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Enfoque

Teología del Papa Francisco

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MONS. JESÚS CASTRO MARTESanto Domingo, RD

La gran clave teológica del Papa Francisco la determina su conciencia y al­cance magisterial. La apues­ta del Papa por una enseñan­za llana y a la vez profunda, arraigada en la tradición y también entroncada con los grandes temas de hoy, se pue­de preciar de su extendida di­fusión y recepción, donde las mediaciones de entendidos y de las estructuras eclesiales parecen no tener otro oficio más que el de sentirse inter­pelados por una enseñanza que ya no está en el conteni­do de lo que dice el Papa, sino en la conciencia del pueblo de Dios teóricamente puesto al corriente de los que enseña el Romano Pontífice.

Su enseñanza es un men­saje poderoso e inquietan­te que concierta el interés, ya no solo de los contextos ecle­siales de gobierno, sino en to­dos los estamentos eclesiales y en contextos extra eclesia­les y de opinión pública. Por eso su magisterio hace justi­cia a la denominación de ma­gisterio universal, porque se puede considerar que sus en­señanzas tienen una preten­sión que sobrepasa la cues­tión eclesial, bien cabría una sosegada tarea de considerar la teología del Papa Francisco como una teología pública.

Teología crítica e interés público Grandes líneas del magisterio pontificio del Papa Francis­co detentan la actualidad de grandes inquietudes científi­cas, intelectuales y culturales del momento actual, como la visión crítica del sistema finan­ciero internacional (Evangelii gaudium 54), la crisis ecológi­ca y el cambio climático (Lau­dato sí), las migraciones, los choques culturales y las grietas sociales (Fratelli tutti 16. 30), la fractura de la institución fa­miliar y la emergencia de nue­vos tipos de familias (Amoris laetitia 41) y una fuerte y de­cidida apuesta por la puesta al día de la comunidad eclesial frente a los grandes desafíos, invitándola a revitalizarse des­de las periferias existenciales (Evangelii gaudium 30).

Es la novedosa enseñan­za que necesariamente se ha de convertir en una cues­tión hermenéutica, en la cri­ba que pasa por hacer dis­tinciones fundamentales y poder así ponerse al co­rriente del mensaje nuevo y desconcertante del evan­gelio que sigue exigiendo odres nuevos para el vino nuevo (Mt 9,17ss). Esta cri­ticidad trasciende lo inter­namente eclesial y se vuel­ve una especie de episteme o lógica argumentativa pa­ra reclamar a la sociedad de hoy un nuevo rumbo que ponga seguros a todos.

Hay argumentos suficien­tes para inscribir la teología de Francisco es la perspec­tiva de la teología pública y probablemente estemos asis­tiendo a un apuntalamiento importante de esta preocu­pación teológica por hacer de los grandes temas de la fe una repuesta elocuente y persuasiva a las grandes inte­rrogantes de la sociedad ac­tual, y así la fe no sea solo una cuestión privada o de la sa­cristía, sino una testimonian­za sapiencial de la vida.

La fe cristiana como sabiduría El magisterio pontificio de Francisco cabalga en la con­sideración teológica de que el discurso cristiano es dialo­gante, propositivo y articula­dor social. Este proceder está en sintonía con la enseñanza teológica de su antecesor Be­nedicto XVI que apostó a ha­cer del testimonio cristiano un interlocutor válido y necesario para la construcción de la so­ciedad, haciendo causa común con la filosofía social de J. Ha­bermas que buscaba vencer el reduccionismo civil según el cual la religión no tenía nada qué decir a las sociedades lai­cas. La teología del Papa Fran­cisco transita un paciente y delicado sendero que va de lo pastoral y catequético a lo testi­monial, personal y directo, ha­ciendo de la narrativa cristiana una reivindicación de lo cató­lico, y su pretensión universal, un ente vital y fresco que ofre­ce una perspectiva desde la cual releer el mundo y auscul­tar en Él las mociones del Es­píritu, la voz de Dios que sigue hablando hoy al mundo.

Esa fuerza testimonial po­ne lo cristiano como una mís­tica especial de vida con la que es preciso entrar en contacto dado su aval sapiencial y mi­lenario en cuya sintonía sigue conectada la Iglesia como or­ganismo vivo que conserva y a la vez transmite la vitalidad del evangelio de Jesucristo. En el fondo es la sabiduría de lo co­tidiano, del santo de al lado, que sigue ofreciendo un valor fundamental que edifica la co­munidad humana, el arte del discernimiento (Gaudete et exsultate 167), distinguir para comprender y vivir mejor.

Teología de la conciencia Es más que obvio que el mun­do actual está más que nunca atravesado de grandes y gra­ves dilemas éticos. La orienta­ción decisiva del ser humano pasa por la tarea de resolver in­contables complejidades que entran en conflicto no solo de intereses, sino de valores diver­sos, donde solo una escucha atenta y juiciosa de la voz inte­rior del hombre puede dar con posibles caminos de resolu­ción. Por tanto, se advierte en las enseñanzas del magisterio del Papa Francisco una decidi­da apelación al santuario más profundo del ser humano, la conciencia, esa ley moral que el hombre no dicta así mismo y que le dictamina acerca de lo que es o no justo (Gaudium et spes 16). Es así como el Pa­pa recupera la centralidad de esta cualidad que se inscribe en la dignidad humana co­mo principio que la reivindi­ca junto a la libertad (Cate­cismo de la Iglesia Católica 1776-1781).

Se apuesta a una resolu­ción de las grandes interpe­laciones humanas desde las personas mismas, invitadas a escuchar la voz de Dios (Sal 27,8; 32,8), mirando su si­tuación particular (Amoris laetitia). La conciencia reco­bra en la teología del San­to Padre un sitial neurálgi­co que invita a entrar en una suerte de saber pausado, pa­ciente y prometedor, en el que continuamente las per­sonas son invitadas a pensar en su autonomía más huma­na y profunda, la que viene determinada por la concien­cia moral.

El discernimiento, una ca­tegoría clave en la espiritua­lidad ignaciana, es tal si la conciencia personal y bien formada entra en juego, y siempre se está discutiendo acerca de lo que Dios pide y quiere como voluntad suya, de aquello que lo aparenta o que lo opone (Meditación de las dos banderas).

Una eclesiología del sensus fidelium Siguiendo este orden de cosas puede concluirse que la teo­logía de Francisco aterriza en una eclesiología del sensus fi­delium, categoría según la cual la comunión de fe y culto de todos los bautizados es la rea­lidad última de interpretación de la Palabra y los signos de los tiempos, gracias al don del Es­píritu que asiste a quienes per­manecen fieles a Dios dentro de la Iglesia. Este sentido de la fe entendido desde el pueblo de Dios está a la base de su ac­tuación magisterial entendida como un sensus fidei que reside en la sinodalidad de toda la Igle­sia.

Este espíritu distintivo de la vida eclesial busca ser un germen de entendimiento entre los diversos actores que componen la sociedad, así la fe cristiana está cumplien­do su rol social de colaborar con el bien y edificación de la comunidad humana. Por es­tas líneas escuetas es que nos atrevemos a inscribir la teolo­gía del Papa Francisco en las pretensiones de la llamada teología pública.

El autor es Obispo de La Al­tagracia en Higüey

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