“Soy el fruto de un incesto y no sé si fue mejor nacer o haber sido abortado”
El relato de esta historia lo hace un joven que es hijo y nieto de su propio padre. Su madre lo tuvo cuando tenía 17 años porque su mamá la obligó a “parirlo”. El agresor murió en la cárcel por otro delito de violación.
Esta conversación pudo no haberse dado. Una porque el protagonista de esta historia no estaba seguro de hablar del tema, y otra porque quien la escribe no quería escucharla y mucho menos, contarla.
Finalmente se hizo posible. El drama es fuerte. No es aconsejable leerla, pero es una realidad. Él está a punto de cumplir 24 años, “pero parezco de 40”, dice él. Es el fruto de un incesto y está consciente de ello. Su mamá se lo contó cuando él cumplió 18 años.
“Yo tenía muchas preguntas. Siempre las tuve. No me explicaba por qué tenía solo el apellido de mi abuela, por qué no conocía a nadie de mi familia por parte de mi papá, por qué ella como que no me quería, por qué mi abuela era la que andaba conmigo pa’arriba y pa’abajo”. Las lágrimas concluyeron sus interrogantes, y las respuestas que hoy tiene no han aliviado su dolor.
Pocas personas saben que carga con el peso de ser el hijo y el nieto de su padre. “Soy el fruto de un incesto y no sé si fue mejor nacer o haber sido abortado”. Enmudece y mira hacia arriba para no volver a llorar. “Pa’que tú tengas una idea, yo no sabía lo que era eso de incesto. Después que mi mamá, de tanto preguntarle lo mismo, me dijo la verdad fue que yo comencé a buscar sobre ese tema. Claro, después de dar muchos gritos. Me pasaba el día entero buscando en Internet y aunque no lo creas, eso me ayudó, me di cuenta que yo no era el único”.
Hace un aparte y con amabilidad ofrece un café o refresco. Aceptado el brindis llamó a la señora para que colara el café. “Ella prepara un café jevi”. Con este comentario le quitó pesadez a la conversación. Se acomoda los botones de su camisa de cuadros azules que amenazaban con delatar que está pasado de libras. “He aumentado de peso en la pandemia, pero voy a bajar ahora porque duré un tiempo trabajando en la casa”. En esta ocasión sonríe.
¿Qué trabajas? Había que preguntar. “Yo trabajo en una compañía que brega con dispositivos electrónicos. Sabes, a mí me gusta todo lo que tiene que ver con tecnología”, respondió dispuesto a seguir contando sobre ese aspecto. Era notorio que estaba evadiendo el tema que lo acongoja. Había que buscar la manera de reintroducirlo. ¿Y en tu trabajo conocen tu historia? “Nooooo, jamás. Me muero yo. Usted no se imagina lo que me ha costado a mí aceptar mi situación”. Vuelve el llanto. No pudo disimularlo.
Como responsable de su avance para deshacerse de “esta cruz” señaló a la persona que ha contribuido con LISTÍN DIARIO para desnudar esta realidad que sí existe en el país, con más intensidad de lo que se pueda imaginar.
Lo que imaginaba Antes de enterarse de la verdad, por su mente pasaban muchas cosas. “Desde chiquito, yo me ponía a pensar en que mi mamá era diferente, no era como las demás que siempre se preocupan por sus hijos. Ella siempre estaba como en el aire. Y recuerdo que cuando yo tenía como seis o siete años ella intentó suicidarse y mi abuela la llevó al médico y le limpiaron el estómago. Yo siempre creí que había sido por mí”. Calla y en la calma parece buscar otros elementos de los que guarda de aquella infancia marcada por el desamor de su mamá.
Iba a la escuela como todos los niños, aunque siempre le gustaba estar solo. No sabía por qué, pero cuando se aislaba sentía tranquilidad. Así no veía a sus pocos amigos con su familia, y lo mejor, no tenía que responder sobre el por qué su mamá nunca iba al centro educativo ni a llevarlo ni a buscarlo.
Con esta parte no hubo necesidad de usar comillas porque fue un punto en el que abundó para volver a escapar del compromiso que había aceptado de contar ese secreto de su vida. ¿Tus profesores se preocupaban cuando te aislabas? Dijo: “A veces, pero les decía que me gustaba estar solo. Y cuando me preguntaban por mi mamá, les decía que vivía con mi abuela, que era cierto, o que es cierto”.
En efecto es así. Fue en una pequeña terraza de la casa de su abuela donde se realizó esta conversación que desgarró el alma. Deleitarse con las plantas que adornan el espacio ayudó bastante a evitar que las lágrimas echaran a perder el trabajo.
“Sufro desde que tengo uso de razón” El joven que en abril cumplirá sus 24 años, lleva según sus cálculos, alrededor de 20 años de tortura. “Yo sufro desde que tengo uso de razón. Desde pequeñito entiendo yo, porque creo que ni de bebé, mi mamá me dio un poquito de amor, y la entiendo. Ese señor que, aunque duele, era mi papá y mi abuelo, le tronchó la vida a ella, y a todos. Porque si hablamos de lo que ha sufrido mi abuela, no acabamos hoy. Tuvo que hacerse cargo de mi mamá y de mí”. Fue el momento en que más lloró.
Así entre sollozos siguió diciendo: “Eso es lo que más me duele, porque es que fue mi abuela que la obligó a tenerme, a veces creo que por eso es que ella me quiere y me cuida tanto, pero hay día que, de verdad, me hubiese gustado no nacer”. No pudo seguir hablando ni los demás preguntando.
Escribir sobre esto también duele. Es como reencontrarse de nuevo con ese joven que ha batallado durante toda su vida con un trauma que ni “las maripositas” en el estómago que siente ahora por su enamorada, logran superar.
¿Y es cierto que tienes una novia? Se le preguntó para bajar la intensidad a uno de los momentos más difíciles de la entrevista. Más calmado, sonríe aun entre lágrimas y con la cabeza acierta. Espera unos segundos y comenta: “Estoy tratando a alguien porque después que recibo la ayuda de mi señora aquí, me he propuesto rehacer mi vida o, mejor dicho, hacer mi vida”. Lo dijo mirando a la sicóloga que acompañó al equipo.
SEPA MÁS Las heridas No culpa a su abuela por haber nacido, pero en ocasiones tampoco se lo ha agradecido. “Mi mamá no me abortó porque mi abuela no sabía de quién era el embarazo y la obligó a tenerme. Cuando nací, fue que ella le dijo la verdad a mi abuela. Ahí, según ella me contó, porque ya ese tema no se habla, fue que mi mamá le dijo la verdad. Mi abuela lo botó de la casa, él se fue, después cayó preso porque según decían, violó a una menor. Ahí, gracias a Dios, y que perdone Dios, lo mataron”. No se siente mal por el comentario.
Su mamá sufre de depresión y pocas veces sale de su cuarto. Esto se pudo constatar durante el tiempo de la conversación. Nunca fue vista. Ella también recibe terapia.
La abuela tuvo dos hijos. El primero murió cuando era un niño, y solo se quedó con la madre del protagonista de esta historia. “Yo soy su otro hijo, por ella estudié, aunque sean cursos técnicos; aprendí a tratar a mi mamá, y nada, aquí estoy intentando librar esta batalla”. Concluye con un ademán que denota su deseo de liberarse de estas cadenas que lo atan a un pasado desolador.