EL MUNDO OSCURO DETRÁS DE LA TRATA DE PERSONAS. 2 DE 3
Un “trato” que la hizo cruzar las fronteras hacia el infierno
“¿Siempre caminas así?” Se le preguntó a la protagonista de esta historia previo a iniciarse la entrevista. La interrogante se debió a sus pasos lentos que denotan cuán desganada está.
Le dio razón a la percepción del equipo de LISTÍN DIARIO: “Hace 10 años de eso, y tres que pude volver a mi país, y no he podido olvidar esa parte oscura de mi vida, y hasta el caminar me cambió”, lo asegura con los movimientos afirmativos de su cabeza.
Antes de hacer este comentario su primera frase fue también una pregunta: “¿Y cómo dieron conmigo?”. La respuesta no podía ser tan explícita, y al caer en cuenta se aprestó a decir: “Bueno, aquí lo que cuenta es que decidí contar lo que me pasó para que a ninguna dominicana le pase lo mismo. Esa experiencia no se la deseo ni a mi peor enemigo”. Se toma unos segundos y cierra sus ojos.
Cuando retoma el tema se muestra dispuesta a contar el porqué de tanto dolor. “Fueron tres meses que duré preparando ‘mi gran viaje’. Uno de mis hermanos me prestó el dinero. Pagué 4,000 euros, mas el pasaje y todo lo que conlleva irse a otro país”, ya las lágrimas están “a la puerta”, y hay que esperar.
Mientras logra recomponer su sensibilidad, toca observar un poco su hábitat. Una Biblia encima de la mesa del comedor, un vaso con un poco de leche y un plato tapado con otro, que dejaron saber que estaba desayunando antes de la entrevista.
“Vamos a seguir. ¡Qué llorona soy!”. Sonríe por primera vez. “No ha sido fácil, pero bienÖ Llegó el día de irme, fue terrible para mí dejar a mis dos hijos, de nueve y 11 años, pero quería un mejor futuro para ellos. No me estaba siendo fácil ser madre soltera y con un trabajo de 17,000 pesos”, dice la mujer que, aunque sabe que se debe ocultar su identidad, admite no le importa que sepan quién es ella.
Una blusa roja realza su color de piel canela, un jean negro destaca su bien formado cuerpo, y unas sandalias bajitas son las que la ayudan a mudar los pasos lentos que desde el inicio llamaron la atención. Sentada en un sillón hecho en fibra de vidrio, se acomoda para continuar su relato. “Te puedo decir que, ese día se me partió el alma cuando dejé a mi familia”, llora y seca sus lágrimas con una estrujada servilleta.
Retoma el relato. “Yo tenía 31 años, y lucía bien, según la gente. El caso es que cuando llegué a ese país de Europa, me recogió un señor que de ángel pasó a ser un demonio”. Se toma su tiempo.
“Disculpen. Ustedes trabajando y yo haciéndoles perder tiempo. Déjame guardar esa lloradera para después. El caso es que cuando amanece, me levantaron a las 6:00 de la mañana, me dijeron que debía limpiar el bar. Así lo hice, pues me fueron claros en que iba a trabajar en un bar. Bueno, me pasé el día limpiando sillas, mesas y haciendo de todoÖ”, no pudo cumplir su promesa de guardar las lágrimas.
Unos minutos después prosigue: “Llegada las 7:00 de la noche, me mandaron a bañar y me tiraron una ropa rarísima para que me la pusiera y bajara. Dios mío ¡qué impotencia! Ese malnacido me dijo que ahí era que comenzaba mi verdadero trabajo. Ese bar estaba repleto, y tuve que atender a esos clientes asquerosos. Ese día tuve que acostarme con cuatro hombres, y ahí comencé a saber lo que es vivir en la casa de Satanás”. Se limpia los ojos con la misma servilleta.
Conforme pasaban los días, era peor su situación. Los 4,000 euros que había pagado por el viaje se multiplicaron. Ya eran 8,000, es decir, que ella debía el resto al encargado del bar, pues ese fue el negocio que él hizo con el dominicano que “la ayudó” a “vivir” el sueño europeo.
“Lo lindo era que me decía que mis servicios no eran caros, que para pagar esos 4,000 euros que yo le debía, iban a pasar unos buenos años y muchos hombres por mi cama, y así fue. Hubo días que tuve que atender muchos”. En ese momento, no lloró solaÖ
Eran muchas cosas: el maltrato, no saber qué habían hecho con mis documentos, no poder hablar con la familia con la regularidad y la privacidad que quería... Era demasiado”, lo cuenta ya más serena. Para comunicarse con la familia, él, como en todo momento, le llamó ‘el monstruo que la explotó’, se quedaba ahí. Ya sabía qué decir, y qué no.
De regreso al país Salió de ese infierno porque una de sus compañeras al obtener su libertad, la ayudó. Le dije que llamara a mi familia y así lo hizo. Ella misma, les contó todo. Mi familia vendió todo lo que pudo para conseguir los 2,000 y pico de euros, que según ese... me faltaban por pagar. Esa amiga, que la amo con el alma, fue y lo llevó, y él me entregó mis documentos. Me fuí con ella”. Se quedó un tiempo trabajando, pero regresó al país, pero enfermo.
LA LUZ Recuperación Piensa mucho antes de contar sobre la enfermedad de transmisión sexual que le provocó el haber sido víctima de trata de personas. “Confórmense con saber que duré más de un año para poder curarme, y mi familia tuvo que hacer de tripa corazón para costear mi tratamiento”.
Aferrada a Dios Jamás ha vuelto ver a quien le hizo tal daño. Solo sabe que pagó por eso. Se para de la silla, y dice: “Ahora mi historia la estoy viviendo con Dios. Gracias por ayudar a que otras mujeres no sufran lo que yo”.