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Artes Escénicas

Teatro a la mala (2 de 2)

Camilo

Durante la infancia de Camilo Moreno, las chichiguas alegraban la vida de los niños del barrio La Ciénega, en Santo Domingo. La de la cola más larga era la de un vecino que se divertía al construir y volar ese objeto.

Camilo nunca sospechó que las cometas que alcanzaban al cielo estaban llenas de paquetes de droga, que iban al otro lado del río.

“Él hacia su contrabando por el aire. El Señor de los cielos”, bromea Camilo, un muchacho de contextura fuerte y con un arete en cada oreja.

Bromear caracteriza a Camilo, de 21 años. Casi siempre al terminar de hablar dice “ya usté sabe” y, en algún momento, detiene la entrevista para ayudar a una señora que llevaba una pesada bandeja.

Todavía recuerda cuando a los 12 años, le salpicó en los zapatos la sangre de un muchacho al que la Policía acababa de matar en el barrio. Luego de superar ese susto, Jaque (la mamá de Camilo) le dio una golpiza. Todo por el temor de que su hijo se mezclara con delincuentes.

En la escuela era obligatorio pelear. Una vez Camilo vio cómo cinco muchachos agarraron a otro chico y le entraron a puñaladas.

El teatro llegó a la vida de Camilo gracias a un programa de antipandillas que organizaba obras. Una de ellas, un musical de Jesucristo Superstar.

Camilo tenía como diez personajes en esa presentación. Era el pueblo; uno de los 12 discípulos; uno de los que clavaron a Jesús.

Después la repitieron y solo le tocó ser Judas.

Villa Mella

El grupo se mostraba tímido frente a la celebración de los espíritus. Eleccio quería que observaran una fiesta de vudú.

La alegría del ambiente, le recordaba a Camilo a su abuela Antonia. A ella siempre le gustaron esas celebraciones mágico religiosas que llegaron a la isla con los africanos. Su abuela siempre era la anfitriona.

Camilo recuerda que ella leía las manos y las cartas en un rincón de su casa. Le advertía que solo el Diablo lo visitaría en la prisión si se metía a delincuente. Ella fue su mano derecha, pero no llegó a verlo como actor.

Hace años que la memoria se le fue y pocas veces recuerda a Camilo.

SEGUNDO ACTO

Revoluto

Es tan grande la fobia que siente Jhoao hacia la Policía, que si le hacen elegir entre pasar por una esquina llena de agentes policíacos y otra de ladrones peligrosos, pasa más cerca de los rateros.

Un domingo iba de camino a su casa y unos policías lo pararon. Les dijo que era estudiante.

Ellos le dijeron que era delincuente: “Mirate las trenzas y el cabello, los estudiantes no andan así”.

Solo unos segundos pasaron, en los que Jhoao sacaba su carnet de estudiante y les preguntaba el porqué del apresamiento. Solo unos segundos le tomó a uno de los policías darle un trompón en la boca.

Un golpe tan fuerte que —a meses del suceso— de solo recordarlo a Jhoao le duele la muela.

Ese domingo amaneció preso. Fue la primera vez que le pasó a él, pero no la primera que veía a la Policía llevarse a muchachos de los barrios de Guachupita y San Carlos. Tuvo suerte.

Pasó una noche en el destacamento. Otros duran hasta cuatro meses en la cárcel de La Victoria.

“Yo sé que el ladrón me puede atracar y me puede matar, pero no va a manchar mi dignidad”, dice Jhoao. “Cuando la policía te agarra, te pasea en la parte de atrás de una camioneta y todo el barrio te ve. El que no me conoce pensará que soy un delincuente”.

Tal vez por eso el destino hizo que, en la obra que ahora ensaya, le tocara interpretar a Revoluto. Un personaje que representa la fuerza revolucionaria que tiene cada Estado para luchar contra el poder, pero también un revolucionario que, bajo la excusa de ayudar a otros, toma todo el dinero del pueblo.

Si Jhoao se convirtiera en Ministro de Cultura, pusiera un centro cultural en cada barrio. “Mi papá y mi mamá no van a salir de su casa a ver una obra de teatro”, dice Jhoao.

Mínimo

El pánico escénico de Máxima es tan enorme, que cuando le tocaba exponer en el colegio debía interrumpir su presentación y correr a vomitar al baño. Incluso en la universidad, donde estudia para ser psicóloga infantil, el temor la atrapa

Sus profesores no entendían cómo podía actuar frente a todo el colegio, pero no presentar la clase frente a sus compañeros. Para ella, actuar es una forma de liberación, porque siempre interpreta a alguien más.

Para esta obra, supo que era Mínimo desde que le dieron el libreto. No cree que sea porque este es el personaje más vulnerable y maltratado.

“Me encantaría ser Fortido y que Camilo hubiese sido Mínimo. Pero en cuanto fuimos avanzando me di cuenta que yo era el personaje”.

Mínimo representa en la obra al pueblo que pasa hambre y a quien todos engañan. A ella no le molesta representar a Mínimo, en especial si sirve para la obra.

Fortido

Cuando Camilo anunció que quería ser sacerdote, sus papás lo apoyaron.

Cuando dejó el proceso a mitad, por falta de vocación, también lo apoyaron.

Cuando empezó a jugar fútbol, a pesar de ser un deporte de niños ricos, en un país en que los niños pobres sueñan con ser peloteros, también lo apoyaron.

Todo cambió cuando anunció que quería dedicarse al teatro. Sus padres empezaron a discutirle.

Cada día de ensayo, Camilo llega a las 11 de la noche. En su mente ronda la imagen de Fortido, el personaje en que debe convertirse. Una caracterización de la fuerza bruta y la obsesión con la cultura fitness.

Nunca ha invitado a sus padres a verlo actuar.

Tampoco les dijo que lo despidieron del trabajo por pedir un permiso para practicar la pieza Pedro y el Capitán. “Tú y ese teatro. Vas a quedar loco”, le dijo su papá cuando Camilo empezó a montar zancos y escupir fuego.

A Quiringo, su padre, no le gusta que su hijo tenga tatuajes y aretes en las orejas: pueden confundirlo con un delincuente. A pesar de todo lo quiere. La mamá de Camilo siempre le decía: de cinco hijos, solo en el nacimiento de Camilo lloró Quiringo.

El telón

Pocas personas piensan en cómo se siente un actor cuando sale a escena. Eleccio cree que los escenarios tienen algo que hace que el actor se sienta diminuto. Es difícil saber lo que sintió el nuevo elenco cuando miraba hacia las gradas vacías.

Máxima no imaginaba que aguantaría diez minutos colgada de una cuerda en medio del escenario. Tampoco pensaba que, al día siguiente, botaría toda la piel de sus muñecas.

Camilo no sabía que sus padres irían a verle. Nadie podría adelantarle las palabras de su papá, al verlo bajar del escenario: “Tal vez tú no eres tan pájaro y si eres artista”, una forma extraña de mostrarle admiración.

Jhoao tampoco pensaba que su mamá, sus hermanas y sus tíos irían a verle. Puede que presintiera que su papá no iría. Ninguno de los actores podía detenerse a pensar en el futuro.

FIN

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