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Tiempo de cosecha

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Teresa Valentí BatlleSanto Domingo

Santo Domingo.- Estamos en la quinta semana de Cuaresma. En este tiempo se nos ha invitado a mirar la propia vida, a despertar para percibir la gratuidad, fidelidad y misericordia de Dios. También nosotros “queremos ver a Jesús” como aquél grupo de extranjeros griegos; acercarnos a Él con deseos de dejarnos mirar por Él y que su mirada cambie la nuestra. ¿Dónde podemos verle? Depende de dónde conduzcamos el corazón. A Jesús le percibimos entre los pobres, en la sociedad de los insignificantes, apostando su vida. Cuando le miramos y le descubrimos entre los desfavorecidos, altera nuestra conciencia. Nos llena de criterios abiertos y compasión profunda. Nos abre, también, a la solidaridad. Amplía nuestros horizontes y nos da una visión más ecuménica. Hace con su mirada que valoremos la belleza, la ecología, la bondad y la entrega alegre de nuestras vidas. Dios hace una alianza nueva con cada persona que “le quiere ver” y decide en su corazón seguirle para siempre. Invita a que no estemos apegados a lo material, de lo contrario no habrá cosecha fecunda. Sólo será fecunda la vida de quien esté dispuesto a darla. Aferrarse a esta vida es perderla. La muerte de Jesús es fecunda como el grano de trigo, que, al morir, descomponerse en la tierra, germina y hace posible que surjan otros granos, otro trigo. Jesús anuncia que “ha llegado la hora”, la hora de ser glorificado. La hora de mostrar su amor sin límites. Jesús va a ser crucificado. Quien quiera seguirle, deberá caminar como Él hacia la cruz. Ganará su vida perdiéndola. La profecía de Jeremías se cumple en Jesús (1,31-34). Nos habla de una alianza nueva, Jesús nos invita a ella cuando le miramos y le escuchamos. Dios no la inscribe sobre losas de piedra sino en el corazón de las personas. Ese futuro lejano, lleno de esperanza, del que nos habla el profeta, llegará a través de nuestras muertes silenciosas como semillas que caen en tierra y germinan para dar fruto. A menudo, nuestra fragilidad humana emerge en impotencia paralizadora; se sienten deseos de tirar la toalla. Nuestra “alma se agita”. La mirada se nubla y perdemos de vista la voluntad del Padre. Jesús vivió lo mismo, pero Él no perdió su confianza en el Padre, clamó a Él, y Él le escuchó. Dios no le aparta de la cruz pero le conforta enviándole un ángel.

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