicana volvió a ser la sede para las negociaciones entre representantes de Nicolás Maduro y los opositores en el año 2017, pero que fracasaron por una orden de Estados Unidos a los opositores venezolanos de que el camino era derrocar a Maduro.

Tras la reelección de Maduro en mayo de 2018, el gobierno de Danilo hizo coro con Washington en el propósito de aislar a Venezuela suspendiéndola de la OEA y ya en enero de 2019 anunció que se sumaba al reconocimiento de Juan Guaidó como presidente encargado de Venezuela.

La tapa al pomo la puso la “reunión” convocada por el presidente estadounidense, Donald Trump, el 22 de marzo de 2019 en Mar-a-Lago, Florida, en la que estuvo Danilo Medina, con la agenda clara de incrementar la presión al máximo para derrocar a Maduro.

Fue el colmo de la diplomacia más errática que se recuerde y una hipoteca gratuita de la soberanía nacional a favor de los intereses norteamericanos, para estar “frío” para la reelección. A pesar de eso, el paso más audaz de la política exterior de Danilo fue el establecimiento de relaciones diplomáticas con la República Popular China el 1° de mayo de 2018, hecho que provocaría una reacción muy contrariada de Estados Unidos.

El resto de la historia ya la sabemos: después de Danilo prestarse a todas esas maniobras norteamericanas contra la nación que acogió a Juan Pablo Duarte, a los luchadores antitrujillistas, la que defendió la democracia amenazada en 1978, el gobierno de Trump le dio la espalda cuando se preparaba para modificar la Constitución para habilitarse para la reelección.

La llamada del secretario de Estado, Mike Pompeo, el 10 de julio de 2019, hizo añicos el nuevo intento reeleccionista y después de entregarse a los deseos de Trump en el continente, ya no tenía moral ni posibilidades de plantar resistencia como en su tiempo lo hicieron Rafael Trujillo y luego Joaquín Balaguer.

Abinader: la misma línea Cuando Abinader llega al gobierno el 16 de agosto de 2020 continuó la política de entrega a los intereses de Estados Unidos, adoptó la retórica de aislamiento de Venezuela reconociendo a Guaidó y activando en el difunto Grupo de Lima patrocinado por el Departamento de Estado y su mascarón de proa, Luis Almagro, administrador de la OEA.

El reconocimiento del gobierno de Abinader a Guaidó duró poco porque los hechos fueron muy contundentes y ya en enero de 2021 el ministro de Exteriores, Roberto Álvarez, informaba que ya no lo reconocían como “presidente” y confiaban en una salida negociada de los opositores con el gobierno de Maduro.

En cuanto a China, el gobierno de Abinader optó por mantener las relaciones, pero limitando las áreas de inversión e influencia del gigante asiático en el país como pedían los norteamericanos. En la ocasión, Abinader declaró sin titubeos que en medio de una nueva guerra fría, su gobierno se alineaba con Estados Unidos por ser el principal socio comercial y por acoger a millones de dominicanos en su territorio.

Ese alineamiento se puso a prueba muy pronto cuando el país no obtuvo las vacunas contra el Covid que contrató con empresas de Estados Unidos y Europa, que las acapararon para sus ciudadanos, y tuvo que recurrir a China para poder vacunar a tiempo a millones de dominicanos.

Sin ser socios privilegiados, los chinos respondieron y Abinader debió aprender que en la hora de la verdad, son los amigos verdaderos los que dan la cara.

Aunque Abinader fue el gobernante de América Latina que más duro reaccionó a la invasión rusa a Ucrania, llamando a Putin “agresor e intervencionista”, y que dio dos viajes a Centroamérica para unirse al coro de la condena a las acciones rusas en Ucrania, cuando fue a la IX Cumbre de las Américas, el presidente Joe Biden lo esperó con una torta pesada de tragar: que acogiera a miles de haitianos y los legalizara, lo que no aceptó y tampoco firmó la declaración final.

Estados Unidos, en el contexto de las sanciones a Rusia, está obligado a eliminar en los hechos las sanciones a Venezuela para que su petróleo salga a los mercados y por eso ya han entablado negociaciones directas enviando delegaciones de alto nivel a Caracas.

Abinader debe ser audaz ahora y no esperar que Washington le “permita” hacer negocios con el petróleo venezolano que está cerquita del país y en cambio recomponer por sí mismo las relaciones al más alto nivel, sobre todo cuando Venezuela se prepara a relanzar Petrocaribe para garantizar el abastecimiento de crudo al Caribe.