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La meta: que nadie se pase en rojo

El día en el que el país logre el respeto absoluto a la luz roja de los semáforos, ese día comenzaremos a entrar en la era de la civilización.

Si una regla tan elemental como esa sigue siendo ignorada por quienes se movilizan en vehículos por las vías públicas, no podemos decir que vivimos en un país organizado.

Ni tampoco que hay amplias garantías para la seguridad ciudadana, porque tras esa tolerada infracción se generan otras que ponen continuamente en riesgo la vida de quienes son usuarios de las vías, especialmente los peatones.

La generalizada práctica de motoristas y conductores de otros vehículos de violar las normas del tránsito hacen que esta sociedad se asemeje más a una selva de especies salvajes que a una comunidad de humanos disciplinados y civilizados.

Las cifras de millares de conductores y ciudadanos que atienden los centros traumatológicos al año por culpa de accidentes de tránsito, es un botón de muestra.

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Ignorar el mandato de la luz roja de los semáforos es la génesis del fácil y a menudo impune desconocimiento de otras leyes elementales que convierten el Estado de derecho en una caricatura.

Y mientras aquí no se asuma como meta nacional romper con este maleficio, no podremos aspirar a borrar los rasgos selváticos que hoy caracterizan nuestro sistema de tránsito y transporte.

De ahí que constituya un paso importante la decisión de las autoridades de imponer nuevas regulaciones a los “delivery”, que son los mensajeros motorizados de empresas de servicios a domicilio.

Pero las nuevas regulaciones deberían abarcar a los demás, porque los “delivery“ no son los únicos líderes en las infracciones circulando en dirección contraria de las vías, usando las aceras o ingresando en rutas restringidas.

La ciudadanía está cansada, agobiada y harta de que estas violaciones a las reglas del tránsito sean el pan de cada día, y que las autoridades sigan siendo demasiado incompetentes para evitarlas y castigarlas.