ENFOQUE

España en los tiempos de COVID-19: La incuria de un Gobierno

El Gobierno del Reino de Es­paña fue pun­tualmente ad­ver t ido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) de la importancia de la pande­mia del COVID-19 en los últimos días de enero. Es más, esa emergencia sani­taria mundial fue la por­tada del diario que dirijo el 31 de enero. Incluso an­tes, ya habían cruzado su­ficiente información al res­pecto. Pedro Sánchez, el hombre que ocupa la Pre­sidencia del Ejecutivo es­pañol, prefirió no prestarle mucha atención, asesora­do por sus cuatro vicepre­sidentes y sus veintidós ministros. Al fin y al cabo, era una gripe más, sobre la que exageraban los exper­tos. Lo prioritario en aquel momento de España era desenterrar a Franco pa­ra trasladarlo a una tumba de su familia y, sobre todo, imponer el paradigma fe­minista y celebrar en más de cien lugares de Espa­ña las manifestaciones del 8 de marzo. Debía quedar claro que solo la izquierda entiende y defiende a las mujeres, otro mantra de su presunta superioridad moral, que se tropieza un día sí y otro, también, con su pésima capacidad para relacionarse con la reali­dad más tozuda.

Transcurrido un mes de aquella demostración de ideología tóxica fren­te a las necesidades reales de los ciudadanos, el dato objetivo en España es que, a fecha de hoy, sumamos más de 17.000 muertos a consecuencia de la pési­ma gestión que el Gobier­no ha hecho de esta crisis sanitaria. Está claro que era predecible y aún resulta más evidente que la gestión del Ejecutivo socialcomu­nista ha sido un desastre. Cabría esperar que el presi­dente entonara el mea cul­pa e hiciera un ejercicio de autocrítica, pero pierdan to­da esperanza: a Sánchez le adornan pocas virtudes que podamos vincular con la fi­bra y el credo democrático que se le suponen a cual­quier gobernante elegido li­bremente por los ciudada­nos. Demuestra, eso sí, una actitud altiva y arrogante con la que debió de nacer, ya que no se le conoce méri­to alguno en la vida intelec­tual, social o política de Es­paña.

No habrá, por tanto, asunción de responsabili­dades ni petición alguna de perdón. La culpa es de to­dos los demás. De la oposi­ción, por osar censurarlo; de los medios de comunica­ción, por pretender formu­lar preguntas libres y per­tinentes; de los gobiernos autonómicos, por intentar comprar material sanitario; de los chinos, por colarnos test defectuosos; de los ex­pertos en salud pública, por no advertir a tiempo… De todos, menos suya.

Ahora ha encontrado un nuevo enemigo: la UE. Ale­mania y Holanda se niegan a pagar los despilfarros pre­supuestarios de la izquierda populista española. No les falta razón a los socios eu­ropeos. En España e Italia se ha gastado el dinero pú­blico por encima de nues­tras posibilidades y aho­ra resulta que no tenemos margen para endeudarnos, cuando nos hace falta de verdad ante una crisis eco­nómica devastadora y una sangría de muertos que no nos da tiempo a asimilar ni nos permiten llorar. El de­sastre que se nos viene en­cima urge de políticas pú­blicas y fiscales ambiciosas. Pero muchos, entre los que me cuento yo, tememos que los socialcomunistas apro­vechen la coyuntura pa­ra colarnos un programa de mayor estatalización de la economía española. En definitiva, volver a las fra­casadas políticas del pasa­do siglo, por las que tanta querencia manifiestan los populistas que ahora go­biernan España. De todos modos, dejemos las cuentas para una próxima entrega y centrémonos en la catás­trofe humanitaria que aho­ra mismo padece España, al igual que Italia, Francia o el Reino Unido, por no hablar de Estados Unidos.

En relación con España, conviene saber que el actual Gobierno no hizo la previ­sión necesaria, ni quiso ver la pandemia, ni se preparó con la adquisición de ma­terial. Su gestión fue, y si­gue siendo, una colección de palos de ciego. Entre la larga lista de negligencias, sobresale la falta de mate­rial sanitario, especialmen­te test, mascarillas y respi­radores. Todavía hoy no se ha logrado que China envíe material homologado, a pe­sar de haber desembolsa­do centenares de millones de euros en esas compras. Claro que, como escribí en líneas anteriores, para Sán­chez, la responsabilidad siempre recae en los demás. Por ejemplo, los expertos en salud o los virólogos sa­ben de virus y de contagios, y de curaciones y de muer­tos, pero no tienen por qué estar formados para deci­dir sobre situaciones políti­cas, en ocasiones muy com­plejas, cuyas consecuencias pueden causar males tan graves como el propio CO­VID-19. Inquieta ahora mis­mo en España la falta de li­bertad, con un Parlamento cerrado que no controla a un Ejecutivo tomando me­didas por la puerta de atrás. El regreso a la normalidad es un clamor, pero ya no so­lo por el hastío que el con­finamiento pueda generar en la ciudadanía, sino por el deterioro de la democracia en todas sus vertientes.

Una sombra de incerti­dumbre y muerte sobrevue­la Europa. Las autoridades sanitarias tratan de encon­trar la solución a los conta­gios, con la vista puesta en el modelo de Corea del Sur. Buscan demostrar que un sistema hospitalario ejem­plar, como es el español, po­see musculatura suficiente para superar el colapso ac­tual. Sin embargo, los po­líticos, mientras tanto, tra­tan de escapar del desgaste ante la opinión pública, así como de diluir responsa­bilidades. Por ello deciden precipitadamente y sin fun­damentos, toman medidas que no resuelven proble­mas o los empeoran, pero que a corto plazo redimen a los gobernantes. Su corola­rio final tiende siempre a la exculpación: “Ni mis manos ni mi cabeza tiene nada que ver con este desastre”.

Sánchez ha tomado la costumbre de arengar al país con sermones semana­les de más de una hora, en horarios estelares de la te­levisión y en fin de semana. Un remedo malo de Castro y Chávez. Los españoles ya aborrecen ese momento. El líder socialista, encadena­do obviedades, les ha des­cubierto a los españoles que viven en un gran país, que bajamos el consumo de hi­drocarburos estos días de confinamiento y que inter­net, gracias a la fibra ópti­ca, ha sido muy utilizado. Lo que no nos cuenta es la razón por la que la guerra contra el COVID-19 no co­menzó hasta pasado el 8 de marzo o el motivo verdade­ro por el que la avanzada Sanidad española carecía de tecnologías tan sofistica­das como las mascarillas.

Se puede imaginar el lec­tor que nada de eso ha si­do respondido por el pre­sidente en sus monsergas semanales, con pregun­tas filtradas, sin periodistas presentes. Un presidente débil que, paradójicamen­te, se ha atrevido más que ningún otro a la ocupación obscena del poder. Lo cier­to es que parece que no hay responsables de la muerte de más de 17.000 personas en un mes. Según Sánchez, ellos hacen lo que reco­miendan los técnicos. Los epidemiólogos, los demó­grafos y los estadísticos, sin embargo, temen que el nú­mero de contagiados y de muertos sea notablemente superior a la cifra oficial.

¿Quién manda ahora en España? ¿Quién va a ges­tionar el COVID-19 y la re­cesión económica? Si será, como así parece, el actual Ejecutivo, nacido de una coalición de socialistas y co­munistas, preparémonos para un triste deambular por el desierto. Nos queda la esperanza de que la po­ca prensa crítica que aho­ra mismo ejerce en nuestro país espolee a los partidos de la oposición y funcio­nen los contrapesos de la fiscalización parlamentaria y de los tribunales. A par­tir de ahí, confiemos en que la presión de la opinión pú­blica sea lo suficientemen­te intensa como para que se convoquen elecciones y la ciudadanía, tras esta pé­sima experiencia, desaloje de La Moncloa al populis­mo rampante, que solo ha venido para debilitar la de­mocracia.

Si el amable lector ha lle­gado hasta aquí, permítame aconsejarle que se proteja mu­cho, ya que este minúsculo enemigo llamado COVID-19 no se ve, pero es ciertamente peligroso. Cuídese.

El autor es director del periódico ABC

SEPA MÁS Muchos tememos que los socialcomunistas aprovechen la coyuntura para colarnos un programa de mayor estatalización de la economía española. En definitiva, volver a las fracasadas políticas del pasado siglo.

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