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editorial

Los valores que aún sobreviven a la hecatombe social

En el derrotero de degradación moral por el que transita nuestra sociedad, los actos de generosidad humana sobresalen todavía como valores sobrevivientes de una cultura en decadencia.

Los gestos bondadosos de ciudadanos para mitigar necesidades de otros en tiempos de peligro, o para ayudar a un anciano o discapacitado a cruzar la calle, parecen rasgos abstractos en una sociedad atrapada en el libertinaje.

Sin embargo, cada vez que se producen, aunque sean esporádicos, buena parte de la sociedad reacciona con satisfacción y alegría al comprobar que no todo se ha perdido en un mundo de egoísmos e individualidades.

Acostumbrados a presenciar actos de “bullying” o acosos y burlas de unos contra otros, a las descortesías de trato, a los irrespetos hacia padres y maestros y hacia toda autoridad legal, estas expresiones de solidaridad resultan conmovedoras.

Las hemos visto últimamente en múltiples maneras: ciudadanos que se unen para limpiar espacios llenos de desechos, como algunas playas, para proteger el medio ambiente, o para reforestar nuestros bosques y asegurar el agua.

También, en los operativos de voluntarios para socorrer a personas accidentadas o con sus vidas en peligro, como fue el episodio de San Cristóbal tras la explosión, sin esperar remuneraciones materiales.

Por igual se aprecian los gestos de ciudadanos que llevan alimentos y utensilios a damnificados por una catástrofe natural o accidental, o los que corren riesgos al salvar animales o personas en trances difíciles, como ha pasado con la tormenta Franklin.

Estas demostraciones de solidaridad son cada vez más necesarias para detener el avance de tendencias hacia el “se me importa”, que tanto daño ha hecho a la socialización sana y provechosa entre los ciudadanos.

En el clima de desconstrucción de los valores esenciales de esta sociedad, hay que aplaudir y reconocer a aquellos que son capaces de donar de lo suyo, aunque sea poco, para mitigar necesidades de los pobres, los enfermos o los desamparados.

En el fondo, esta sociedad preserva latentes los grandes valores de la generosidad y solo falta que los saquemos a la superficie y los compartamos entre todos, en familia, en la escuela, en el trabajo y en la calle, antes de que la hecatombe los extinga totalmente.