Ensayo

Stan Lee: los nuevos clásicos de la cultura de masas

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Mauricio Matamoros | Tomado de “La Jornada Semanal”Ciudad México

Como sucede con muchos grandes narradores, se sabe que el anecdotario autobiográfico de Stan Lee no está exento de la hipérbole y la invención para cubrir y desaparecer socavones en los hechos históricos. Pero, de cualquier manera, los hechos reales se acumulan como algo verdaderamente rocambolesco: a los veinte años ya era editor de Timely Comics (futura Marvel Comics), encargándose en aquel momento del armado de una decena de cómics; a los cuarenta comenzó de cero (junto a los historietistas Jack Kirby y Steve Ditko) la constitución del Universo Marvel; a los sesenta prácticamente ya había dejado la edición y escritura de cómics para encargarse –en mayor medida con ideas y su simple presencia– de la constitución del complejo entramado que hoy día implica el mundo del cómic y lo que conlleva; y hacia el final de su carrera y vida se había convertido en una presencia tan popular y socorrida como los rentables personajes que co-creó medio siglo atrás.

De personajes con esa altura histórica los efluvios verbales ajenos en pro y en contra no se hacen esperar, y son tan normales y vulgares como los logros claros e indudablemente trascendentales que los mismos buscan ensombrecer. A Stan Lee, fallecido el pasado 12 de junio a los noventa y cinco años, la comunidad mundial lo ha ovacionado como si se tratara de un personaje más aparecido en cada uno de los filmes que dramatizan las vidas y situaciones retratadas en los Marvel Comics; la comunidad de lectores de cómics y consumidores de entretenimiento pop –autodefinidos como geeks– lo ubican como aquel que co-creó el Universo Marvel, pero que privó de su crédito como co-creadores a Kirby y Ditko; y a la historia en general aún le resta considerarlo entre los autores centrales de la narrativa estadunidense del siglo xx.

Lee, creador del Universo

Para Stan Lee –y para la historia– todo comienza en 1961. En ese momento, tras fracasos financieros y editoriales, Timely Comics (para entonces ya con casi treinta años publicando) está a punto de cerrar: Martin Goodman, publisher del sello, le permite a Lee, editor en jefe y principal guionista de la para entonces flaca oferta editorial, que realice el proyecto que desea hacer; ya ni siquiera como último recurso, sino como un simple canto del cisne, como una simple cortesía ante la inminente hecatombe. Entonces, en respuesta a los populares equipos de superhéroes todopoderosos y cuasi perfectos de dc Comics –su competencia principal–, Lee propone la concepción de un equipo de héroes a la inversa: un grupo, una familia de héroes con rostros comunes, con carencias, con problemas, incluso de perfil monstruoso, pero quienes en sus debilidades, en sus fracasos, encontraban la fuerza, la clave, para salir avante y no sólo superando el conflicto propio, sino igualmente ayudando o salvando a la humanidad durante el proceso.

El resultado de la propuesta se llama The Fantastic Four, Los Cuatro Fantásticos, y la subversión que implicó del concepto superheroico hasta aquel momento no sólo concretó una renovación del subgénero en el cómic, sino una re­volución narrativa y arquetípica cuyas reverberaciones continúan inundando el presente, construyendo el tapiz del entretenimiento masivo y, por tanto, de todo aquello que sigue poblando nuestros sueños para, de ahí, llegar directo a nuestros referentes en la constitución de la vida diurna.

A The Fantastic Four siguieron Spider-Man, The X-Men, The Avengers, The Incredible Hulk, Doctor Strange, The Mighty Thor y Daredevil, entre otros títulos que implicaban docenas de personajes distintos al rostro superheroico visto hasta aquel momento.

Durante poco más de sus primeros veinte años de existencia (tras la aparición de Superman, en el número 1 de Action Comics, en 1938), a pesar de innovar con una nueva propuesta de ciencia ficción y fantasía, el cómic de superhéroes constituyó una serie de parábolas aleccionadoras necesarias y fundamentales para los lectores –en mayor medida muy jóvenes– de la guerra y la postguerra; pero con la llegada de la Guerra fría y todos los cambios sociales y de pensamiento que implicó ésta, el proceso en ese subgénero era necesario y natural. Como se dijo previamente, con el Universo Marvel los héroes comenzaron a ser cortados por las mismas tijeras que daban forma al lector imperfecto, y de eso mismo surgía su fuerza para triunfar en el cruento mundo en donde vivían, y por primera vez los “superhéroes” eran monstruos, pertenecían a minorías, eran marginados e incluso perdían batallas.

Ese fue el gran triunfo del Universo Marvel. Pero no fue el logro de una sola persona: junto a Lee construyeron Kirby y Ditko, y los reflectores que a Lee le brindaron su dicharachera y encantadora personalidad lo convirtieron, ante los ojos de la naciente e intensa comunidad de fanáticos de cómics y sus derivados, en una especie de antihéroe, de héroe y villano, que merecía toda la ovación… aunque también todo el desprecio por privar de la celebridad a sus dos colegas.

El “método Marvel”: una narrativa para el siglo XXI

La realidad es que aquellos cómics de Marvel no podrían haber existido sin Kirby ni Ditko… pero tampoco sin Lee, y la fórmula creada por la suma de los tres –esa tercera mente– provocó una combinación de fuerzas sin precedente en el medio, cuya intensidad logró colarse hacia otras latitudes, forjando nuevos parangones mentales y discursivos.

Desde 1958 (en plena crisis del medio, con censuras y una caída en la popularidad de todo superhéroe que no fuera producido por dc Comics), Lee venía trabajando intensamente con Kirby y Ditko en inolvidables historias de ciencia ficción y monstruos que reflejaban los terrores nucleares y atómicos de la época, aunque enriquecidos por algo que se cultivaría plenamente ya durante la era del Universo Marvel: el dilema humano ante la inmensidad del Cosmos y su incapacidad para congeniar con su propia especie.

Toda la serie de detalles que conforman la riqueza referencial y reflexiva del Universo Marvel es producto de la trascendental y rica suma y mezcla de las capacidades e inquietudes de cada autor: Kirby con su grandilocuencia gráfica y su interés por la inmensidad del Universo y la ineficacia humana; Ditko con la visión introspectiva expresada en sus entornos y relatos contenidos en individuos desesperados; y Lee con la capacidad para conocer la fuerza de sus colaboradores, explotarla y definirla a través de su rica y maleable prosa, en gran medida fincaron definitivamente el entorno del futuro del entretenimiento y de la lectura más popular del último medio siglo.

El conocido como “Método Marvel” es el origen de la polémica y de las diferencias. Siendo editor y escritor de prácticamente todo lo que se publicaba en Marvel Comics, Lee necesitaba encontrar una manera de agilizar el proceso, sin perder de vista ninguno de los escalafones. Así, comenzó a trabajar sus cómics con Kirby y Ditko de la siguiente manera: entregaba una trama (en ocasio­nes representando incluso a los personajes en un perfomancegrandilocuente, para lograr la mejor explicación posible); a partir de ésta, el dibujante trazaba cada página y realizaba un primer guión, y con el resultado Lee finalizaba el guión, que entregaba de nuevo al dibujante para concretar la historia.

La efectividad laboral de este proceso y su éxito con los lectores lo convirtió en el único método de trabajo durante los primeros años de Marvel Comics, y ea fue la posterior razón para las enemistades y polémica cuando a Lee se le adjudicaba prácticamente toda la construcción de tan estimable portento narrativo.

Ya hemos enumerado en resumen la trascendencia de la obra de Kirby y Ditko (el primero fallecido en 1994 y el segundo apenas en junio pasado), pero ahora corresponde celebrar la innegable calidad narrativa y anecdótica de Lee.

Aunque el rocambolesco recuento de Lee asegura que de muy joven, casi niño, ganó de corrido durante varias semanas un concurso de nota periodística que lo colocó en el camino de la escritura, se sabe que el triunfo no fue tan categórico, aunque en una ocasión quedó finalista de entre varias docenas de jóvenes escritores, lo cual tampoco es poco.

Lo cierto, no obstante, es que desde niño fue un lector voraz que devoraba todos los clásicos; inclusive desarrolló un interés precoz por la lectura de la obra de Shakespeare, de la cual, a pesar de no comprender muchas de sus palabras a esa temprana edad, puede rastrearse una influencia profunda en el inglés isabelino de Thor y en los conflictos filosóficos y existenciales de personajes como Silver Surfer o Spider-Man.

“No entendía mucho de ello en aquellos días, pero amaba las palabras. Amaba el ritmo de las palabras”, recordó Lee a propósito del Bardo, en una entrevista aparecida en el libro Stan Lee and the Rise and Fall of the American Comic Book, [Stan Lee y el ascenso y caída del cómic americano], de Jordan Raphael y Tom Spurgeon. El ritmo de la palabra del propio Lee, precisamente, es tal vez el hallazgo más grande de su obra y el que termina por redondear su voz autoral.

Desde los veinte años de edad, en 1942, Lee no paró de escribir, haciéndolo de manera prolífica y desenfrenada. En aquel momento llegó a Timely Comics para organizar las publicaciones y escribir durante las siguientes dos décadas historias para cómics de superhéroes, de animales antropomorfos, de romance, del oeste, de terror, policíacos... el momento histórico era uno en el que todo parecía estar puesto para innovar e, incluso, crear el mundo. Pero no todos lo hicieron, sólo los verdaderamente talentosos.

Decidido a triunfar en las letras –su objetivo desde el principio era escribir la “gran novela americana”, y aunque terminó creando todo un universo que cautivó al mundo entero–, Lee dedicó el tiempo necesario para escribir todo y más; la versatilidad mostrada para abarcar todos los géneros y formatos en el medio como calentamiento para llegar al Marvel Universe lo transforman en un escritor sumamente camaleónico y capaz: en los títulos de Marvel encontramos un ágil y rico lenguaje que, por igual, refleja el pulso de la calle y lo maravilloso del Universo y las fantasías que su inmensidad provoca.

Con Lee, nos encontramos ante uno de los narradores más influyentes de este y el anterior siglo. La cultura de masas, tan definida por su obra, y la obra de una inmensidad de autores (en cine, cómic y literatura, incluso en artes plásticas), trazada por la lectura de los ya clásicos cómics “marvels”, deberían volver obvia tanta explicación. Es momento de ir y colocar a los clásicos del Universo Marvel... junto al resto de clásicos de las letras universales.