Aída Cartagena Portalatín y Una mujer está sola
El cultivado espíritu poético de Aída Cartagena Portalatín, se mantuvo en todo momento, aun cuando dedicó muchos años a la enseñanza académica y a la investigación, sobre todo a la antropología africana. Su abundante escritura está llena de vida, de ideas y motivos relacionados con la lucha de las mujeres en un tiempo en que esos sentimientos estaban reprimidos durante la tiranía de Trujillo.
El amplio repertorio poético de Aída Cartagena Portalatín exhibe un exquisito y excepcional uso del lenguaje, sustentado en su notable aliento fiel a un concierto de elegantes imágenes, fundamentadas en su acendrado carácter y vigoroso humanismo. El despliegue de sus metáforas añade un acicate a la escritura de sus poemas, capturando la atención del lector hacia la visión que coronaba la evolución de su oficio e imaginación.
La palabra, en el marco poético de Cartagena Portalatín, surge del sentimiento concreto, de la ingravidez de su emoción, y de la historia que narra a través de versos de una belleza singular. Por tanto, el contenido de su obra poética responde a un orden distintivo en cuanto a la idea central: la existencia humana manifestada a través del ritual del lenguaje y las nociones comunes de la vida.
En el año 1955 la poeta, académica e investigadora Aída Cartagena Portalatín, publicó el libro Una mujer está sola, el cual denota un verdadero valor literario por sus perspicaces tonos rítmicos y la estructura que muestra el esfuerzo de la autora por alcanzar la originalidad. Del mismo modo, incorpora a sus poemas una fiel sensibilidad cuyo magnetismo se transforma en lúcidas emociones y en obvias ideas al poner énfasis en la belleza.
La formulación poética, lo estilístico se orientan hacia la imaginación densa y concreta, estableciendo de esta manera una función de la naturaleza pura del poema. Existe en la poeta un interés marcado por mostrar una acotación técnica y sistemática que no se limita al método sino a los procesos que describen sus versos, logrando situarlos en una cobertura simbólica y paradigmática donde el ser se debate en un nivel subyacente de la materia poética y se abisma en un sustrato que apunta hacia una historia autobiográfica.
Digamos, entonces, que en la obra poética de Aída Cartagena Portalatín existe la condicionalidad del tiempo, entendido este como un sistema ondulante, vertiente que se sitúa entre en el pensar y el lenguaje que, como puntos enigmáticos, hacen que el sujeto formalice una noción atemporal sin incurrir en convencionalismos. De ahí que poemas como Mi mundo el mar, Del sueño al mundo, Víspera del sueño, De entero cuerpo, Mensaje, Henri Matisse, Soledad de la noche, Rechazo de tu voz, No llores mi rostro y Estación del canto, entre otros poemas publicados en la Poesía Sorprendida y Las letras y las artes, se colige cómo el inconsciente de Cartagena Portalatín construye un mundo que solo pertenece a ella, según denotan los poemas citados.
Su poesía nos recuerda, por ejemplo, a Milton, cuando ella dice: “O el paraíso perdido donde habita/ el último sentido de la vida”. Del universal pintor francés (Henri Matisse) recrea algunas de sus bellas imágenes pictóricas, al expresar:
Ahora lo llamo al revés de la tarde
en que dejó sin otra posada mi memoria.
Lo llamo con voz de sus verdades,
con una voz de amante lo llamo
a mi jardín de bronces.
En el poema Una mujer está sola se encuentra un remanso de emociones que clarifica los sentidos significativamente, dado el verismo y pareceres que la poeta contextualiza al sustentar un idealismo que se convierte en tendencia y vertiente literaria. En ese sentido, la configuración del lenguaje desempeña una función específica que da vida y coherencia a la expresión artística. El texto revela la esencia y naturaleza de lo que la poeta expresa y afirma a partir de sus sentimientos.
Veamos algunos fragmentos del poema Una mujer está sola:
Una mujer está sola. Sola con su estatura.
Con los ojos abiertos. Con los brazos abiertos.
Con el corazón abierto como un silencio ancho.
Espera en la desesperada y desesperante noche
sin perder la esperanza.
Piensa que está en el bajel almirante
con la luz más triste de la creación.
Ya izó velas y se dejó llevar por el viento del norte
en fuga acelerada ante los ojos del amor.
El reconocido violinista, pintor, dibujante y escultor Eugenio Fernández Granell, quien llegó al país en el año 1939 al terminar la Guerra Civil española (1936-1939), escribió sobre la poesía de Aída Cartagena Portalatín, lo que sigue:
“La joven poetisa nos ofrece otro admirable cuaderno poético, que si en cierto aspecto viene a constituir una continuación de Víspera del sueño, supone, en relación con este último, un definitivo avance en las posibilidades expresivas y en la amplitud ya esplendorosa y más sutil, imaginativa”. (…) “En cada poema de este sugerente cuaderno late una angustiada añoranza de antigüedad:
Cuando no habías nacido y fuiste variable,
luna, sol, un mar que huía sin rumbo,
tal vez era esta mano sin imagen ni sentido
un soplo…”
Así mismo, el poeta y filósofo Andrés Avelino García Solano, fundador y teórico del postumismo, al referirse a la creación poética de Aída Cartagena Portalatín, refiere:
“Pocas veces he visto a una mujer escribir con el alma tan lanzada al sol, tan polvoreada su voz a los cuatro vientos. Este poema en prosa no se diferencia de tus poemas en verso. Repleto está de la misma genuina poesía a que nos has tenido siempre acostumbrados. Acaso se deba a que has cantado siempre sincera y hondamente, a que nos has brindado los misterios de tu alma en tus cantos, a que no has dejado nada en tu interior cuando has lanzado tus campanillas de oro al aire entumecido de quimeras y silencios”.
El ponderado y siempre recordado Manuel Valldeperes, también refugiado en el país a raíz del flagelo de la Guerra Civil española de 1936, a la sazón director del periódico La Nación, desde su perspectiva de riguroso escritor, periodista y crítico de arte y literatura, valora los versos en prosa de esta mujer singular como lo fue Cartagena Portalatín, al expresar:
“En Mi mundo el mar hay un hondo deseo de evasión que, en el fondo, no es más que el anhelo fervoroso de iluminar esa fuerza misteriosa del universo que nos desconcierta y aprisiona en sus redes”. “Aída -dice- detiene la vida y abre la ventana de una ola para mirar el fondo del océano”. Tiene hambre desmedida de comprensiones. En las calles de tierra encuentra voces desnudas, o silencio derramado”.