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Memorias

El verano en que cuidé la casa y los juguetes de Pablo Neruda

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Luis Alberto TamayoSanto Domingo

En enero de 1985, yo tenía 25 años. Era un escritor con un par de cuentos publicados y con un dedo fácil. Es decir un impulso irresistible, incontrolable me llevaba a levantar mi mano con el dedo índice extendido y ofrecerme para lo que fuera, con tal de tumbar a Pinochet. La permanencia de la dictadura se me había transformado en una cuestión personal.

Esa noche estábamos en el velatorio de Matilde Urrutia, la viuda de Pablo Neruda, en calle Márquez de la Plata a un costado del Cerro San Cristóbal en Santiago de Chile. Matilde Neruda, que así la llamábamos en dictadura para hacer caer sobre ella el manto de protector del Premio Nobel, estaba enferma de cáncer y se iba a cumplir el peor de sus temores: morir lentamente.

Ella recibía en su casa a los escritores jóvenes, a los poetas a los pintores; era una especie de madrina para los proyectos culturales. En una de las conversaciones que tuvimos, hablamos de la muerte y ella nos dijo que quería morir en la calle, subiendo una escala, caminando contra el viento, en un bosque, en un roquerío, quería una muerte fulminante.

Luego dejamos de hablar de la muerte y nos contó de un barco soviético que había inaugurado en su último viaje, un enorme carguero llamado “Pablo Neruda”. —“Cuando desde la costa el encargado de puerto pregunte ¿quién va?, desde el barco responderán: Va, Pablo Neruda”.

Matilde era buena narradora y era feliz contando. Sigue su relato: “Pregunté entonces por la botella de champan para reventarla en la proa, —entonces me dijeron que ellos no hacían eso, que el champan se lo tomaban, entonces toqué una campana, corté una cinta y se dio por inaugurado el barco.

El barco inició el viaje entre un mar inquieto, las olas lo abrazaban, pero el barco era enorme. Así iba el “Pablo Neruda”. Matilde nos hablaba de ese barco y de sus temores a morir enferma, quería haber muerto

Así, en un barco mecido por el Báltico o el Mar Negro y con marineros borrachos que copa en mano le hablaban las cosas más bellas, porque ella no entendía nada. Allí hubiera querido morir, —nos dijo. Matilde Murió como no quería, flaquita, débil. Ahora estaba ahí en su ataúd de madera brillante y arriba el retrato que le hiciera Diego Rivera en que aparece con dos caras y su maraña de pelo rojo.

La juventud comunista con sus camisas amaranto hacía guardia de honor al ataúd, era como otro funeral de Neruda. La casa llena de personajes de la cultura y afuera autos estacionados con vigilantes de la dictadura. Muchos jóvenes cooperando en lo que fuera, poniendo sillas a los mayores, acomodando coronas y ramos de flores.

Se notaba la presencia del Partido Comunista, también de la familia del poeta y Matilde y los amigos de Matilde que se sabía, estaban trabajando para crear la “Fundación Neruda”. Entonces aparece un hombre de terno y muy amable. Muchachos, —dijo con voz seria, “necesitamos colaboración”.

Un grupo nos acercamos y escuchamos atentos: Recuerdo que nos dijo algo así como: La “Fundación Neruda” no está constituida aún, aún no tiene personería jurídica, los bienes de Pablo fueron confiscados por el Estado de Chile porque él dejó todo a los sindicatos y al Partido Comunista y todo eso no existe legalmente. La casa de Isla Negra y esta casa y la de Valparaíso, se la entregaron a Matilde en préstamo o comodato mientras viviera, pero al morir Matilde y no haber Fundación Neruda, el Estado chileno puede hacer efectiva la posesión de estos bienes.

La casa de Isla Negra en este instante está sola, no hay nadie, podría ser saqueada entera, o dañada, o puede llegar el intendente con un piquete de marinos y tomar posesión de ella.

“Necesitamos que vayan al menos dos personas a cuidarla, dos personas que firmen el acta de entrega y que a partir de ese momento se haga cargo a la intendencia, la Gobernación o lo que sea de lo que allí suceda. Necesitamos tener a alguien porque la casa está sola. Lo necesitamos ahora”. Entonces levanté mi mano. Yo andaba de bluyín y camisa en verano, no existían los teléfonos celulares.

Un amigo se comprometió a ir a mi casa a avisarle a mi madre que yo estaba bien y que no llegaría en varios días. El otro muchacho que levantó la mano fue El Ovejo, nunca supe cuál era su nombre, pero en tiempos de dictadura era mejor no saber. El Ovejo era como de mi edad y crespo, como una oveja.

El abogado nos dijo que debíamos partir de inmediato y nos dio un sobre con dinero y una carta dirigida a Rafael Plaza, “Rafita” el amigo de Neruda, carpintero, albañil y arquitecto autodidacta que era el realizador de cada locura que se le ocurría al poeta en asunto de construcción, reparación o modificación o adaptación de algo.

Viajamos de noche en bus y llegamos a Isla Negra de madrugada. Isla Negra es un caserío costero, no es una isla, llegamos a una casa de madera con luz encendida. Ahí nos esperaba Rafita, recibió la carta, nos pasó llaves de la casa del poeta más frazadas y un par de sacos de dormir. Nos acompañó a la casa de Neruda. Corría un viento frío, la noche estaba oscura y llena de estrellas. Sentimos el ruido del mar en la cara.

Abrimos los candados oxidados, sonaban las cadenas esa madrugada, quizá las tres de la mañana. Entramos al jardín, ahí estaba el “Locomovil” esa especie de locomotora, pero que era una máquina de vapor que movía una gran rueda de hierro y hacía girar una cinta de acero dentada con una pequeña linterna. Caminábamos como soldados soviéticos caminando por la frontera, a paso militar y decidido. Una y otra vez una y otra vez y mirando, escuchando. Había que cuidar los juguetes de Neruda. El Ovejo y yo sabíamos que Neruda había escrito en su libro Canto General:

TESTAMENTO I

Dejo a los sindicatos del cobre, del carbón y del salitre/ Mi casa junto al mar de Isla Negra./ Quiero que allí reposen los maltratados hijos de mi patria, /saqueada por hachas y traidores, /desbaratada en su sagrada sangre, /consumida en volcánicos harapos. /Quiero que al limpio amor que recorriera mi dominio, /descansen los cansados, Se sienten a mi mesa los oscuros, /duerman sobre mi cama los heridos. /Hermano, esta es mi casa, /entra en el mundo de flor marina y piedra constelada /Que levanté luchando en mi pobreza.

Yo levanté mi mamo aquella vez porque quería cuidar esa casa, para los hombres y mujeres a los cuales Pablo Neruda se las había dejado en su testamento, convencido además que los poetas no tienen otra testamento más que sus poemas.

Curiosamente este poema “Testamento I” publicado en el libro “Canto General” (1950), no aparece en la “Antología Esencial” de Neruda publicada por Editorial Losada y preparada por Hernán Loyola.

Tampoco aparece en la “Antología General” de Neruda, edición conmemorativa de la Real Academia de la Lengua Española, selección también a cargo de Hernán Loyola. Curioso, es como si una mano mora quisiera borrar este poema.

Recuerdo estos acontecimientos treinta y cuatro años después, recuerdo esos diez días en que le cuidé la casa y los juguetes de Neruda. Yo entendía que era una labor urgente y necesaria, Neruda no solo era poesía hecha de palabras, también era abrazo, conversación y comida , bromas con los amigos; Neruda era también esa colección de juguetes, esas maravillas, objetos poéticos recogidos por el mundo. Neruda era un poeta que se había alineado con los desamparados del mundo, uno que había puesto su poesía al servicio de una lucha, hoy tan urgente como antes. Neruda había traído miles de refugiados españoles luego de la guerra civil y la derrota de los republicanos.

Neruda había sido un organizador y agitador contra la Alemania nazi. Todo eso fue Neruda: había sido también un ardoroso defensor de Stalin y había apoyado la invasión soviética a Checoslovaquia junto al Partido Comunista Chileno. Neruda era un gran poeta, un mago y un ser que estaba contra la explotación de los humanos por otros humanos.

Neruda había acertado muchas veces y se había equivocado otras tantas, pero yo había leído su poema “El Barco” del libro “Navegaciones y Regresos” (1959): “…pero si ya pagamos nuestro pasaje en este mundo/ por qué; por qué no nos dejan sentarnos a comer…”

Neruda era para mí el gigante que sigue siendo, era el hombre que vi a doce metros de espalda y luego de frente cuando yo era un niño de diez años y fui con mi padre a celebrar el cumpleaños de Neruda al Teatro Caupolicán de Santiago junto a 5.000 personas.

Neruda se había muerto de pena supe a mis trece años, de pena por la muerte de su amigo Allende, de pena por la persecución de sus amigos y compañeros, su casa, la casa de Isla negra que yo cuidaba había sido allanada en busca de armas. Neruda murió de cáncer según supe después.

Eso creía mientras recorría los jardines de su casa con El Ovejo, con la pequeña linterna, mostrando que la casa no estaba sola: Hoy existe la certeza de que Neruda fue asesinado. Hoy se sabe que desde 1973 la Clínica Santa María de Santiago estaba tomada por los Servicios de Inteligencia de la dictadura. Hasta allí llegó Neruda antes de viajar a México en el avión que gentilmente le proporcionara el presidente Luis Echeverría a través de su embajador Gonzalo Martínez Corbalá.

La historia es que en la clínica Santa María unos médicos nunca identificados alejaron al chofer de Neruda mandándolo a una farmacia a comprar un insumo y en ese instante procedieron a inyectarle algo al poeta, algo que le causó la muerte.

Eso está por probarse, caso probado en laboratorios europeos, pero lo más terrorífico es que esa Clínica siguió operando como una repartición de los aparatos represivos de la dictadura y allí fue asesinado también el ex presidente Eduardo Frei Montalva.

Eso no lo sabíamos ni lo sospechábamos El Ovejo y yo cuando multiplicábamos nuestras sombras por la casa para que pareciera que había un número alto de guardias cuidando los juguetes. No recuerdo que hablamos con El Ovejo esa noche, pero al otro día amaneció un gran sol sobre el mar y nosotros dimos unas vueltas y decidimos no tomar desayuno. Seguimos recorriendo los jardines una y otra vez. Nos cambiábamos de ropa y salíamos otra vez.

Desde afuera mucha gente se asomaba sobre las empalizadas a tomar fotos hacia el interior, alguno recitaba versos de Neruda. La radio Cooperativa informaba con detalles del funeral de Matilde Urrutia, viuda de Pablo Neruda. Muchos nos hablaban por sobre la empalizada y nos preguntaban si se podía visitar la casa.

A medio día decidimos ir de uno en uno a almorzar. Sacamos dinero del sobre que nos dio el arquitecto o abogado y salí yo primero. No podíamos abrir el portón de coligües, la cadena estaba fría, el candado algo mohoso. Al abrir el portón nos encontramos con que la gente, los visitantes habían incrustado cientos de flores en las ranuras de las cañas. Cientos de flores como una enorme corona fúnebre para Matilde.

En silencio iban y ponían una flor. Nos volvían a preguntar si podían entrar un rato aunque fuera a los jardines, nosotros respondíamos que no, que la casa estaba en poder de la futura Fundación Neruda, que quizá más adelante se habilitaría la casa como museo del poeta.

Llegué a la Hostería “Elena”. Pedí la carta y vino la misma dueña del local vino a mi mesa, ya sabía de dónde venía yo. Isla Negra es un caserío donde cada paso es vigilado desde las puertas y ventanas de cada casa.

—¿A ustedes los mandó la señora Matilde? -me dice la señora Elena como entre pregunta y afirmación. Sí, le digo, somos escritores de Santiago y estamos cuidando la casa.

—Pobrecita Matilde me dice, pasó a despedirse de mí la última vez que vino. Pobrecita, dice y murmura un rezo. Almuerzo congrio frito y ensalada un plato caro, pero doña Elena no quiso cobrarme, ni a mí ni al Ovejo que fue a almorzar después.

Seguimos ahí durmiendo y caminando la casa durante varios días. No llegaba nadie de Santiago, no había teléfonos celulares en esa época. Nosotros sabíamos que de un momento a otro podía llegar un auto de Santiago con el abogado, el arquitecto u otra persona importante de la cultura de los amigos de Neruda y Matilde… o también podía llegar un camión de marinos armados a tomar posesión de la casa porque ahora era del Estado y ellos eran el Estado.

Una noche vino a vernos rafita, el inefable rafita, el constructor, escultor carpintero, albañil y mago amigo de Neruda, entonces nos muestra unas balaustradas que hay adosadas en lo alto de un arco o puente entre una construcción y otra. Nos dice que eran del Palacio de La Moneda que eran de madera y que Neruda vio que las estaban cambiando por otras de cemento y el pidió dos y se las regalaron y las trajo para que él las instalara. Eso fue por los años sesenta, me dice Rafita antes que los militares la bombardearan… También nos habló de un muro curvo, una semi espiral que había en medio del jardín. Esto es un muro corta vista para que la gente que pase por la calle no vea la mesa servida en la terraza.

A veces estaba don Pablo con sus amigos almorzando al aire libre y llegaba gente a mirar y se quedaban pegados ahí a la entrada mirando hacia adentro y a él no le gustaba que lo miraran tanto y menos comiendo, entonces don Pablo me llamó y con su bastón hizo una línea curva en el suelo para que yo hiciera un murito de unos dos metros de largo con una curva y un metro cincuenta de alto, una pirca, un muro de piedra.

Yo estaba poniendo piedras, encajándolas una sobre otra y pegándolas con mezcla y llegaba don Pablo y me metía botellas vacías de Whisky junto a las piedras, huesos de cazuela, osobucos y costillas de vacuno, mire todas las cosas que metió. Y ahí estaban los huesos incrustados, empotrados en el muro.

Rafita nos habla con alegría, revive su rostro mientras recuerda. Nos muestra dos cajas de madera enormes que hay bajo la terraza, son dos grandes piezas de mármol traídas en barco del extranjero, eran para otro proyecto, pero la señora Matilde ordenó que esas fueran las piedras para la tumba de ella y don Pablo que serían enterrados juntos mirando el mar.

Nos muestra el mármol y luego lo seguimos hacia un gran sillón de piedra que mira el mar. El sillón preferido de don Pablo para sentarse en las tardes a mirar el mar. Ahí estará la tumba. Rafita nos pregunta si sabemos algo de Santiago, El Ovejo y yo le respondemos que no sabemos nada, pero que seguiremos ahí cuidando. Rafita trae su tijera podadora y recorre cortando algunas guías de zarzamora o enredaderas salvajes que amenazan con cubrirlo todo.

Finalmente se logró tramitar la existencia legal de la Fundación Neruda. Matilde eligió entre sus amigos a los que la formarían, pero los estatutos fueron redactados de manera tal que cuando un miembro moría, los restantes elegían a su sucesor.

En el Partido Comunista estaba prohibido, a sus dirigentes chilenos en la clandestinidad, cualquier tipo de relación con Volodia Teiltelboin escritor comunista, amigo de Neruda, en el exilio. Hoy me entero que los estatutos que rigen la fundación, fueron redactados de una manera muy funcional a ciertos intereses. Hoy me atrevo a pensar que el mismísimo Neruda tendría muchos problemas para pertenecer al directorio de la Fundación que lleva su nombre. Murió Roberto Parada, actor y comunista, amigo de Neruda y su lugar en el directorio fue ocupado por otra persona que poco tenía que ver con don Pablo ni con los ideales de su vida.

Poco a poco se fue llenando la mesa de personas que administran la Fundación como una gran empresa y ponen dinero en la bolsa y compran acciones de la empresa de vapores que prestó sus buques para tirar militantes de izquierda al mar.

Los sobrinos de Neruda salen de la Fundación se retira también el escritor Jorge Edwards. La fundación tiene conflictos con los poetas mapuches y no se les apoya, porque los mapuches reivindican como suyas las tierras de un director de la Fundación. Lo que siento es que ese directorio hoy expulsaría a Neruda por comunista.

Se cobra por visitar cada casa museo y no hay rebaja para nadie ni para sindicatos. Hay un café de lujo, carísimo y me da la impresión que ningún obrero que gane el sueldo mínimo del neoliberalismo podría entrar allí jamás con su familia. La Marca registrada Neruda se arrienda para una cadena de hoteles.

Nadie recuerda los propósitos del poeta plasmados en su poema “Testamento I”, nadie se acuerda del “Proyecto Cantalao” que consistía en un gran centro cultural, con cabañas para pintores y poetas pobres. La pobreza es mal vista en la Fundación. Hoy la casa que cuidé es un barco de lujo, ese barco en que todo tiene dueño y todos los sitios están ya ocupados, en ese barco los desarrapados no tienen pasaje.

La figura de Neruda es compleja, hoy se le puede acusar de muchas cosas, de machista, de burgués, de abusador y violador… pero eso con la mirada y los códigos de hoy, con esa vara nueva, —y en buena hora,— ni el más pintado sale indemne. Ahí está la obra del poeta, su alma más lúcida está ahí, en sus versos.

A veces paso por fuera de la casa de Isla Negra y recuerdo las noches que la cuidé y me parece injusto pagar por entrar. Nunca más vi al Ovejo, un abrazo desde la distancia de los años. Pero hoy la Fundación que lleva el nombre de Neruda se parece mucho a ese barco de su poema:

Ahora resulta/ que no tenemos mesa./ No puede ser, pensamos./ No pueden convencernos./ Estaba oscuro cuando llegamos al barco./ Estábamos desnudos./ Todos llegábamos del mismo sitio./ Todos veníamos de mujer y de hombre./ Todos tuvimos hambre y pronto dientes./ A todos nos crecieron las manos y los ojos/ para trabajar y desear lo que existe.// Y ahora nos salen con que no podemos,/ que no hay sitio en el barco,/ no quieren saludarnos,/ no quieren jugar con nosotros.// Por qué tantas ventajas para ustedes?/ Quién les dio la cuchara cuando no habían nacido?// Aquí no están contentos,/ así no andan las cosas.// No me gusta en el viaje/ hallar, en los rincones, la tristeza,/ los ojos sin amor o la boca con hambre.// No hay ropa para este/ creciente otoño/ y menos, menos para el próximo invierno./ Y sin zapatos cómo vamos a dar la vuelta/ al mundo, a tanta piedra en los caminos?// Sin mesa dónde vamos a comer,/ dónde nos sentaremos si no tenemos silla?/ Si es una broma triste, decídanse, señores,/ a terminarla pronto,/ a hablar en serio ahora.// Después el mar es duro.// Y llueve sangre.

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