editorial
Una olla de grillos
La Cámara de Cuentas se ha convertido en una olla de grillos.
Los escándalos y las desavenencias entre sus miembros han puesto en entredicho su credibilidad y confianza como guardián de la transparencia de los poderes del Estado.
Aparte del descrédito, todo parece indicar que no existe un clima apropiado para que cumpla su papel rector como poder contralor y garante del uso pulcro de los recursos del Estado.
Alrededor de los ruidos que salen de su interior se ha creado un circo político con el debate de lo que puede y debe ser la solución a su crisis.
En un contexto como este, en el que la lucha emprendida contra la corrupción administrativa en el Estado es irreversible, el país no puede darse el lujo de que un actor decisivo en ese proceso, esté bajo severo cuestionamiento.
Con la confianza minada, lo que procede es la limpieza profunda de esa institución, promoviendo la renuncia forzada o la destitución de sus miembros en un juicio político en el Congreso.
Si de verdad importa preservar la institucionalidad y la fortaleza de los poderes del Estado, no caben vacilaciones ni circos políticos para salvar las cabezas de los responsables de este descalabro.
La Cámara de Diputados tiene el deber, con sus mecanismos institucionales, de apurar una solución inmediata autorizando la apertura de una interpelación a todos los magistrados de la Cámara de Cuentas.
De no hacerlo así, sería como dejar que el perro siga girando en círculo mordiéndose la cola para remediar el escozor de una herida o para zafarse de las garrapatas.