Un Payán especial con to’ los Powers
-A la hora de comer, hay que medir las palabras.
Dijo antes de disparar el flaco Rufino.
La Retahíla de palabras que había precedido a tal frase, era realmente considerable. Las había soltado al aire, toda la noche, el gordo Caifás, sólo deteniéndose para morder su sándwich o para beber su batida, lo que justificaba bastante la palabras del flaco. Ambos eran asiduos al famoso lugar, del tipo de clientes que son considerados “de la casa” por los empleados.
Estaban sentados uno al lado del otro en la barra Payán de la calle 30 de marzo. Eran casi las doce de la noche de un día cualquiera, de este muy caluroso agosto.
-¿Tu ‘ta hablando conmigo? Dijo el gordo -y luego en un tono menos directo y más suave se dirigió a la dependiente- Dame otro zapote ca y otro Payán especial con to’ los powers, al favor.
Era su forma de pedir un sándwich como a él le gustaban, con todos los condimentos y picantes posibles.
Claro que de buenas a primeras y ante tal introducción surgió de pronto un silencio que abarrotó todo el local y que muy bien se puede catalogar de intimidante, por la hora, lo repentino y sobre todo por quienes estaban en el centro de aquel silencio.
Luego vino el estruendo del disparo: ¡PO!
y ya todo -hasta la misma 30 de marzo- se agachó, gritó o corrió para protegerse y alejarse de aquel par de tipos, quienes fueron los únicos en quedar de pie en el local y parecían los únicos de pie en todo el mundo.
Así mismo, con una calma lunar, que parecía irreal, se fueron caminando por la misma calle hasta ser tragados por la oscuridad.