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La historia de Pamela

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Jesús PaniaguaSanto Domingo, RD

Vamos, levántate, que no hay tiempo que perder, le decían unas inoportunas manos en su espalda. Que te levantes, le repetían las mismas manos mientras perdían la paciencia y ganaban en cólera. Para evitar lo peor y lo ya vivido, Pamela abre sus ojos faltando trece minutos para las cuatro de la tarde. Ahí está tu ropa y las manos la dejan caer en la cama carcomida y longeva. Pamela sabía que si perdía tiempo, dejaba de ganar dinero. Se viste lo más rápido que sabe que en la medida que pasa el tiempo, aumenta la demanda de su negocio. Pasó por el Mercado de Carnes Blandas con su falda de lentejuelas violeta y su escote bien pronunciado, con el que sacaba la vulgaridad de los empleados y la discriminación de las tesoreras en el mostrador. Ella, acostumbrada a esas diatribas, se pone sus lentes oscuros para evitar la vergüenza latente. Llega al punto de encuentro y saluda a las demás compañeras con gesto afable. Sus ojos melosos y sus uñas rosadas mal cortadas delataban su corta edad. Mientras su mejor amiga, Lurdes alias “La Queen”, le cuenta el susto que pasó con el cliente la noche anterior, llegan las mismas manos a traerles comida a todas. Eran siete. Ellas se sientan de manera contigua justo debajo de la mata de mango que les regalaba la negrura. Comen como obreras y procuran alimentarse para la ardua labor.

Este es el oficial que le estará vigilando hoy, se llama Eclesías, dice Humberto, mientras les terminaba de servir el agua. Hola, dicen las niñas en coro, aunque Pamela no paraba de comer. Si hay algún problema con los clientes ya se saben la seña ¿verdad? – todas acataron con la cabeza. Terminaron de comer y se dividieron en formas geométricas. La idiosincrasia de la pequeña, no dejaba su conciencia tranquila, pero ella tenía claro que si no hacía lo indicado, ni su madre ni sus hermanos comerían al siguiente día. Pamela conoció de forma efímera a su padre. Los incrédulos dicen que fue asesinado por error, mientras que la policía no se cansa de repetir que por ser una persona con un expediente tan execrable no merecía pertenecer a la sociedad. Su madre, discapacitada y desconsolada, le pedía todos los días a Dios que le devolviera la vista perdida.

A Pamela se le pierde la mirada en lo que veía a sus amiga Nabila ser magreada por un camionero de la ruta del Este. En su pequeña cabeza se propuso ser instrumento de tres clientes para así no tener que trabajar el sábado para poder ir a la escuela que tanta falta le hacía. Ella sigue observando como Nabila cae ingenuamente en las peticiones del cliente; le muestra todo por adelantado. Era una bisoña, había recibido su primer pago la semana pasada, junto con su primer periodo menstrual.

Humberto llega sin ser percibido y le dice al oído de forma vulgar que la quiere volver hacer suya. Ella se hace la de oídos sordos y camina alejándose de él parsimoniosamente. Humberto con la ideología que el que persevera triunfa, se le vuelve acercar y esta vez abrazándola por la espalda, le repite la dosis con una morbosidad aberrante. Pamela sin perder la paciencia, pero inquieta por comenzar a trabajar, le dice detalladamente para que es buena junto con su precio para cada solicitud. Humberto se ríe falsamente y le da un leve empujón donde hace que sus tacos negros toquen el pavimento. Se retira un tanto enojado.

En ese mismo momento llega un auto rojo vino y se para poniéndole la puerta del pasajero en frente. Pamela se ordena, y muy a lo Elvis Crespo le dicen: “Pequeña, échate pa’ ca”. Pamela no pudo ocultar sus dientes. Entablan un coloquio un tanto discreto donde pactan juntarse en ese mismo sitio cuando el sol deje de alumbrar las suciedades del lugar. Se sentía entusiasmada por dos cosas; una de ellas porque ya tenia cliente para la noche y la otra era que el cliente era muy agradable a la vista, cosa que la hacia olvidarse un poco del trabajo.

La penumbra llegó como de costumbre y el carro rojo vino fue bastante puntual. Ella se monta sin pensar y sin acordar precio. Ambos se dirigen hacia el sitio donde la acción espera con más ganas que deseos. Había un ámbito de intranquilidad en el trayecto, hasta que el joven rompe el hielo preguntándole la edad. Ella después de pensarlo responde que haga su panorama y que saque sus propias conclusiones. Pamela sagazmente levanta sus piernas y las recuesta en la parte frontal del auto. Con su gran erudición en vender placeres, desplaza su mano sobre el muslo del muchacho y siente el efecto que ella causa en el tan rígido como acero que acaricia como quien no quiere la cosa, para no darle un avance mas certero de lo que esta por venir.

Cuando llegan a la estancia de un hotel de mala muerte, se comienzan a besar justo en frente de la puerta. Las fuertes respiraciones aumentaban el entusiasmo y ayudaba al misterio del futuro cercano. Cuando las ganas llegaron a su punto de ebullición, se revuelcan en la cama como perros, hasta quitarse la ropa al mismo tiempo. El, adicto a su olor, la besa por todas las partes del cuerpo y Pamela le ruega a Dios que no se acabe este momento. La penetra con una fuerza enigmática y con una dulzura divina, donde hacen el amor y el sexo sin saber quién es quién. Después de catorce minutos mal contados de sudor, excitación y ternura, Pamela llega a su primer orgasmo y al mismo tiempo él le confiesa que no se imaginaba esta sensación. Caen cansados en la cama y duermen desnudos y abrazados por la pasión.

Ella es la primera en parase de la cama y no se por qué sintió vergüenza. Se viste y levanta al joven al que aun no le conoce el nombre. Cuando iban de regreso, Pamela no sabia como hablarle del precio. Es absurdo, es solo un cliente, pensaba ella mientras que su corazón estaba jugando un papel diferente. Llegaron donde se encontraron y el joven sin hablar le pasa un dinero que ella sin contar entra en el bolso negro de su madre. Cuando el auto se pierde de vista, ella ansiosamente saca el dinero para contarlo, aunque para ella en ese momento el dinero era superfluo. Para su sorpresa el joven le había pagado tres veces y medio más de lo que ella cobraba. No se lo podía creer, hablando con “La Queen” calificó su noche como perfecta. Le pagó a Humberto su parte (solo por un cliente) y se marchó agotada para su casa.

Al día siguiente las manos no tuvieron la necesidad de levantarla. Pamela fue temprano al mercado e hizo la compra para la semana. La madre al oír esto, dejo caer sus lágrimas al suelo y levantando sus manos al cielo le pregunta a Dios ¿por qué?, sin saber que no se le pregunta por qué, si no para qué. Pamela consuela a su madre contándole todo lo sucedido y le hizo entender que solo fue un cliente, no cinco como ella estipulaba. La madre, ya un poco más calmada, la abraza y le pide perdón entre los sollozos.

Pamela sobresaltada por ir a trabajar llega al punto de reencuentro una hora más temprano. Llegó a las cuatro de la tarde. Esperó con paciencia efímera a sus compañeras para hacer la rutina antes de ir a trabajar. Su conmoción era tan grande que todas la percibieron y Humberto quería saber la causa, aunque se hacia de vista gorda. Pamela se colocó en el mismo lugar de ayer intuyendo que pasaría el joven que la enamoró en una noche. Para bien o para mal, obtuvo clientela temprana y como Humberto estaba por los alrededores no podía refutar la oferta del cliente. Así que alquiló su cuerpo sin ganas y permitió que utilizaran su cuerpo para fantasías imposibles. Su cuerpo flamante era digno de adoración; con un costo mayor, pero justo. Mientras las perfecciones de sus curvas eran consumidas, su mente estaba en otro lado y le urgía llegar para volver a trabajar.

La niña ya en su lugar, seguía esperando con ansias al carro rojo vino. Se acerca un vehiculo muy elegante, negro como la noche. Al ver que se aproxima, se aleja para evitar que sea llamada. Ella da la espalda y camina en dirección contraria rápidamente, pero una voz la detuvo diciéndole: “Pequeña, échate pa’ca”. De manera imprevista su corazón comenzó a latir mucho más fuerte, y sentía un calor por dentro que la hacia sudar por fuera. Sus nervios la llevaron al carro que esperaba por ella y dio por terminada su espera. Fueron al mismo hotel anacrónico donde ella pidió amablemente en su lenguaje primitivo que le permitieran pasar las cuatro horas en la habitación número 302; la misma donde pasó su primera noche de amor. Su petición fue cumplida y ya llegando a la puerta de la habitación, Pamela le pide el nombre al joven. Él mirando el reflejo de sus ojos le dice: “Orlando, para ti”. Ella se conformó porque simplemente no tenía mas opción. Se conformó como todos nos conformamos en la mediocridad. Se conformó con una voluntad impuesta y no refutó nada con miedo a perder lo que tenía. Al entrar al alcoba, la química perfecta los inundo de una sensación maravillosamente absurda y muy humana. Ya después de estar los dos complacidos, el joven atisba las perfecciones de el rostro de Pamela. El pasa sus dedos lánguidos por todo su rostro. ¿Qué pasa? dice sonriendo. Que no me lo creo, dice el joven y bastó la sinceridad de sus palabras para tener otro encuentro amoroso. Después de cuatro horas delirantes el joven le pregunta la dirección y establece autoritariamente que por hoy ella no trabajaba más. Pamela acató su argumento y le dio la dirección muy minuciosamente. Al llegar al vestíbulo, le roba un beso ingenuo y agradecido. Él le paga de la misma manera y deja que entre a la casa para luego marcharse.

Así pasaron los tórtolos varios meses surrealista. Pamela no volvió a alquilar su cuerpo, ella solo se lo entregaba a Orlando una tres o cuatro veces por semana. Orlando nunca dejó de pagarle, aunque había veces que ella no quería ser pagada. Discutían arduamente, pero al final él resaltaba la verdadera razón por la cual ella hacia esto; le conmovía el corazón de manera tal, que aceptaba el dinero. Sinceramente, muy desinteresada. Me acuerdo que en el cumpleaños número 16, Orlando la llevó vendada hacia su casa donde le preparó un plato exquisito, que aprendió a cocinar solo para ella. La condujo a su precioso jardín rodeado de orquídeas y le regalo un collar de oro blanco donde estaba estampado el pensamiento mas sincero que él tenia sobre ella: “La perfección no existía hasta que te encontré”.

Para culminar la noche, Orlando tomó su guitarra y le dedicó la canción “Solo para ti” de Camila, junto con su postre favorito: dulce de coco. Cuando él a capela le cantó:

“Tu has llegado a encender

Cada parte de mi alma

Cada parte de mi ser

Ya no tengo corazón

Ni ojos para nadie,

solo para ti”

Brotaron lágrimas de alegría y él fue interrumpido por un abrazo y un arsenal de besos. Pamela no quería despertar de este sueño realidad. Había descubierto sentimientos que estaban exiliados por su trabajo. Gracias por el mejor aniversario de mi corta vida, le dijo Pamela justo siendo depositaba en su casa. Gracias por dejarme compartirlo contigo, le dice Orlando enamorándola en cada una de sus palabras.

Creo que duraron poco menos de un año en ese amor hambriento.

Un mal día de septiembre Pamela preocupada, sale a la farmacia mas cercana a comprar la prueba de embarazo, para dar por concluida sus sospechas del retraso de su periodo menstrual. Impaciente y cautelosa hace todas las indicaciones del procedimiento y para bien o para mal su vientre era vientre de cuna. Comenzaron los sollozos y no sabía si eran de alegría o de miedo. Ese mismo día, ya en la oscuridad, Orlando pasa por ella para llevarla por vez primera al séptimo arte. Terminada y muy deslumbrada por la película, Pamela aprovecha la serenidad de las estrellas para darle la noticia. Después de haber ensayado en su casa varias veces como hacerlo, opto por la manera más rápida y para ella la mas eficaz; fue directo al punto.

—Orlando estoy embarazada

—¿Cómo fue? —con la frase, sus labios quedaron deshidratados.

—Orlando, que estoy embarazada —ya perdiendo la paciencia.

—Pero ¿por qué?, ¿qué pasó?

—¿Cómo que qué pasó? Orlando, qué crees que pasó

—Se supone que tomes “pastillas para regular” no?

—Las deje de tomar hace un tiempo, pero no le di importancia porque siempre usas protección.

Pamela se desmonta desconsolada del carro que aun estaba en movimiento. Corre las últimas dos cuadras para llegar a su casa mientras que Orlando la sigue con el vehículo, pregonando por la ventanilla que lo perdone. En la puerta de la casa Orlando la intercepta y la toma en sus brazos para que use de pañuelo su camisa. Le pide perdón y le promete que ese amor es de dos y ahora de tres. Ahí, en la escalera frontal de la casa de Pamela, un poco mas calmados, se burlan del nombre que va a tener el bebe. Acuerdan que si es niña, Orlando será el encargado del nombre, de lo contrario será Pamela. Al ver que ya el sol está por salir, Orlando se despide con un beso que hasta hoy, Pamela confiesa que no ha olvidado. Orlando se compromete a por primera vez presentarle a sus padres y que pasará por ella poco antes de las seis de la tarde.

Llegó el día, la hora, pero no Orlando. Sorprendida y ligeramente angustiada llama a su celular que de primera instancia es el contestador que le notifica que el número ha sido suspendido. Para no precipitarse a suposiciones inconclusas y obviamente falsas para su alma, se ocupa con sus hermanos y los quehaceres de la casa, en lo que Orlando llegaba. Después de una larga espera el sueño la venció. Al día siguiente se quedó en vísperas de su amado y así estuvo unos cuantos meses. Su larga espera se hizo eterna y como ya había gastado lo poco que ahorro construyéndole un baño digno a su madre, volvió a lo que ella llamaba “su profesión”. Humberto la recibe con los brazos abiertos y le comenta que lo vaticinaba desde el albor. Ella con el corazón en dos, le dice seriamente que mientras menos se habla del tema mucho mejor. Humberto respectó su petición y ni él ni nadie le hablo del joven fugaz. Comenzó a prestarle su cuerpo a sus clientes “primorosos”. Nunca entendí por qué la inflación de su vientre aumentaba la demanda de sus servicios. Ocho meses mas tarde, materializó el amor y convirtió en humano el sentimiento que existió; era madre de una hermosa niña. La bautizó Manuela, en memoria de su padre. “Para el único hombre que ha servido en este mundo” —gritó cuando cargó a la recién nacida. Pamela fue registrada como la número 354 en tener un bebé con menos de 18 años de edad en el año 2004.

A veces es mejor olvidar para no olvidarnos. Pamela tiene más de 5 años recordando aquellas jornadas. Está todos los días en el mismo lugar donde conoció el amor, y espera con ansias que regrese, por lo menos para que le devuelva la mirada que le sirvió de trasfondo de sus ojos.

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