sin paños tibios
Alcohol, volante y cinturón
Es un milagro el cambio de conducta del homo dominicanensis cuando llega a Estados Unidos, pues resulta increíble cómo de consumado violador de leyes de tránsito en su país, tan pronto aterriza se arregla; y de repente se para en rojo en los semáforos y no consume alcohol mientras conduce.
Al final, la magia no existe; lo que existe es un sistema de consecuencias y nula tolerancia por parte de la autoridad; y eso lo sabe tanto el que viaja y “cambia el chip”, como muestras autoridades, que también se dan cuenta de qué es lo que funciona “allá”, aunque se resistan a aplicarlo “aquí”.
Aunque ahora parezca normal y natural el cinturón de seguridad –por ejemplo–, el uso generalizado del mismo fue producto de una firme campaña que lo promocionaba mediante educación, pero sobre todo, multas. En efecto, el entonces director de la recién creada Autoridad Metropolitana de Transporte (AMET), Hamlet Hermann, asumió el desafío con determinación y desplegó los mejores esfuerzos para que, en un plazo relativamente corto, ocurriera el milagro del cambio de actitud y mentalidad en el dominicano, con la salvedad que la ley excluía a los choferes de carros públicos, sin que al día de hoy se sepa cuáles eran las intenciones ocultas del legislador…
Siendo justos, Leonel Fernández puso a los dominicanos a usar el cinturón de seguridad, y, una vez operado el cambio de actitud en los conductores, la disposición impuesta bajo terror administrativo fue asumida como práctica cotidiana –con altas y bajas–, hasta hoy día, aunque por la naturaleza del mamífero en cuestión –el dominicano–, debería ser reforzada de manera diaria y constante.
Ojalá las autoridades actuales del tránsito puedan repetir la proeza, esta vez con la campaña que persigue el no consumo de alcohol mientras se maneje, y el uso permanente de su principal herramienta: alcoholímetros y multas.
Tienen el INTRANT y la DIGESETT el mandato legal y la obligación de hacer cumplirlo, aunque el desafío es grande, pues se trata de enfrentar toda una cultura de décadas que concibe como normal y natural la ingesta de alcohol mientras conduce, al punto que antes de salir rumbo a algún destino de carretera, una de las preguntas básicas es “¿qué vamos a beber”? (¡En el camino!).
Los retos son muchos, la sociedad dominicana está desestructurada y es más propensa al desorden; el irrespeto a la autoridad es alarmante; muchos “jefes”, “hijos de papi y mami” y “padres de familia” también, pero por algún lado hay que empezar; de ahí que merezca reconocimiento y apoyo la decisión de la autoridad de hacer cumplir la ley; y que ojalá no desfallezca en el empeño y luego baje intensidad a la medida; que muchos inocentes mueren víctimas de la cultura de conducir bajo los efectos del alcohol, pero también de la tolerancia e impunidad que la permite.