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Reflexiones del director

La sobrecarga de la propaganda

Durante años, los periódicos se nutrían de la pesca diaria de noticias en fuentes oficiales. 

Los reporteros tenían sus territorios asignados: ministerios, instituciones, oficinas públicas.

Las visitas eran tan regulares que más de uno se convirtió en “amigo” o “enllave” de funcionarios, e incluso de conserjes, quienes a menudo filtraban datos “off the record”.

No había necesidad de indagar demasiado: la información fluía de manera constante desde los mismos despachos del gobierno.

Pero este acceso cómodo, aunque eficaz en apariencia, fue creando una relación simbiótica que afectaba la esencia misma del periodismo.

Ese maridaje entre reporteros y funcionarios les inhibía de hacer preguntas incómodas o de profundizar en lo que realmente importaba.

El resultado: los medios se volvieron dependientes de la versión oficial de los hechos, lo que limitaba la investigación periodística y, en muchos casos, la verdad.

Con el tiempo, sin embargo, los periodistas entendieron que la verdadera noticia no estaba en las cuatro paredes de las oficinas gubernamentales, sino en el seno de la sociedad, en la calle, en los barrios, en las voces de aquellos que, sin cargos ni títulos, tienen mucho que decir.

Al alejarse de la cotidianidad de las fuentes oficiales, el periodismo comenzó a reencontrarse con su esencia: el reflejo auténtico de la realidad humana.

En respuesta, los gobiernos no se quedaron atrás.

Con unidades de comunicación cada vez más activas y con periodistas bien pagados en sus filas, comenzaron a bombardear los medios con materiales de propaganda las 24 horas.

Ahora, los medios no pueden procesar ni la mitad de lo que llega, y mucho menos absorberlo o reproducirlo.

Pero, paradójicamente, cuando se trata de responder preguntas puntuales o proporcionar datos incómodos, esas mismas fuentes oficiales se vuelven elusivas.

La respuesta tarda, cuando llega, y las solicitudes de información pública son tratadas como un mal necesario, más que como un derecho ciudadano.

Lo curioso de este escenario es que, aunque vivimos en la era de la sobreabundancia de información, la cantidad de noticias genuinas es alarmantemente baja.

Hoy, los ministerios y dependencias gubernamentales se dedican más a propagar notas y boletines que a proveer respuestas claras y transparentes.

La transparencia no es aún una piedra angular en su dinámica informativa, aunque intenten hacernos creer lo contrario con su incesante bombardeo de mensajes.

Así, nos encontramos en una contradicción inquietante: hay más “informaciones” que nunca, pero cada vez menos noticias reales, de esas que realmente importan.

Y eso, queridos lectores, no solo afecta al periodismo, sino a la sociedad entera.

 

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