Dos minutos
El hombre en quien creemos
Un doctor cuenta la historia de un niño de ocho años, cuya hermana se estaba muriendo. Sólo una transfusión de sangre del hermanito salvaría a la niña, el doctor le preguntó al niño:
-“¿Estarías dispuesto a dar tu sangre para tu hermana?” El niño vacila con miedo, y dice: -“Claro que sí, doctor.”
Luego de la transfusión, más tarde, el niño vuelve a hablar. Y pregunta tartamudeando: -“Doctor, dígame... ¿Cuándo me muero yo...?” Aquel niño-héroe, estuvo dispuesto a dar su vida por su hermana.
En esta semana (Mateo 26,14-27,66) aparece otra historia. Otro héroe a quien también le sacan la sangre.
A éste, le sacan la sangre unos bárbaros. Y con instrumentos diferentes: puños, palos, látigos, unos cuantos clavos y una lanza, se burlan de él, lo humillan y lo escupen.
Él resultaba ser el niño, y usted y yo la hermana.
Ya sabe usted. Aquel muchacho de Nazaret, carpintero hasta los 30 años, llamado Jesús.
Él recibió de lo alto la misión de anunciar la Buena Noticia.
Él reveló que DIOS es PADRE. Suyo y mío. Que ese Padre lo ama a usted personalmente, de manera incondicional y gratis, porque Dios es Amor.
Y también fue Él quien, habiendo dicho: “No hay mayor amor que el de aquel que da la vida por sus amigos,” voluntariamente aceptó, dejarse atropellar hasta la muerte para confirmar lo que anunciaba: El reino de amor.
Pero el domingo sucedió algo mucho más extraordinario: nuestro héroe traspasó la sábana donde lo habían envuelto, y se convirtió en el pionero en pasar de la muerte a una vida gloriosa que no termina.
Él, lo había dicho y así sucedió para sorpresa y júbilo de todos los que lo habían amado.
LA PREGUNTA DE HOY
¿Qué relación tiene todo esto con mi vida?
El 14 de agosto de 1941, sucedió en el campo de concentración Nazi de Auschwitz algo extraordinario: iban a matar a un prisionero, y hubo otro, llamado Maximiliano Kolbe, que se ofreció a ser ejecutado en su lugar, dijo: “Permítame ser fusilado en lugar de este hombre. Soy sacerdote católico y estoy solo. En cambio, él tiene esposa e hijos...”
El trueque fue aceptado y este hombre fue fusilado para que el otro tuviera vida para volver con su familia.
Esto es lo que significa que Jesucristo murió por mí: Él se dejó matar para que yo tuviera vida. Una vida movida por el amor, con la libertad de los hijos de Dios, y con la garantía de no acabar nunca y culminar.