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Ensayo

Martín Lutero, traductor de la Biblia

Para Martín Lutero fue más importante traducir la Biblia a la lengua del pueblo que la redacción de su vasta obra escrita.

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Carlos Martínez GarcíaLa Jornada Semanal, México

Para Lutero fue más importante traducir la Biblia a la lengua del pueblo que la redacción de su vasta obra escrita. Consideró tarea imprescindible poner los escritos bíblicos en manos de la gente para que por ella misma descubriera sus enseñanzas y dejara de ser presa de engaños y manipulaciones doctrinales. Al traducir la Biblia y hacerla asequible a más y más personas, Lutero provocó que la solitaria labor se transformara en apropiación colectiva, cuyos alcances le granjearon simpatías y apoyos para enfrentar al sistema católico romano.

Precedieron a la de Lutero traducciones de porciones bíblicas a lenguas germánicas, como la realizada en el siglo iv por el visigodo Úlfilas, quien usó tanto el texto griego de la Septuaginta como el texto latino. “La Biblia griega o Septuaginta (lxx) es una colección de escritos, la mayoría de ellos traducidos del hebreo y algunos compuestos originalmente en griego, que engloba obras de distintos géneros literarios y cuyas traducciones o composición se produjo a lo largo de cuatro siglos, desde el iii ac hasta el i dc”, anotan Natalio Fernández Marcos y María Victoria Spottorno Díaz-Caro en La Biblia griega Septuaginta i, El Pentateuco (Salamanca, Ediciones Sígueme, 2008).

Una traducción de partes de la Biblia en dialecto antiguo alemán proviene de tiempos de Carlomagno (742-814), basada en la Vulgata, la que a su vez fue una traducción, en cuanto al Antiguo Testamento, de la Septuaginta al latín realizada por San Jerónimo a fines del siglo iv. Se ha conservado una traducción del Evangelio de San Mateo proveniente del siglo viii. Comenta el especialista Stephan Füssel que “en el siglo ix se encuentra una traducción muy mecánica de las armonías evangélicas del sirio Tatiano (siglo ii dc.)”, la cual estimuló “la narración poética de la vida de Jesús en Heliand hacia [el año] 830 (6 mil versos alterados), que se escribió en sajón antiguo” (El libro de los libros. La Biblia de Lutero de 1534: una introducción histórico-cultural, Colonia, Alemania, Taschen, 2003).

La reproducción bíblica se transformó radicalmente con la edición de Johannes Gutenberg, quien produjo en 1454 la Biblia latina (con el texto de la Vulgata), de la que se imprimieron 180 ejemplares. Después de la impresa por Gutenberg y hasta 1500 contabiliza Füssel que fueron publicadas “94 ediciones completas de la Vulgata latina, 22 directamente dependientes de la Biblia de Gutenberg; y hasta la grandiosa traducción de Lutero salieron al mercado 18 ediciones diferentes en alemán (14 en alto alemán y 4 en bajo alemán). […] Ningún otro país europeo produjo tantas Biblias en lengua vernácula durante la era de los incunables como Alemania”. Un libro incunable, procede del latín incunabulae, en la cuna, es todo el que haya sido impreso a partir de la década de 1450 y hasta 1500.

En la gesta dada por Lutero para que la Biblia fuese leída por el pueblo alemán en su propio idioma, uno de los resultados fue democratizar el conocimiento mediante la lectura de quienes sabían hacerlo, estimular a hombres y mujeres analfabetas para que dejaran esa condición, fortalecer los centros escolares a través de instruir a la infancia para que aprendiera a leer. La gente comenzó a leer por sí misma y descubrió nuevos horizontes y opciones de vida. Sin embargo, a contra-corriente de lo esperado por Lutero, emergieron otras formas de interpretar los escritos bíblicos y florecieron diversidad de hermenéuticas. El traductor tuvo intensos debates interpretativos de la Biblia no solamente con teólogos católicos, sino también con adversarios como los anabautistas y como Thomas Müntzer, quien tomó cursos con Lutero en Wittenberg y después fue uno de sus más acerbos críticos.

En 1522 se publicó el Nuevo Testamento traducido del griego al sajón/alemán por Lutero. Doce años después, en 1534, el teólogo vio el resultado de su tarea traductora al ser publicada la Biblia. De acuerdo con Gilmont, “la Biblia alemana de Lutero conoció más de 400 [ediciones], totales o parciales antes de su fallecimiento en 1546” (“Reformas protestantes y lectura”, en Guglielmo Cavallo y Roger Chartier, Historia de la lec-t-ura en el mundo occidental, Madrid, Taurus, 1998). Al ser cuestionado Bertolt Brecht sobre cuál consideraba el libro alemán de mayor importancia, sin vacilar contestó que la Biblia de Lutero.

Al emprender el viaje de regreso de la Dieta de Worms a Wittenberg (donde defendió el 17 y 18 de abril de 1521 ante el emperador Carlos v y representantes del papa León x sus diferencias con Roma), Lutero fue secuestrado por enviados de Federico el Sabio, quien calculó que su protegido difícilmente sobreviviría una vez que se venciera el plazo del salvoconducto dado a regañadientes por Carlos v. En el momento no se supo sobre la autoría del secuestro y se divulgaron toda clase de rumores. Lutero fue llevado al castillo de Wartburgo, en el que permaneció del 4 de mayo de 1521 al 6 de marzo de 1522. Buena parte de los meses en cautiverio los aprovecharía para traducir del griego al sajón/alemán el Nuevo Testamento.

A los veinte años Lutero tuvo acceso por primera vez a una Biblia completa en la biblioteca de la Universidad de Erfurt e inició su lectura. Dos años después, en 1505, al ingresar al monasterio de los agustinos, inquirió sobre un ejemplar de la Biblia y “le trajeron una Vulgata encuadernada en cuero rojo y comenzó a leerla, y luego otra vez y otra. El mentor de Lutero, Juan de Staupitz, se mostró impresionado por su conocimiento abarcador y extremadamente preciso de la Biblia, y el joven monje estaba convencido, igual que su profesor de Erfurt, Jodocus Trutfetter, de que a la Biblia le correspondía una primacía incondicional sobre la tradición de la Iglesia” (Thomas Kaufmann, Martín Lutero. Vida, mundo y palabra, Madrid, Editorial Trotta, 2017). Fue consuetudinario estudioso de las Escrituras, “durante muchos años leyó la Biblia entera dos veces al año”.

El conocimiento bíblico de Lutero se acrecentó con la edición del Nuevo Testamento en griego que publicó Erasmo de Rotterdam en 1516. Usó del erudito neerlandés la segunda reimpresión del material neotestamentario, de 1519, para emprender su traducción al sajón. En marzo de 1522 abandonó la reclusión en el Castillo de Wartburgo y viajó a Wittenberg, donde con la ayuda de Felipe Melanchthon revisó lo traducido. Ya en pleno proceso de revisión, escribió a su amigo Jorge Spalatino en busca de ayuda para que le sugiriera correcciones:

No solamente el evangelio de Juan, sino todo el Nuevo Testamento, lo traduje en mi Patmos; ahora Felipe y yo hemos empezado a limarlo. Y será, si Dios quiere, una obra digna. También necesitaremos de tu colaboración en el empleo ajustado de algunos vocablos; está, pues, apercibido; pero no nos suministres palabras castrenses o cortesanas, sino sencillas, pues la sencillez quiere brillar en este libro. Para principiar, mira si puedes comunicarnos, de la corte o de donde sea, los nombres, los colores y ojalá los aspectos de las piedras preciosas del Apocalipsis.

Sus afanes y deseo por ver completada la obra y, sobre todo, que pudiese circular ampliamente, fueron recompensados: “después de ser impresa durante cinco meses en el taller de Melchior Lotter el Joven, en Wittenberg, Das Neue Testament Deutzsch se publicó en la editorial de Lucas Cranach y Chistian Döring para la Feria de Otoño de Leipzig (29 de septiembre a 6 de octubre de 1522) en tamaño folio y con una tirada de unos 3 mil ejemplares”, informa Stephen Füssel en el volumen que acompaña la edición facsimilar de la Biblia de Lutero de 1534.

La primera edición fue conocida por el nombre del mes en que salió publicada. Su costo equivalía al salario de dos meses de un maestro de escuela o el precio de un ternero. Circuló sin que se identificara al traductor, impresor o fecha de publicación (datos que se conocerían después) porque al “hereje” Lutero le estaba prohibida cualquier publicación. A la edición septembrina le siguió la de diciembre, que incorporaba centenares de correcciones en vocablos y sintaxis. El auge en la demanda de la obra hizo que al año siguiente impresores de Augsburgo, Basilea, Grimma y Leipzig produjeran en conjunto doce reimpresiones del Nuevo Testamento traducido por Lutero, sin que necesariamente él hubiese autorizado el trabajo. Por otra parte, en 1523-1524 “aparecieron 14 ediciones autorizadas y 66 reimpresiones”.

Mientras estaba bajo impresión la primera edición del Nuevo Testamento, Martín Lutero inició la traducción del Antiguo Testamento, sirviéndose para la tarea del texto en hebreo y de la Vulgata. Doce años de arduo trabajo concluyeron en 1534, cuando se publicó toda la Biblia traducida por él.

I

Por una parte la traducción del Nuevo Testamento realizada por Lutero fue profusamente leída, recibió múltiples elogios y sirvió de inspiración para que otros trasladaran a distintas lenguas europeas los documentos neotestamentarios; pero por otra parte la versión de Lutero fue severamente criticada y él acusado de distorsionar y acomodar a sus intereses las enseñanzas del Evangelio. Por ejemplo, el duque Jorge de Sajonia (1471-1539) “no bien salió a la luz pública la traducción del Nuevo Testamento al alemán hecha por Lutero […] se apresuró a prohibir en sus dominios, mediante decreto fechado en 1522, su compra o venta” (Herón Pérez Martínez, “Misiva de Martín Lutero sobre el arte de traducir”, Relaciones. Estudios de Historia y Sociedad, número 38, primavera 2014, El Colegio de Michoacán).

La prohibición del duque Jorge le dio oportunidad a Lutero para mofarse de la medida y el personaje, ya que circulaba en los dominios de aquél el Nuevo Testamento que se pretendía prohibir pero con el nombre de otro traductor, el de Jerónimo Emser. Lutero evidenció a Emser, “pues se ha apropiado de mi Nuevo Testamento al pie de la letra, ha prescindido de mi prólogo, de mis notas y de mi nombre, ha puesto en su lugar su nombre, sus prólogo y sus glosas, y, bajo su firma, está vendiendo este Nuevo Testamento que es mío”. En referencia al prohibicionismo de Jorge, escribió: “¡Cuánto me ha dolido, mis queridos hijos, que su príncipe territorial, en un prefacio cruel, haya condenado y prohibido la lectura del Nuevo Testamento de Lutero y al mismo tiempo haya preceptuado que se lea el del ‘sudita’, que, a fin de cuentas es el mismo de Lutero”. Concluía sobre la paradoja de vedar su traducción, cuando simultáneamente estaba en manos de la gente y por recomendación del príncipe: “Me ha hecho reír la enorme sagacidad que supone que se haya calumniado, maldito y condenado mi Nuevo Testamento por la sencilla razón de haber aparecido con mi firma, al mismo tiempo que se ordena su lectura por llevar el nombre de otro”.

En una carta del 12 de septiembre de 1530 a su amigo Wenceslao Link, Lutero aprovecha otro cautiverio para responder los señalamientos de haber deformado el sentido de algunos pasajes del Nuevo Testamento. Redactó la epístola en el castillo de Koburg, donde se hallaba resguardado “para su seguridad y contra su voluntad, mientras sus teólogos y los católicos presididos por Carlos v trataban de llegar a un acuerdo en la dieta de Augsburgo”. La misiva es recibida e inmediatamente hecha imprimir por Link, con una breve explicación de él mismo; entre otras cuestiones menciona:

Mucho se ha hablado a últimas fechas sobre la traducción del Antiguo y Nuevo Testamento: los enemigos de la verdad, en concreto, pretenden hacer ver que el texto ha sido alterado e incluso falseado en muchos pasajes; ello ha causado temor a los muchos cristianos sencillos que no conocen el hebreo y el griego. Espero que esta misiva contrarreste al menos en parte la blasfemia de los impíos y haga desparecer los escrúpulos de las personas piadosas. Hasta puede suceder que esto suscite otros escritos sobre la misma cuestión.

En la misiva, después del acostumbrado saludo, Martín Lutero va directo a defender su traducción de Romanos 3:28, la cual “los papistas recriminan aceradamente”. En la cita mencionada, la Vulgata decía: “arbitramur hominem iustificari ex fide sine operibus”, traducido por Lutero de la siguiente manera: “sostenemos que el hombre es justificado sin obras de la ley, sólo por la fe”.

Afirma que su traducción es un esfuerzo por “ofrecer un alemán limpio y claro”. Más adelante confiesa que sabía muy bien la inexistencia de la palabra “sólo” en Romanos 3:28 en los textos latino y griego, lo cual “no me lo tenían que haber enseñado los papistas”. Y enfatiza que “sin embargo estos cabezas de borrico las están mirando como mira una vaca a un pórtico nuevo. No se dan cuenta de que, no obstante, la intención del texto las contiene, y que es preciso ponerlas si se quiere traducir claramente y de forma que resulte eficaz. He intentado hablar en alemán, no en griego o latín, ya que mi empresa es la de alemanizar”. Abunda en la razón que le llevó a incluir la cuestionada palabra:

En todas estas expresiones, aunque el griego y el latín no lo hagan, el alemán recurre a la palabra “sólo” para que el “no” o “nada” resulten más completos y claros. Porque incluso aunque yo diga “el campesino trae trigo y no dinero”, es evidente que el “no traer dinero” no resulta tan claro y completo como cuando digo: “el campesino trae sólo trigo y no dinero”; el “sólo” se encuentra aquí apoyando a la negación, para que el conjunto tenga claridad y sea alemán del todo.

Lutero, además de poner a disposición de la comunidad lectora el Nuevo Testamento, primero, y, a partir de 1534, toda la Biblia en un lenguaje asequible y cotidiano, también estaba desechando la traducción literal para tomar partido por la “traducción según el sentido del texto [o] ad sensum” (Herón Pérez Martínez, op. cit.). Las mejores traducciones no son las que se hacen palabra por palabra, sino idea por idea. Esta ha sido la “manera privilegiada por los más grandes traductores, como el orador Marco Tulio Cicerón, por ejemplo, en su De optimo genere oratorum; Quinto Horacio Flaco en su célebre Ars poetica más conocida como Carta a los Pisones; San Jerónimo en la célebre Carta 57 a Pamaquio; el humanista valenciano Juan Luis Vives en el capí-tulo xii de su libro De ratione dicendi y otros como el también biblista agustino fray Luis de León en su traducción del Cantar de los cantares”.

II

Las premisas que Lutero expuso en la carta como necesarias para realizar un buen trabajo conforman “uno de los documentos más importantes para la historia occidental de la teoría de la traducción”, y al defender que “para traducir, no basta saber bien ambas lenguas implicadas en el proceso, hay que conocer el tema o asunto que trata el texto”, estaba sentando escuela en las características deseables en un buen traductor (Herón Pérez Martínez). Sin duda, al cumplir él mismo con el perfil que describió, consiguió que su traducción de la Biblia fuese comprendida por un público amplio. La lengua de origen y la de destino tienen que conjuntarse para producir un texto fiel a la primera y pertinente a la segunda. En palabras de Lutero:

No hay que solicitar a estas letras latinas cómo hay que hablar en alemán, que es lo que hacen esos borricos: a quienes hay que interrogar es a la madre en la casa, a los niños en las calles, al hombre corriente en el mercado, y deducir su forma de hablar fijándose en su boca. Después de haber hecho esto es cuando se puede traducir: será la única manera de que comprendan y de que se den cuenta de que se está hablando con ellos en alemán.

La trascendencia cultural e histórica de la traducción de Lutero le dio un cariz particular a la nación germana. Le sirve para fortalecer su identidad, para anteponer su idioma al dominante latín priorizado por la Iglesia católica. La Biblia de Lutero representa la democratización del conocimiento religioso, que desde este terreno se extiende a otros ámbitos, como el cultural y político. De ahí que se haga necesario aquilatar la afirmación de Johann Wolfgang von Goethe: “Los alemanes sólo se convirtieron en un pueblo con Lutero.” •

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