ÁNIMO EN DOS MINUTOS
El triple amor
Me contaba Roberto: “Reuní a mi esposa y a mis hijos y les dije: ¡En esta casa el primero soy yo, después soy yo y para variar sigo siendo yo!”.
¿Crees que Roberto se ama a sí mismo?
Un escriba se acerca a Jesucristo y le hace esta pregunta: “De todos los mandamientos, ¿cuál es el más importante?” (Marcos, 12, 28)
Jesús le respondió:
El que dice: “Oye Israel, el Señor nuestro Dios, es el único Dios. Amarás al Señor con toda tu mente, con todas las fuerzas de tu ser. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es: Amarás a los demás con el mismo amor que te amas a ti mismo. No hay mandamiento más importante que estos dos.”
Lo vemos en su oración al Padre, y lo expresa de una manera clara y sencilla: “Mi ruego es que mantengan siempre la unidad espiritual como Tú y Yo, Padre, la mantenemos. Y que de la misma forma que Tú estás en mí y Yo en ti, que ellos estén en Nosotros” (Juan 17, 21).
Nosotros hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, procedemos de Él, constituimos una fuente individual y permanente de valores vivos.
Cada uno de nosotros es único, especial, diferente e irrepetible. Somos mejores de lo que nosotros creemos que somos, es que somos hijos de Dios. ¡Acéptalo, crece en amor a ti mismo como Dios te creó!
Esta labor puede empezar por la “aceptación de nuestra imagen física y psicológica”. Querernos como somos y no como pensamos que deberíamos ser.
Naturalmente, ese amor hacia nosotros mismos no puede ser egocéntrico, como el de Roberto, porque él se tiene una estimación inmoderada, excluyendo a los demás. Actuar así nos convertirá en ególatras.
Nuestro amor al prójimo estará siempre en relación con nuestra estima propia y nuestro amor a Dios.
Para querer plenamente a cada hermano tal y como es y no como nosotros quisiéramos que fuera, lo primero es aprender a aceptarnos a nosotros mismos con nuestras virtudes y fallas, como Él nos ama. Con esta autoaceptación podremos amar a nuestros hermanos tal cual son.
Dios me ama tal como soy, y a ti, a él y a ella y a cada uno.
Me siento muy agradecido del Señor y quiero proclamarlo públicamente, porque me ha permitido por muchos, muchos años, contemplar a cientos de hombres y mujeres que se han aceptado como fueron creados y han ido creciendo día a día, convirtiéndose en personas que viven esta triple verdad:
- “Amar a Dios con todo su corazón, con todas sus fuerzas y con toda su mente,
- Amarse a sí mismo y
- Amar al prójimo, como a sí mismo”
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