Enfoque
La caldera latinoamericana: una advertencia para el país
La miopía histórica es el defecto que lleva a los líderes a cometer errores en el presente que luego son manchas indelebles en el futuro.
Una nueva ola de protestas se extiende por América Latina. El descontento hacia los gobiernos amenaza la democracia, la paz social, la estabilidad política y el crecimiento económico. Pero ¿qué pasa en nuestra región que países tan disímiles en cuanto a tamaño, nivel de institucionalidad y de desarrollo económico están entrando en crisis política y social?
El crecimiento no garantiza la paz En el pasado si un país tenía estabilidad y crecimiento económico se creía que bastaba para garantizar la paz política y social, pero hoy vemos que países que antes de la crisis tenían esas características como Chile, Bolivia, Nicaragua y Colombia no han podido escapar a las protestas masivas y prolongadas. Las presiones, a las que por años han estado sometidos nuestros ciudadanos, se han ido acumulando como en una caldera que sólo espera la chispa para estallar.
Los factores de esos estallidos son prácticamente comunes a todos nuestros países aunque las chispas de detonación sean diferentes. Pobreza, desigualdad, déficit de institucionalidad, baja productividad y escasa movilidad social son factores más o menos comunes en América Latina. Si a esos factores les sumamos las promesas no cumplidas, expectativas frustradas y desconfianza e incredulidad hacia los gobiernos, entonces el panorama se torna aún más complejo. Un factor novedoso hoy consiste en la velocidad con que estallan y se propagan las protestas, las que pueden pasar de 0 a 100 en cuestión de horas, debido principalmente a la rapidez con que los ciudadanos se transmiten los mensajes por las redes sociales.
La explosión de las identidades Un factor que está influyendo en forma sustancial en el ánimo de los latinoamericanos es el hecho de que cada vez más son las identidades y no las clases sociales las que están definiendo la acción política y social. Así, una persona puede que sea obrero, pero además de esa condición puede que sea migrante, religioso, defensor de los animales, sensible al medioambiente, homosexual, etc. La pregunta que se hace la sociología política moderna es: ¿cuál de esas identidades es la que termina siendo dominante y mueve la acción política o social? Muchas de esas identidades se expresan a través de las llamadas “minorías activas”, que hartas de no ser escuchadas, expresan sus demandas mediante la agitación muchas veces radical. Esas identidades que antes estaban escondidas ahora se exhiben con orgullo en la era del espectáculo. La exacerbación de las identidades junto a la condición de clases le han puesto nuevo combustible a la ola de manifestaciones políticas y sociales.
La clase media: los catalizadores del descontento Otro cambio en América Latina es el carácter cada vez más influyente de la clase media en la agenda política de nuestra región. Estos grupos sociales, por su naturaleza, no sólo son los más importantes catalizadores de la consciencia política y del cambio, sino también de las frustraciones y del hartazgo político y social. Sin embargo, de las diferentes capas de la clase media hay que ponerle especial atención a la llamada “clase media vulnerable” (el que acaba de salir monetariamente de la pobreza pero que no se ha podido consolidar en su nueva posición social).
Debido a lo limitado de sus ingresos económicos y de lo precario de sus condiciones generales de vida, viven en un precipicio donde cualquier soplo los puede hacer volver a la pobreza. Entonces, entre su anhelo de consolidarse y subir y el miedo a caer y bajar, su vida se debate entre la esperanza y la frustración. Esas condiciones los convierten en el epicentro del descontento y la rabia social en la América Latina de hoy. Por su lado, la “clase media consolidada” debido a que tienen muchos de sus problemas materiales resueltos y a que tienen mayor nivel educativo y acceso a la información, por lo general son más sensibles que cualquier otro grupo a los temas abstractos como corrupción, aborto, medioambiente, migración, etc., temas, que cada vez más están apareciendo en la agenda reivindicativa latinoamericana.
Asistencia a los pobres y alienación Un caso especial son los ciudadanos que viven en la pobreza. Con los masivos programas de asistencia social como la transferencia de renta condicionada, asistencia alimentaria directa, acceso a los servicios de salud y educación, etc, los pobres son los que mayor dependencia tienen del Estado. Pero si bien estos programas son estrictamente necesarios, cuando se prolongan en el tiempo, tienen la tendencia a convertirse en “opioides” sociales que mantienen anestesiada la voluntad del individuo sumiendo a los pobres en una lamentable alienación que frena los ímpetus políticos y de reivindicación social.
Por su lado, los ricos envueltos en su burbuja de privilegios a veces se muestran insensibles e indiferentes a los problemas nacionales. Esto se debe en parte a que al igual que los pobres tienen una gran dependencia del Estado a través de un complejo sistema de rentismo que les quita independencia y libertad de acción.
El contagio sin vacunas Nuestro país ha gozado por 15 años consecutivos de crecimiento, estabilidad y paz política y social; pero vistos los casos de Chile, Bolivia, Nicaragua y Colombia que gozaban de esas mismas características cuando estallaron las protestas, no tenemos garantías de que aquí no se produzca un gran estallido de violencia aún con la estabilidad y el crecimiento que hemos exhibido. Una variedad de factores subjetivos y objetivos han ido generando una acumulación de tensiones que nos han hecho altamente vulnerables al contagio del virus político latinoamericano, debido quizás, a que al igual que el resto de la región, nuestro país padece de los mismos males económicos, políticos y sociales más arriba descritos. Y lo que ha demostrado la historia es que ningún país es inmune a un estallido social o a una confrontación política severa, ya que todavía no se ha inventado una vacuna que nos libre de crisis como las vistas recientemente en la región.
La tormenta perfecta En nuestro país, de cara a los procesos electorales de febrero y mayo, se presentan una serie de factores que hasta ahora han estado dispersos, pero que si se juntaran, podrían producir una especie de tormenta perfecta, o peor aún, un coctel molotov. A saber: 1) tensiones y frustraciones acumuladas, 2) desconfianza en el sistema de votación, 3) falta de determinación del órgano electoral para encarar las denuncias y los conflictos, 4) ansiedad extrema de la oposición por ascender al poder, 5) voluntad extrema del gobierno de continuar, 6) desigualdad de recursos electorales, y 7) el clásico fantasma del fraude y la vulnerabilidad del voto. Todo lo anterior, aunado a los odios y a los egos exhibidos por muchos de los actores del proceso, podría degenerar en una grave crisis postelectoral, que a su vez traería una posible crisis política y una eventual ruptura de la estabilidad, la paz social y hasta del orden constitucional o en el peor de los casos alguna modalidad de intervención extranjera.
Bajar el fuego y la presión Estamos en un momento crucial de nuestra historia, donde deben imponerse la racionalidad, la inteligencia y la cordura. Esta debe ser una hora de acción responsable de toda la clase dirigente del país, pues si el liderazgo nacional no demuestra visión y se juega ahora su capital político y su prestigio para la concertación y la paz, tendrá entonces que derrochar su capital histórico en la confrontación y la ingobernabilidad donde todos perdemos. Lo que está pasando en la región nos debe indicar que es momento de bajar el fuego y la presión y no solamente de intentar cambiarle la tapa a la olla. Todavía estamos a tiempo.