Dos minutos: La gran liberación: Perdonar
El evangelio de Mateo 18,21-35, narra el caso de un hombre que debía “100,000 talentos”, suma que equivale a unos 133 millones de pesos.
Dice el relato que el hombre no tenía con qué pagar así que “se echó a los pies” del acreedor, le suplicó que tuviera paciencia, y le prometió pagarle.
El acreedor “se compadeció de él, y no sólo le dejó libre, sino que además le perdonó la deuda”.
Lo raro es que cuando este hombre salió, se encontró con uno que le debía a él 200 pesos y, a pesar de que el otro le suplicaba paciencia, él no tuvo compasión alguna, y “lo metió a la cárcel hasta que pagara”.
Este relato me viene a la mente cada vez que me siento ofendido por alguien. Creo que toda persona que se haya sabido perdonada por Dios alguna vez en su vida, lo entenderá claramente.
Espero que usted haya podido experimentar el perdón de alguien, y especialmente de Dios.
En ese caso el evangelio podrá servirle, tanto como me ha servido a mí, para animarlo a perdonar, porque: Quien se sabe perdonado, no se negará a perdonar.
Y no se confunda porque: Perdonar no es cambiar lo que uno siente, es cambiar lo que uno decide hacer.
De modo que perdonar no es que usted deje de sentir el dolor de una ofensa, es que DECIDA no vengarse y tampoco alimentar irracionalmente el RENCOR.
¿Quiere una fórmula de cómo perdonar?“Remite tu ofensor al tribunal de Dios.
Lleva el asunto a Dios, y déjalo en sus manos; Él hará justicia. Entretanto tú, no sólo no te tomes el derecho de juzgar, sino que pide misericordia para tu ofensor”.
Perdonar no es fácil. Humanamente es imposible. Conozco personas que han aplicado esta fórmula y Dios le ha liberado totalmente del rencor. Porque el verdadero beneficiario del perdón no es el perdonado, es el que perdona.
La pregunta de hoy
¿Es verdad que quien no olvida no perdona?
No. No lo es. El No. 2843 del Catecismo Católico dice: “No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla”. Y el P. Benavides afirmó lo mismo cuando expresa: “El perdón es algo que depende de nuestra voluntad que, libremente, puede decir: “te perdono,” o “no te perdono”. El olvidar no depende de nuestra voluntad, sino de nuestra memoria. ¡Cuántas veces queremos olvidar algo y no podemos, y cuántas también quisiéramos recordar algo y por más intentos que hacemos no lo logramos...!”
De modo que perdonar es una decisión, y quien la toma, no sólo se libera, sino que, poco a poco, va a cambiar su herida por compasión y su memoria por intercesión.