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El color de la mirada, de Pedro Ovalle

Me place escribir esta reseña sobre este poemario: Color de la Mirada publicado en este accidentado 2020 con sus confinamientos y muertes. Pedro Ovalle concluye su proyecto creativo iniciado hace 16 años donde se propuso escribir cinco poemarios relacionados con ese arcano que tiene el mundo y las cosas. Presentar múltiples colores y rostros: 1- El Color del Silencio (2004), 2-- El Color de la Soledad (2009), 3-- El Color de la Eternidad (2011), 4- El Color de la Nada (2018) y 5-- El Color de la Mirada. Una jornada de aprehensión de lo existente. Obviamente desde la peculiaridad de nuestro poeta Pedro Ovalle. Mocano, educador y promotor cultural. En su libro anterior, El Color de la Nada, escribí unas líneas sobre su texto a modo de una breve introducción en el libro, cosa que le agradezco por confiar en mi persona para tan digna celebración. Decía entonces: "El ser y el no ser danzan. Dialéctica de lo posible y fragmento de un color que manifiesta un estado de nulidad de la existencia, pero él, el poeta, como persistencia de la memoria.” Esta premisa constituye la fuente fundamental en el texto que leemos hoy.

Dice la canción que el tiempo es implacable, el que pasó. El tiempo ha sido objeto de curia y especulaciones, quizás hoy haya una mayor comprensión sobre el mismo, pero aún suena abstracto para el hombre común, A su paso nos queda la memoria como recuerdo que es transformado para dejarnos ver otra cara que el sueño y la intuición atesoran. Al seguir acumulando pasado, pierde su objetividad original. Ese pasar ligero y fugaz lleva consigo parte de la nada o tal vez de vacío. Para los budistas el presente es el auténtico estar del hombre, pero sucede que estamos anclados en el pasado, rumiando lo vivido o soñamos tanto con el futuro que perdemos nuestra verdadera Estación. Desde esta perspectiva el presente es tan fugaz como el pasado y frágil como el futuro. Hablamos del tiempo rectilíneo: Una flecha invulnerable. La filosofía existencial nos ha hecho ver ese no ser como un compañero de lo ido. Y como tal, nos pone frente a la nada que nos produce un estremecimiento de la existencia. La nada es interdependiente a lo existente. No es una Nada, más bien, un estar arrojado a la existencia, arrojado a una orfandad inequívoca de la inmanencia. Lo que nos puede dar sentido es la autenticidad de mí ser ante el panorama del no ser. Nuestro poeta parte de la metafísica del Ser que lleva consigo su no Ser ante el movimiento incesante del existir.

“Qué es lo que siendo siempre será tal cual es ahora y en este aquí que maña será nada para regresar al Todo ¿Y luego ser el Uno? estoy, es cierto; pero como el viento como la espuma o como el polvo siempre, a pesar de la fugacidad” (Pág. 40)

Para Ovalle la vida es un camino que hay que trascender. No por la lógica, más bien, por una intuición desde una contemplación presocrática, como si buscara el principio de lo existente en los elementos de la naturaleza, es decir, desde el mundo sensible, su herramienta epistemológica, pero para encontrar una respuesta interior, “resina odiosa de la perpetuidad.” “Pero de todas estas preguntas y trajín reflexivo, solamente nos queda la amarga y milenaria certeza de sabernos polvo.” (Pág. 41) La mirada es el desvelamiento de lo que somos frente a este Universo. Ciertamente, en Ovalle no hay pesimismo, más bien, angustia ante esta realidad efímera y limitada, aunque en parte se auxilia de la fe, de la trascendencia en Dios, pero, dentro de lo humano, la espina surca su conciencia que anhela la inmortalidad y la perennidad. Es una aspiración fundamental en el hombre. Su analogía tiene que ver con los elementos de la naturaleza y, a partir de ellos convoca ese anhelo en sus seres queridos, como esos poemas dedicados a su madre. También la soledad que lo pone ante esa presencia de la nada con el confinamiento a la que le ha llevado la religión del bicho el año pasado. Me gustaría profundizar un poco más pero no tengo el espacio para ello. Espero haber motivado la lectura de este excelente poemario del poeta Pedro Ovalle.