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Miguel: El cuadro todavía está prendido

Este capítulo poco conocido de la vida del maestro de la pintura dominicana Miguel Pineda, fallecido recientemente, nos habla de su humildad y grandeza profesional.

Cuadro de Miguel Pineda

Cuadro de Miguel PinedaFuente externa

Sucedió en 1990, cuando yo laboraba como asistente en el Suplemento Cultural “Isla Abierta” del periódico Hoy, que dirigía el para mí siempre bien recordado don Manuel Rueda. Para el número 485, del sábado primero de diciembre, habíamos pautado ilustrar las páginas con cuadros de la Exposición-Intercambio de la Nueva Pintura Domínico-Puertorriqueña que se celebraba en Casa de Teatro.

Como las fotos de los cuadros debían llevar sus títulos, don Manuel seleccionó para una de las páginas centrales un cuadro de Miguel Pineda del cual solo teníamos una diapositiva. Don Manuel me pidió que llamara al pintor para que me dijera el título. Hice la diligencia y le solicité lo aludido. Él reaccionó sorprendido y diciendo que dicho cuadro lo había desmontado del bastidor y tirado la tela en un rincón de su casa en Costa Brava en el Distrito Nacional. Me dijo que lo identificara como “Sin título”, y así lo hice.

Un par de semanas después volví a hablar con el pintor, esta vez para comentar ciertos elementos presentes en la reproducción en grande de la diapositiva en la página donde se había publicado. “Miguel: tu cuadro se prende”, le dije. Me preguntó que de dónde sacaba yo esa conclusión. “De lo que veo”, le afirmé. Y a seguidas le pregunté: “¿En qué lugar, que me parece un parque o jardín donde hay pasadizos y árboles entre los que se cuelan esos rayos luminosos estabas a esa hora, antes del amanecer, cuando concebiste esa obra?” Su reacción fue mayor: yo estaba inventando porque, según él, no plasmó nada de eso en el mismo. La conversación fue larga; y cada uno defendió sus posturas. “Yo digo lo que veo, siguiendo lo que afirma el antiguo sabio epicúreo Filodemo de Gádara respecto a que cada obra de arte es un conjunto de elementos integrados en una estructura donde todo se sostiene, dando y tomando sentido sin posibilidad de que pueda ser alterada, porque cambiaría el sentido”, fueron mis últimas palabras.

Días después fue el propio Miguel quien me llamó. “He estado todos estos días pensando en tus palabras. He buscado el pedazo de tela con esa obra y quiero que hablemos de nuevo, porque creo que tienes razón”. Lo único que le dije fue: “Es que toda obra de arte es abierta-cerrada a la multiplicidad de sentidos que genera en los sujetos”. Y lo dejé hablar: “Ese cuadro lo hice en París en 1989, cuando estuve allá como parte del Gran Premio del Bicentenario de la Revolución Francesa, que obtuve. Todos los días me levantaba, antes del alba, y hacía mi caminata diaria por los jardines de la Torre Eiffel. Aquel día sentí que debía hacer una obra que recordara mi permanencia en la Ciudad Luz. Me encaminé a toda prisa donde un pintor dominicano residente en París y le pedí que me facilitara un pedazo de tela y materiales para trabajar un cuadro. Pero ese amigo no tenía ni lo uno ni lo otro”.

El aludido le dijo: “Lo único que tengo es un corte de tela de lino para llevarlo al sastre para que me haga un pantalón”. Miguel se puso manos a la obra. Montó el lienzo en un caballete, reunió los materiales pictóricos que pudo, fundamentalmente sobrantes que el amigo iba dejando tirados en su entorno de trabajo. Y así prendió el cuadro.

Una noche en mi oficina del suplemento, cuando ya estaba a punto de cerrar, se apareció Miguel con una tela enrollada. “Aquí tienes tu cuadro, prendido”, me dijo. “Tienes que montarlo en un bastidor y enmarcarlo”. Echamos algunos párrafos al final de los cuales, sin salir del asombro por el desprendido gesto del hermano pintor, le dije: “Esto no acaba aquí. Mañana bajaré a buscarte para que hagamos eso”. Realizamos la diligencia y luego lo llevé de nuevo a su ya mencionada vivienda del Bloque 11 de Costa Brava.

La historia del cuadro no terminó ahí. Desde entonces, cada vez que Miguel y yo nos reuníamos en su casa o en la mía, o hablábamos por teléfono, me hacía el mismo ofrecimiento: cambiarme el cuadro prendido por un par de obras de gran formato; pero nunca alcanzó su su objetivo.

El martes 7 de marzo de este año, un día antes de su cumpleaños 62, Miguel abandonó su cuerpo y se convirtió en una llama que no se extingue, porque su obra es imperecedera, luminosa; como fue su vida desde que nos encontramos por primera vez, cuando él formaba parte del Grupo Los Cinco.

Miguel, un gran ser humano, vive en su obra y en mi memoria, en un presente continuo. Y mi cuadro, que él pintó con un collage de materiales y al cual él un día le puso en francés el título de “Dans les jardins de Tour Eiffel”, es el primer testimonio.

Evocando los tantos momentos que compartimos, llenos de hermandad y camaradería, solo puedo concluir con el título de este testimonio: “Miguel, el cuadro todavía está prendido”.

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