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¡Ser fariseos, hoy!

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Maruchi R. De ElmúdesiSanto Domingo

Jesús siempre tuvo “frases duras” para los fariseos. Solamente con ellos tenía “enfrentamientos”. Y es que para el Señor no hay nada más discordante, es decir, nada más hipócrita, que un fariseo. Dice una cosa y hace otra. Y Jesús siempre fue transparente. Por eso fue “llevado como cordero al matadero” (Isaías 53, 7-8). Quizás, es lo que sucede hoy en día, que casi nadie quiere sacrificarse, ni dar la vida por nada ni por nadie. Piensan que no vale la pena dejarse matar por lo que ¿no tiene remedio? Se ha perdido la esperanza en el ser humano, con tantos fariseos regados por el mundo. Se necesita más que nunca hoy como ayer, personas que prefieran entregar su vida por una causa justa, que vivir junto a tanta hipocresía. Se necesita mucha oración, ayuno y penitencia, para lograr permanecer intactos ante tanta contaminación. La sociedad que nos rodea, los medios de comunicación, el tráfico, la política, está bien lejos de Jesús de Nazaret. Simplemente cuando estamos en la iglesia, o en un retiro, o convivencia, nos inunda la paz del Señor, y nos sentimos como se sintieron Pedro, Santiago y Juan durante la Transfiguración del Señor. Que deseaban quedarse en ese lugar tan privilegiado. Sin embargo, es el mismo Jesús quien les despierta de ese sueño, que es el que tenemos todos alguna vez, y les envía de nuevo, como nos envía también hoy a nosotros, al mundo, a bregar con los buenos y con los malos, con los creyentes y con los ateos, con los humildes y con los orgullosos, nos guste o no. Esa es nuestra responsabilidad de cristianos comprometidos con nuestra fe.

Nosotros, quienes nos creemos “los buenos”, los que pensamos que los otros son los que están mal, nos vamos separando para que el “mal” no nos dañe. Nos encerramos en una burbuja, fuera de todo “lo feo”, y nos conformamos con vivir nuestra vida “cristianamente”. ¡Cuánto nos cuesta permanecer fiel al mensaje del Señor las 24 horas del día! Cada día en mis oraciones le pido al Señor que me ayude a ser humilde como aquel Publicano que reconocía sus pecados y no se atrevía incluso a levantar los ojos al cielo. Solamente se golpeaba el pecho arrepentido de las faltas cometidas. El Señor dijo que ese bajó del templo justificado. En cambio, el fariseo, no. Oh Señor! Enséñame tus caminos! ¡Ayúdame a convertirme en una verdadera cristiana comprometida con la ética y la moral de mis hermanos! Amén!

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