NEGRITA COME COCO
Maldita lluvia
A Muñeca, solo le diremos así porque hace mucho tiempo que perdió su verdadero nombre en el barrio, siempre se le eriza la piel cada vez que el cielo se pone prietico, como amenazando con que va a llover.
Nuestra protagonista vive pegada a una cañada maloliente y llena de basura, que antes fue un arroyo tan claro como un diamante.
Cuando llueve, Muñeca sabe que tiene que darse prisa y amarrar todo lo que pueda al techo de zinc, para que el agua, y el lodo que viene tras ella, no dañen sus pocas pertenencias.
Para que el agua no le joda más la vida.
Ese viernes fue el peor. De un momento a otro, las nubes se preñaron de agua. El cielo se tornó amenazador. El bullicio en las calles se detuvo. Todos los residentes de esa zona, desde el más pequeño hasta el mayor, sabían que cuando vives en un sitio como ese el agua no juega.
“Esa cae porque cae”, dijo Don Venancio, uno de los ancianos del barrio.
Pasó todo tan rápido que a la mujer no le dio tiempo a recoger. Los vecinos le gritaban: “¡Muñeca salga que se va a ajogar!”. Y así, queridos negritos, a nuestra protagonista la tuvieron que sacar entre tres hombres de su casita. Con el agua casi al cuello.
“¡Mierda, el agua llegó de noche!”, voceaban a coro los tígueres del lugar.
En la inundación se fueron sus medicamentos, unos muy caros que le recetó el médico para el cáncer que le carcome el seno izquierdo. Los compró pidiendo una ayudita a cada familiar que vive fuera. Haciendo chiripas. Botando el pellejo de las manos limpiando casas.
Joseando como una tora porque Muñeca quiere vivir. Aunque sea en esa casita tan expuesta a la cañada. Esa que construyó, tabla a tabla, junto a su esposo. El único rancho que tiene. Lo que le queda.
El agua corría, asesina e implacable, por las calles del barrio. Matando todo lo que estuviera a su paso, como hizo una vez, en esa misma casa, con el marido de Muñeca.
“Mierda, otra vez de noche”, dijo Muñeca en voz baja mientras sus lágrimas se mezclaban con la maldita lluvia.