enfoque
Presión ecológica
A largo plazo nuestro principal problema es la presión. No la arterial, aunque conocemos que la hipertensión está muy difundida en la población debido a los estilos de vida y alimentación que prevalecen aquí.
Aunque nos referimos a una presión con connotaciones de tipo económico, no se trata de la tributaria, con su arrastre de reformas, endeudamiento y déficits fiscales, a pesar de que también sabemos que respecto de ella hay muchos asuntos por evaluar y resolver. La presión que estamos mencionando es la que ejercemos sobre los recursos naturales en nuestro entorno.
Para fines de esa presión es necesario tomar en cuenta la isla completa, incluyendo Haití, pues los efectos sobre los ríos y la vegetación no reconocen fronteras ni se detienen ante su presencia.
Hablamos, por lo tanto, de un territorio de 76 mil km2, en gran parte montañoso, habitado por algo más de 20 millones de personas, lo que de por sí establece una gran diferencia en comparación con las menores densidades prevalecientes en otras zonas del continente americano.
A ese elemento de presión surgido de la densidad se suma otro provocado por la pobreza y la ignorancia. Los hábitos de cultivo, la extracción de materiales y la búsqueda de combustibles conducen a la deforestación, la erosión y la reducción de los caudales de agua. Y no disponemos de los fondos necesarios para acometer proyectos de desalinización, o para impedir asentamientos en áreas reservadas.
La corrupción surgida de la precariedad conspira para que la tarea de prevenir la inmigración descontrolada pueda llevarse a cabo de forma efectiva. Minadas por la complicidad de la vigilancia, las campañas de control muestran etapas de intensidad, seguidas al poco tiempo por la vuelta al descontrol anterior, el cual pasa a ser la regla y no la excepción.
Pero aunque esa presión sea nuestro mayor problema, ocurre como en algunas condiciones médicas, en cuanto a que no le damos la importancia que merece.
A pesar de que el costo económico de la pérdida de recursos naturales es enorme, no lo hemos cuantificado ni tampoco calculado la disminución porcentual que causa en la tasa de crecimiento del PIB. Y peor aún, no reconocemos el deber que una generación tiene en relación con sus descendientes, actuando de espaldas al deterioro que irresponsablemente provocamos.