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Literatura

Eliseo Alberto, la continuidad de lo cubano

Eliseo Alberto mereció el primer Premio Alfaguara de novela (compartido) con "Caracol Beach"

Eliseo Alberto mereció el primer Premio Alfaguara de novela (compartido) con "Caracol Beach"

Antes de tocar “La eternidad por fin comienza unlunes”, voy a “nombrar las cosas”. Es cierto que hablar en alta voz invocando el título de un libro del buen Eliseo es un reto tremendo, pero en eso, coincido contigo: no le tengo miedo a la imaginación.

Hay tres novelistas cubanos a los que en algún momento he llamado “paradójicos” por la novedosa continuidad de mostrar lo cubano dentro de sus respectivos discursos narrativos. Tú eres uno de ellos. Los otros -Cabrera Infante y Reynaldo Arenas- en apariencia nada tienen en común. Son antagónicos, casi divorciados en técnica y estilísticamente entre sí, pero a todas luces originales, con una forma muy peculiar de asumir la cubanía. Los tres han muerto fuera de Cuba. Sus obras abarcan temas de alucinante insularidad. Guillermo Cabrera Infante llevó el aire de la bohemia habanera a los más altos niveles estéticos. En ese mundo cortante, medular y desorganizado desarrolló historias ejemplares. Abrió un universo temático que nadie ha superado. Reynaldo Arenas explotó como pocos el asombro del emigrante campesino. En sus novelas, de una u otra forma, aparece el maldito ejemplar del santo ingenuo, antepuesto a la alevosía citadina. Su clave estética hace tocar lo cubano por la magia interior de sus personajes. El tercero eres tú, portador del complejo mundo del exiliado reciente, con sus periplos, Orishas y prisiones insatisfechas.

No voy aquí a armar mi tesis. Sólo pretendo asustarte. Que sepas que no te he perdido los pasos y que “con la punta del cigarro escribo en plena oscuridad: aquí he vivido”.

El maldito “Lichi” No voy sacar una varita mágica para convertir tu novela en un conejo con enormes orejas, o en un as de espadas, como si yo fuera el adivino del circo “Arena Cinco Estrellas”.

Aunque creo verme retratado en algunos de tus personajes circenses, puedo darme golpes en el pecho en pos de la humildad: como muchos cubanos, no me subió el metabolismo después de la tragedia del circo. Cada amanecer portamos una imagen distinta: el espectáculo es igual, pero no el mismo. Tu novela conserva ese gesto invisible del personaje que pretende seducir. Para decirlo de otra forma, parece un “inventario de asombros”.

En estos episodios, siempre se habla del autor, pero me voy a dar el lujo de recordar tus rumbos por La Habana epistolar, dentro de tu otro “Informe”, este a favor de tí mismo.

¿Te acuerdas, Lichi? Preferías pasar inadvertido, incapaz de levantar una mano en contra de nadie. Allá te vi sólo cuatro o cinco veces y fui tu amigo más por lo que no nos dijimos que por la absoluta irreverencia de los atardeceres. Te vi vencer el reto de la poesía y descubrí tus agallas con “La fogata roja”. El cine terminó por marcarte como el hermano mayor de tu generación. Creo que ningún cubano tiene nada contra ti porque aprendiste la virtud de no creer en el éxito, sino en la calidad literaria. A nadie le diste la espalda, pero tampoco buscaste coros inútiles. No hablabas en “versiones”. Los días de tu vida solo pretendieron ser los días de tu vida. Trabajabas en silencio como buen animal salvaje, mientras otros rompían espaldas ajenas. Tus libros, guiones y películas “luchaban por la felicidad, que es la mejor manera de luchar por un mundo mejor”.

La novela Cuando escribiste “La eternidad por fin comienza un lunes”, no sé en que estabas pensando. Sé que partes de un orgullo legítimo: algunos de tus familiares fueron gente de circo, y entiendo un homenaje a la condición errante del hombre. Pero quiero llegar más lejos. La gente de circo es exuberante, cada actor se parece demasiado a su peor intimidad y a ella apuesta para hacer reír. Tu novela es un gran espectáculo, no con luces y fuegos artificiales, sino con “las heces del café abriendo para cada quien sus redondas bocas amargas”. Es algo más que un filme. El supuesto “guión” no pretende la diversión sino el caos: desdoblar el tiempo.

Tus personajes saltan la ilusión porque no encuentran límite para sus transfiguraciones. Desde el payaso Brunno Uribe (dueño del circo) capaz de vender su alma, hasta los enanos y malabaristas, que sostienen el show. Todos son brillantes, demasiado inmensos para ese circo de mala muerte que termina en la propia metáfora existencial. Brunno Uribe es un dueño demasiado ocurrente que sobresale por su desmedida ambición de poder. No lo comparo con nadie. Cada lector lo identificará a imagen y semejanza. Esta no es una novela panorámica que toca el mundo exterior con sutiles proezas literarias. Su trama convence y marca porque está elaborada piel adentro de los seres humanos. Aquí hay un canto a la amistad, al amor, a la posible manera de crecer a partir de nuestra propia suerte. Es una metáfora que no esconde palomas dentro de un sombrero. No deslumbra como el circo. Tus personajes -Lecuona, el buen Eliseo, tus hermanos Rappi, Fefé, y hasta tú mismo-, son cubanos de carne y hueso que ríen hasta cuando van a morir: crecen en una geografía exterior demasiado complicada porque delimitan sus propias contradicciones y resortes. No son seres aburridos. Saltan de una aventura a otra sin dejar pérdidas terribles. Por el contrario, la carpa -Cuba- no cierra nunca. Es una propuesta itinerante muy cercana a tu concepto de exilio: “es no saber de dónde viene el golpe, ni por qué te golpean. El exilio es un eterno desamparo, una rara desnudez”.

Otra cosa, Lichi, que debí haber dicho antes: con independencia de su particularidad estilística (todo muy tuyo, muy bien asimilado el realismo mágico del Gabo), “La eternidad comienza también el lunes” tiene algo en común con tus otras historias: tus héroes no son seres socialmente complicados. Por el contrario, le cantas al tránsfuga, al loco, al bohemio, al perdedor: los haces brillar con el rigor que otros le otorgan a los ricos y poderosos y eso te abre una perspectiva. Tus ‘‘gentes’’ se parecen un poco a ti mismo: vienen al mundo a servir a los demás sin pedir nada a cambio.

Y ya que menciono ciertas retaliaciones, te propongo un exámen de conciencia de tres de tus ficciones: todas distintas y con algo que decir, tal vez lo que muy pocos logran. ‘‘Caracol Beach’’ me deslumbra. Es demasiado “fuerte” como para quedarnos reflexionando en la cama. Explosiva como pocas. es una lección de sabiduría para aquellos que se dicen “cubanólogos”. Ojalá que nadie la deje de leer. “La fábula de José” remuerde el mundo interior. Tiene muchas lecturas a la vez. Pero yo me quedo con la libertaria estrategia de la falsa libertad. Nos tomaste el pelo, Lichi. Con tu “José” nos enseñaste que todo es falso y hermoso a la vez detrás de las “rejas” invisibles, a fin de cuentas, las peores.

Y “La eternidad por fin comienza el lunes” es todo lo contrario: la aventura de la vida, donde aquel rostro que amamos “se esfuma y en vano es ya la espera: da lo mismo rojo que azul tierno”. Un homenaje a los que tratan de sobrevivir como pueden, a los que no nos damos nunca por vencido.

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