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La ventana paradójica

Este artículo del autor fue usado como prólogo por el escritor Tomás Abréu para presentar su más reciente poemario.

Desde la simpleza o la complejidad, todo va a depender del ángulo de miras que se adopte, la poesía de Tomás Abreu abre una ventana al mundo. Concebida desde la hermosura de lo simple, esa ventana nos permite tomar el pulso de la brisa, del paisaje que se yergue en la montaña, de la llegada de una primavera que se despelleja, la mueca de un camino o la sed que nos ocupa como todo un inmenso desierto; desde esa ventana la vida cotidiana, filtrada por la agudeza y síntesis del lenguaje poético, se nos presenta como es en su propia finitud.

En cambio, asumida desde la perspectiva de su complejidad, esta poesía se transmuta, se metamorfosea, da un radical giro y nos coloca en la disyuntiva, retomando en cierta forma el platónico Mito de la Caverna, de tener que elegir entre un mundo reflejo, ayuntado a la existencia por la densidad de la sombra y otro mundo que, aunque zarandeado por la virtualidad del teléfono inteligente (Es recarga depresiva en el celular de quien no llama, dice el poeta) y el disco duro que da vida a la aumentada realidad de una pantalla, pesa de un modo particular sobre lo ineludible de la existencia del individuo en la modernidad tardía presente. Un individuo, cuyo paso por la vida oscila entre la clarividencia de la imaginación, que promete, de momento y en forma refleja, paraísos (quizás artificiales como en Baudelaire), y la incertidumbre, que unida al miedo cósmico y a la amenaza global de más pobreza, más hambruna, dolor y desesperanza, más desastres naturales, más guerras y terrorismo, y una pretensión artificial de prolongación de la vida y derrota final de la muerte, nos coloca ante el abismos de infiernos cotidianos.

De hecho, esta poesía, aunque carece de hipertextos, da al lector un enlace (link) imaginario para que entre al averno. En ambos modos de mirada, la poesía se manifiesta como testimonio desde la palabra, por la palabra y para la palabra. Manifiesto que da arraigo a su sustento: el ser humano, ese que, como preludia el poeta, mastica letras hacia dentro, porque en la palabra se asientan su morada y su horizonte ontológico.

De aquella disyuntiva se desprende una convicción vital, esa de que lo que entendemos por mundo real no es más que un plagio, que el carnaval, las carnestolendas no son otra cosa que fingimiento de una ficción, en la que, como en el poema psicográfico de Pessoa, se asume como ficticio el dolor que en verdad se siente. Las creencias y valores no pasan de ser espejos y trapos del disfraz de la existencia.

De ahí ese verso paradójico, pero certero, que no espanta el sofisma y que reza “El carnaval es lo fingido” (El plagio del mundo). Esta es la razón por la que su ventana, además de mirador del entorno, del barrio y de las honduras del alma del individuo actual, desde la niñez hasta la cruel adultez es, además, un espejo. Deja pasar, pues, la penetrante necesidad de conocimiento del ojo y su mirada, pero, al mismo tiempo, la dureza del azogue hace que la mirada se refleje, se devuelva hacia el sujeto y como un escalpelo, lo penetre, lo desangre, lo destaje y desvertebre. Así el puzle, el acertijo de que, cuando escribo, me reescribo bajo “la perpetuidad del relámpago”.

Alusiones en su poesía a Quevedo, Antonio Machado, Julio Adames, el cantautor Luis Dias, entre otros dan cuenta de su santuario de preferencias escriturales. Asimismo, este lenguaje estético de Abreu coquetea con argumentos, incluso, términos de las ciencias naturales, acercando con ello el arte al pensamiento científico, el sueño delirante, y creo que posible, de Feyerabend. Pero también, desde esta ventana se miran y se reflejan los conflictos de orden jurídico-político y socieoconómico e ideológico imperantes en el vertiginoso y desolador mundo actual, y en particular, en nuestra sociedad, con denuncias responsables de injustas o inhumanas situaciones, que el arte, si es auténtico, no podría jamás tolerar o ignorar; y digo responsables, porque desde el plano ingente, en lo humano, de la poesía, se formulan con cuidado del lenguaje y con conciencia estética.

Esta ventana poética de Abreu genera, en parte, la riqueza de la mirada en la genealogía y la procedencia, en tanto que instrumento para engendrar la sospecha y la aproximacion al objeto, inherente a Nietzsche y también, en continuidad de pensamiento, del conocimiento del ser y del mundo que produce el aprender a escuchar en la mirada, formulado por Heidegger; esa sinestésica aproximación conginitiva y emotiva que, desde la palabra como habitáculo y como revelación y exploración del fundamento de la existencia, nos abre horizontes y nos refleja como personas y como especie.

Es por ello que, ante la gravedad del compromiso de la poesía con el porvenir de la humanidad me ajuste, para concluir, y permitir al lector labrar su propia senda en este libro, al tenor de unos versos del autor que rezan:

Hay que abrir todas las ventanas,/ ajustar la balanza del pensamiento en su punto exacto,/ desangrarse en las bisagras de su estación./ Ser como un soplo de palabras que aspira el Universo.

Aquí se encuentran, simplemente, las ventanas del acontecer de la palabra y su poder revelador para los caminos de la vida y la trascedencia.

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