Mujeres en pie de guerra Heroínas y estereotipos
Nuestros productos culturales no operan de forma ajena a nuestras convenciones sociales; el discurso de ficción y el mundo real se interconectan de formas complejas. El cine, la publicidad, los cómics y otros productos de consumo presentan discursos (explícitos o subyacentes) sobre nuestra concepción de la realidad y constituyen una forma más de transmisión de información.
Así se transmiten también los estereotipos de género, que constituyen variantes o especializaciones dentro de los roles de género. Estos fijan lo femenino y lo masculino y perpetúan una dicotomía basada en supuestas diferencias biológicas que presupone actitudes y comportamientos diferenciados.
Fue en 1798 cuando el impresor francés Didot creó el término estereotipo para denominar al proceso de duplicación de páginas. Posteriormente, se usó en ciencias sociales para referirse al conjunto de ideas que se repiten de forma sistemática para hacerse una imagen mental de algo o alguien. Son, por tanto, estructuras cognitivas permanentes que facilitan el procesamiento de información.
En esta línea, todos reconocemos a la mujer ejecutiva o a la activista política como estereotipos diferenciados de mujer occidental. Estas convenciones culturales no necesariamente se suscriben por toda la población, pero sí se constituyen en expectativas y estándares que pululan repetitivamente por los productos audiovisuales que consumimos, nutriendo el imaginario colectivo.
Estereotipos recurrentes de la prehistoria a la distopía
También se han reproducido visiones estereotipadas de diferentes períodos históricos o culturas. Por ejemplo, los vikingos se presentan como extremadamente violentos y sanguinarios; los “locos años veinte”, como un momento de eclosión generalizada de la modernidad y liberación de la mujer.