Órbita de cosas olvidadas, de Víctor Gaviria

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Víctor Gaviria (1955) es uno de los más notables realizadores de cine colombianos. Desde el decenio de los noventa forjó una obra fílmica que lo ha convertido en un nombre central de nuestro cine. Rodrigo D. No futuro (1990), La vendedora de rosas (1998), Sumas y restas (2004) y La mujer del animal (2016) forman un conjunto de premios, nominaciones y elogios que lo convirtieron en un personaje.
Pero antes de todo eso, en el universo más silencioso y de famas no famosas que es la poesía, Gaviria recibió distinciones, el premio Cote Lamus y el Premio Universidad de Antioquia por dos magníficos libros: Con los que viajo sueño (1978) y La luna y la ducha fría (1979); después hubo plazos más largos entre libro y libro: Lo que digo se refleja en el agua (1986), El rey de los espantos (1993) y La mañana del tiempo (2003) y, ya entrado este siglo, un largo silencio que se interrumpe con la publicación que Seix Barral hace de su poesía reunida en un volumen titulado Órbita de cosas olvidadas, que añade su nombre al de varios poetas nacidos también en el decenio de los cincuenta que ya publicaron la suma de sus versos, como, entre otros, Rómulo Bustos, Piedad Bonnett, Robinson Quintero y William Ospina. Precisamente este último, Ospina, se refiere con tino a la poesía de Gaviria: “¿Qué siente uno leyendo los poemas de Víctor Gaviria? Que la poesía no es un oficio, que la poesía no es simplemente una manera de escribir sino, antes de ella, una manera de vivir, una manera de estar en el mundo… Como toda poesía, la suya es hija de un misterio que no será revelado”.
Con pocas excepciones, los poemas de Gaviria son largos, narrativos a la vez que reflexivos, y parecen conversaciones en las que el poeta explora, confiesa, relata y recuerda creando unas atmósferas verbales de misterio y poesía.
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