NEGRITA COME COCO

Querido viejo

Francisco Torres García, conocido como Don Pancho por la gente del barrio, pasó toda su vida fajao’ como ebanista y ahora se muere de soledad en un asilo. Ninguno de sus ocho hijos lo visita; en ninguna de sus casas cabe porque “aunque papá fue muy bueno con nosotros, no hay espacio pa’ tenerlo aquí”. Don Pancho trabajó como un animal y con mucho esfuerzo pudo levantar una casita, porque como siempre decía: “no quería pasar sus últimos días en la calle y tampoco dejar a sus hijos sin nada cuando muriera”. En lo que nunca pensó nuestro querido protagonista fue en que sus ocho retoños saldrían tan malagradecidos. La primera enemiga de nuestro Don Pancho fue la artritis. Hizo que sus manos, que con tanto amor construyeron los muebles de cada uno de sus hijos, se volvieran torpes e inútiles. A pesar de esto, el espíritu luchador de este hombre insistía en no abandonarlo y fue lo que le motivó a poner una pequeña paletera, con la que ganaba algunos pesitos vendiendo chucherías a los transeúntes. Su segundo enemigo fue el mal de Parkinson. Cuando lo atacó tuvo que dejar su pequeño negocio y ahí fue cuando el “viejo, sin cuartos” empezó a molestar. Su hijo mayor lo sacó de la casa que con tanto esfuerzo había levantado, y bajo la excusa de que una de sus hermanas cuidaría mejor a Don Pancho se desentendió por completo de él. A pesar de esto, la amada hija de nuestro protagonista puso como pretexto que no podía hacerse cargo de su progenitor porque “en su casa no había espacio y sus hijas estaban muy jóvenes para llegar de la escuela a cuidar al abuelo”. Así, nuestro Don Pancho rodó de casa en casa porque ningún hijo “podía” atenderlo. El día que cumplió 85 años de edad lo llevaron a un asilo con la promesa de que irían a verlo todos los domingos. A pesar de todo el sufrimiento, nuestro anciano confiaba en que su familia llegaría al culminar la semana. Se quedó esperándolos toda la tarde, mientras las lágrimas inundaban su vista...

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