editorial
El diferendo entra en calor
Con dos posturas por el momento inflexibles, el diferendo domínico-haitiano por el canal del Masacre entra en una fase de alta tensión.
Haití, porfiado, insiste en terminar la construcción de una obra de desvío del río, y la República Dominicana formalmente tipifica ese acto como violatorio de un tratado bilateral.
Aparte de que el cierre y militarización de la frontera fue la primera y más contundente medida de rechazo dominicano a esa obra, esta acusación le añade un sesgo más grave al impasse.
Entramos, así, en una etapa de máximo estiramiento de la confrontación en el plano diplomático que, de seguro, podría desembocar en un arbitraje internacional.
Mientras Haití prosigue, contra viento y marea, la construcción del canal, nuestro país acelera la obra de toma de La Vigía, aguas arriba, para tener posteriormente el control de esa vía acuática.
Sobre esta prueba de pulso en la que cada país invoca defensa de sus potestades soberanas y de recursos naturales de subsistencia, gravita la posibilidad de una inminente intervención de tropas extranjeras en Haití.
Esa intervención es vista como un recurso de extrema necesidad, por parte de Naciones Unidas, para poner fin al reinado de la violencia, la ingobernabilidad y la inseguridad ciudadana en Haití.
Y, cuando se materialice, en forma de confrontación bélica entre fuerzas ocupantes y las pandillas que controlan la mayor parte del territorio, el conflicto del canal del Masacre pasará a un segundo plano en el orden de las prioridades.
Porque tampoco sería descartable que, como un resultado colateral de estas confrontaciones, hasta el propio gobierno de facto haitiano sea barrido en esa debacle, cuyos efectos sentiremos directamente.
Mantener cerrada la frontera, como lo anunció ayer el presidente Luis Abinader es, en este contexto, hasta más importante que justificarla y condicionarla a que Haití suspenda la obra, lo cual es impensable.
Haití, por el momento, está cerrilmente decidido a hacerla, asumiendo todas las consecuencias.
Y a la República Dominicana todavía le quedan muchas fichas en su tablero de opciones diplomáticas, más que militares, para salir bien librada de esta prueba de pulso frente a Haití.