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Crítica teatral

Palabra abierta. California

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Waldo González LópezSanto Domingo

El estreno absoluto en Miami, Estados Unidos, de la esperada comedia negra Actrices, en la Sala-Teatro Ocho la noche del pasado sábado 15 [de febrero de 2020], aconteció como se esperaba: sold out. Sí, el lunetario vendido, tal acontece en cada nueva puesta de la minitropa conducida por la infatigable pareja integrada por los actores y directores escénicos argentinos Alejandro Vales y Jessica Álvarez Diéguez.

Y no podía ser de otra forma, pues la pieza del dramaturgo, también argentino, Víctor Hugo Cortés, posee los componentes necesarios para conquistar —apenas iniciada y hasta el final— el disfrute de los espectadores, a los que tiene y mantiene sujetos en sus lunetas a la expectativa de situaciones histriónicas y ¿acaso absurdas? pues, como en la vida, no pocos momentos supuestamene irracionales, se corroboran en la cotidiana (y a veces, también) absurda, loca existencia. No es gratuita la mención del término absurdo, pues no es raro en la dramaturgia rioplatense, en la que cuenta con numerosas piezas de este género, como constaté décadas atrás. En tal sentido, creo oportuna la siguiente anécdota, pues recordé mi manoseada antología de teatro del absurdo, publicada en la Argentina de los años 60 y adquirida por mí en una “librería de viejos”, en La Habana de los 70. Mucho me sirvió aquel breve volumen, no solo para conocer la producción dramatúrgica rioplantense de tal género, sino además para emplearla en mis clases de Historia del Teatro Latinoamericano en la Escuela Nacional de Artes Dramáticas (ENAD) y, por supuesto, para facilitarles buenos textos a colegamigos directores, como el recordado actor Pedro Álvarez (quien sería uno de los fundadores de la icónica Compañía Teatro Estudio, creada por Vicente y Raquel Revuelta) y la actriz María Elena Espinosa, fundadora con este crítico de la Cátedra de Teatro para Niños y Jóvenes en la propia ENAD, hoy residente en España, donde continúa en la escena.

Actrices se vincula al amplio grupo de comedias argentinas que disfrutamos —desde la presencia años atrás del minicolectivo en Teatro Ocho— por ser el idóneo espacio en dar a conocer la actual dramaturgia rioplantense y, sobre todo, su óptima comedia, gracias a la tradición de grandes comediantes, entre los que descuella Alberto Olmedo (1933-1988), actor, humorista y uno de los capocómicos más importantes en la historia del espectáculo en su país por su destacada labor en TV, cine y teatro, y quien, además, es el padre de Sabrina Olmedo, integrante del elenco, como enseguida veremos.

Cuatro valiosas actrices encarnan igual número de… Actrices, que se debaten en el complejo micromundo teatral, donde el triunfo o la frustración, la alegría o la tristeza, como otras complicadas situaciones “humanas, demasiado humanas”, no pocas veces embrollan las difíciles vidas de actrices y actores, quienes laboran con una inmarcesible, pero real materia: la sicología, ciencia que, según definen los diccionarios, estudia y analiza la conducta y los procesos mentales de los individuos, sensaciones, percepciones, como el comportamiento en relación con el medio físico y social que los rodea. Veamos el elenco:

Jessica Álvarez Diéguez es Imelda, una tontuela mujer que desde joven quiere ser actriz, pero es mediocre y alocada, y padece desde tiempo atrás su frustración por no ser la estrella que siempre ambicionó ser. Idónea criatura que encarna a la perfección Jessica, quien, como ha demostrado en otras comedias, brilla en estos papeles, por su temperamento y sicología.

Sabrina Olmedo se mete tanto en la piel y el alma de su notable Julia Linares Burt, que parece haber sido concebida para ella. Esta Julia es orgullosa y la más experimentada del cuarteto. Reconocida actriz e hija de reconocidos actores, no permitirá las traiciones y engañifas de sus colegas, menos aun la de la joven Nina, quien es amante de su esposo.

Claudia Albertario se desempeña con muy buen tino en su difícil criatura: Celeste, quien no es mujer, sino hombre, pero mantiene en secreto su condición de travesti, pues no se ha operado; ya ha actuado con Julia y, como las otras, es ¿amiga? de Julia.

Y, finalmente, Lauchi Olivier, quien incorpora con precisión a Nina, la más joven y decidida, y amante del marido de Julia. Ama el teatro y ha jurado ser una actriz el resto de su vida. Por ello, lucha denodadamente. Muy logrado su papel.

Mas, también sus nombres simbolizan cuatro figuras de la escena, de acuerdo con la expresa intención del autor, tal le confesara al director de la puesta, Alejandro Vales. Leamos:

Julia, por la clásica obra teatral La señorita Julia (1889), donde su autor, el sueco August Strindberg, se adelantó a su época en las tablas, al abordar las clases sociales, el amor, la lujuria y la batalla de los sexos.

Imelda (1830), por la ópera en dos actos Imelda de Lambertazzi, con música del italiano Gaetano Donizetti, y libreto de Andrea Leone Tottola.

Celeste (por la novela picaresca La Celestina [1499] del español Fernando de Rojas). Aunque Celestina no es el título de la novela (Tragicomedia de Calisto y Melibea), su relevancia es tal, que acabó por darle título. El personaje es lo opuesto a los idealizados de la época medieval: frente a la mujer angelical y pasiva, Celestina es una sabia y avariciosa hechicera, con iniciativa y simbologías demoníacas (como la barba y la cicatriz que cubre su rostro). Capaz de manipular a cuantos la rodean, Celestina es conocida y necesitada en la ciudad, ya que representa el placer que todos desean, pero que no siempre pueden conseguir abiertamente.

Y Nina (de la también clásica pieza La Gaviota [1896] del dramaturgo y cuentista ruso Antón Chejov). La Gaviota devino, dirigida por el creador del sistema actoral y célebre director Konstantin Stanislavsky, el símbolo del teatro ruso moderno, y Nina, su protagonista, el papel ansiado por todas las actrices, por ser una joven aspirante a actriz que sueña con las altas esferas y admira a la gente importante. Su pasión e ímpetu son el símbolo de las nuevas generaciones que estaban a punto de hacer estallar la luego temible Revolución Rusa. Sin embargo, al igual que la gaviota fusilada por el personaje de Tréplev, Nina es abandonada por Trigorín, Amplio puntaje gana Alejandro Vales, por su dirección y puesta: experimentado intérprete, aquí evidencia sus años de experiencia desde joven, cuando iniciara su incursión en la escena argentina, la que ama con la pasión y la humildad que muestra en cada puesta, siempre secundado por su inseparable familia: Jessica y sus tres hijos. Sin duda, Actrices y los personajes concebidos por Víctor Hugo Cortés para esta “noche de confesiones”, tienen mucho que ver con el misterio y las tramas de la novela policial. La sagaz Julia ha invitado a sus colegas para informarles de un ¿nuevo? proyecto escénico ideado por ella con un motivo poco común: ¿a quién les gustaría asesinar? Mas, en realidad, Julia oculta su venganza por las traiciones de sus colegas, como también ella les ha hecho a ellas. Pero, no voy a revelarles el secreto. Lo sabrán, estimados lectores, si el próximo viernes o sábado, asisten a Teatro Ocho. Un punto que me parece singular: el dramaturgo, tal una antología mínima de la Historia del Teatro Universal, incluye títulos de piezas clásicas de la tragedia griega, la shakesperiana, como las de algunos grandes autores del Siglo de Oro: Lope de Vega y Calderón, algunas de Molière y de Lorca, entre otros nombres y títulos esenciales. Mas, asimismo, en no pocos momentos (y regreso a lo policial): Imelda alude a títulos esenciales de la novela policiaca, como asimismo, el autor adopta y adapta con agudeza y humor elementos y componentes propios de esa narrativa, tan gustada ya en las décadas de los años 40 y 50 del siglo pasado por los relevantes escritores argentinos Borges y Bioy Casares, quienes tal el formidable ensayista y poeta mexicano Alfonso Reyes, no tuvieron a menos mostrar su complacencia por un género tan favorecido por lectores y espectadores teatrales y cinematográficos y, sin embargo, criticado por algunos…

Un componente decisivo del texto es la ironía, categórico rasgo de la idiosincrasia argentina, que nutre sus vigorosas dramaturgia, escena y narrativa. Ello se muestra en los juegos de palabras, ambivalencias y ambigüedades que, incluidos en el valioso texto, corroboran el talento y cultura literaria del dramaturgo. Otro aspecto relevante para el crítico es la adopción por el autor de tópicos del humor negro, del teatro de la crueldad y del absurdo. Asimismo, la constante batalla interpersonal entre las actrices es un componente esencial del admirable teatro en la Grecia antigua, iniciadora en Occidente del infinito milagro de la escena. De donde., además, proviene el término Agon, que, como se sabe, en griego significa la lucha entre los personajes, con el coro como juez, que aquí es o sería el público. Pero no solo Celeste, quien, travesti, sufre en silencio, sino las cuatro que ocultan sus penas y esa noche de confesiones, revelarán las frustraciones y miserias ¿humanas? que padecen cada día de sus difíciles existencias por la compleja profesión de actrices que, a pesar de todo, aman. En consecuencia, estas mujeres podrán odiarse en ocasiones, pero al final, las gana y une su profesión compartida. Y he aquí, para el crítico, donde radica el mayor mérito de la obra y, sobre todo, el autor, quien en este punto de nuevo evidencia su amor por “el gran teatro del mundo” (v. g.: Calderón de la Barca). Last, but not least: conmino a mis lectores a que asistan el próximo fin de semana y puedan así disfrutar y reír, pensar y compatir fraternalmente con estas cuatro excelentes Actrices, dirigidas con maestría por Alejandro Vales.

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