Juegos tradicionales unen al país con Corea del Sur
Aunque la distancia física aleje la cultura de un país y de otro, la similitud en algún aspecto las relaciona, permitiendo acogerla con mayor facilidad y, si se trata de la inocencia de un niño, al enseñarle diferente juegos populares, lo adopta más rápido. Tal es el caso de Hyun Jin Cho, un nacional de padres coreanos, que sin ir a Corea ya había vivido tal experiencia. Jin Cho nació en el municipio de Bonao y aunque su idioma natal es el castellano, se vio expuesto, por sus raíces, a aprender de la cultura coreana. Sus vecinitos más cercanos, le recordaban también sus orígenes, pues ellos lo adentraron en ella a través de los juegos infantiles.
El Ddakji es un juego popular de Corea del Sur, que se expandió al Occidente por la reconocida serie “El Juego del Calamar” de la plataforma de streaming, Netflix, en el 2021. Pero décadas antes, en un lugar recóndito del municipio de San Francisco de Macorís Jin Jon a sus seis años, ya lo jugaba con sus amigos coreanos.
Este juego es similar al reconocido “juegos de Tazos”, en los barrios dominicanos los Tazos son esfera de plástico o metal, en el país asiático, en cambio, lo juegan con diferentes tipos de papel, doblados formando un cuadrado donde cada jugador crea la cantidad que deseen de Ddakaji con colores diferentes a su oponente.
La intención principal es que cada participante ponga su cuadrado en el suelo, lo golpee hasta levantarlo y gire el cuadrado de su contrincante, según explicó Jin Cho.
En la serie el juego es mostrado de una manera sangrienta, donde a los personajes se les ve abofetearse al no poder voltear el Ddakji. En la vida real, el juego es sutil, donde el único objetivo es divertirse de manera sana. Aunque es probable que al perder, uno de los niños termine enojado y quiera acabar el juego, en ese momento, según las anécdotas de Jin Cho, que las describe como una “linda experiencia”.
El Jegichagi, por su parte, se relaciona con el juego popular en el país, Jacker, que es una bolsa de tela rellana de arroz, arena u otro material similar, que se juega pateándola con el pie, sin dejarla caer al piso.
“Jegi significa tela de arroz y Jegichagi significa patea la tela”, tradujo.
“Eso lo hacían las madres, aunque no recuerdo que mi madre lo hiciera”, recuerda Jin Cho de manera divertida. “había una señora que lo hacía con unas telas viejas y las rellenaba de arroz, nosotros lo soltábamos en el aire y lo pateábamos antes de que callera al piso y cada patada valía un punto y el que acumulara más ganaba”, siguió contando.
Recordó también como en este juego, hacían apuestas, a fin de hacerlo más extenso y competitivo, ya que a finales de los noventas y a principio de los dos mil, en su barrio, los niños lo jugaban cuando se iba la luz por las largas tandas de apagones de energía eléctrica y era la manera de distraerse.
Albertico como también es conocido en su círculo, cuenta que el cambio de nombre se debe a que por la complejidad al pronunciarlo, prefieren adoptar uno que más le guste. En su caso, su tío abuelo se nombró “Alberto” porque vivía en la calle Roberto Pastoriza, su padre también se reconoció con el mismo nombre y al nacer Jin Cho, siguió con la tradición y lo nombró en diminutivo.
Albertico finalizó haciendo una comparación de “el tiempo de antes y el día ahora. En mi infancia se jugaba en la calle y en los patios, sin temor a la seguridad social. No había tanta delincuencia, no había tantos motores ni carros y la gente era más mansa. La cosa era que nos compartíamos los juguetes y era una bicicleta por casa y el que pateara más el Jegi duraba diez minutos más dando vueltas en la bicicleta”, describió Jin Cho con evidente nostalgia.