Enfoque El dedo en el gatillo
En defensa de Emilio Zola
La Francia del siglo XIX mostró continuidad cultural. La literatura encendió las artes y la música. Nombres como Gustave Flaubert, Honore de Balzac, Alphonse Daudet, Guy de Maupassant , los hermanos Goncourt y Paul Alexis, entre muchos otros, daban de qué hablar. Todos eran amigos de Emilio Zola (Paris, 1840-1902), un escritor formado en librerías. Había abandonado sus estudios de bachillerato para no ser una carga familiar. Y jamás volvió a sentarse en un pupitre.
A los 31 años, deslumbrado ante las novelas de Balzac, ideó un proyecto similar a la “La comedia humana”. Intentaba dibujar la historia natural y social de una familia bajo el segundo imperio. Con el título de Rougon-Macquart, publicó unas 20 narraciones, algunas muy aclamadas por sus índices de venta como “Naná”, “Germinal”, “La taberna” y “Teresa Raquin”. Ese proyecto le otorga el liderazgo de un movimiento singular, bautizado “Naturalismo”. Quienes lo secundaron eran autores de tercera categoría.
Las novelas de Zola no fueron un dechado de virtudes estéticas. Carecían de orfebrería; su lenguaje era más sociológico que libresco. Sus personajes surgían de sectores marginales. Sus historias, siempre conducían a la redención o al fracaso frente a las injusticias sociales. No abundaba en los vericuetos del ser.
Desde la joven devenida en libertina por su falta de perspectiva humanista, hasta el obrero de las minas aglutinador de voluntades contra propietarios inescrupulosos aquellas novelas eran el grito en busca de una salida popular a tales atropellos.
Era, en síntesis, lo que el propio Zola consideró como «novela experimental», una narrativa dedicada a explicar las causas de los males sociales desde postulados positivistas. De ahí que la novela naturalista tuviera como centro el examen de la sordidez y de las lacras sociales. Su propósito era provocar el escándalo en determinado contexto, sin fijarse mucho en la hondura de sus personajes ni en el nivel de su escritura. Y lo logró durante unos 20 años.
Si Balzac logró captar el alma de Francia a través de personajes multicordes, llenos de colores y conflictos internos, Zola se propuso la pincelada externa, la mirada “natural” de oprimidos contra opresores, el discurso ético y el sufrimiento popular por encima de la implicación creativa. Eso puede explicar que en este nuevo contexto las novelas de Balzar, y Flaubert, así como los cuentos de Maupassant acusen niveles de reimpresiones superiores a los textos de Zola.
Su grandeza
La importancia de Emilio Zola sobrepasa la literatura. Su vocación de justicia y su defensa a las libertades individuales lo consagran. Ninguno de los literatos de su tiempo pudo tan siquiera igualar su hazaña a pesar de escribir libros mucho más celebrados que los suyos.
Desde 1897, Emilio Zola se implicó en la defensa del capitán Alfred Dreyfus, un militar francés, de origen judío, culpado de espía.
El escritor lo defiende a rajatabla. Y apoyó la causa de los judíos franceses. Publicó varios artículos, bajo la conocida frase “la verdad está en camino y nadie la detendrá”. El gobierno lo tiene en la mira. Por sus escritos, sufre el vejamen y la bulia. Pero esas ofensas solo determinaron el ascenso de su reclamo a favor a Dreyfus. La publicación de una carta al Presidente de la República con el título de “Yo acuso”, en la primera plana del diario La Aurora, en 1898, tuvo una tirada de trescientos mil ejemplares. Su escrito fue considerado como un libelo. Ante la presión social, la justicia no tuvo más remedio que acudir a una farsa: revisar el proceso de Dreyfus. Pero como aquel juicio no tuvo éxito alguno, el verdadero traidor, el comandante Walsin Esterhazy, fue absuelto en un Consejo de Guerra el 10 de enero de 1898.
En otro proceso al vapor por los supuestos delitos de difamación e injuria, Emilio Zola fue condenado a un año de cárcel y a una multa de 7500 francos, que pagó su amigo y escritor Octave Mirbeau.
Para no ir a prisión, Zola se exilió en Londres. A su regreso, un año después, reunió en el diario La Vérité en marche sus artículos sobre el caso Dreyfus.
Se emitió una sentencia que anuló el juicio de 1898, sin reenvío para realizar uno nuevo. Se acordó la rehabilitación del capitán, decisión inédita y única en la historia del derecho francés. Tras su reinserción en el ejército, a Dreyfus se le otorgó el cargo de comandante.
Su estoicidad ciudadana consagró social y políticamente a Emilio Zola. Pero ya nada quedó de aquel escritor “naturalista”. Su final no fue feliz: estaba en la ruina. Sus pocos bienes fueron intervenidos. Fue también atacado por medios muy influyentes y, ante ello, nada pudo hacer.
Murió como los inmortales: solo y olvidado. El misterio de su muerte está aún sin resolver. Unos alegan el suicidio, y otros el crimen. Pero ese es un tema ajeno al mundo literario. ¿O no?.