VIVENCIAS
Jet Set y tránsito
Ante las interrogantes del principal mandatario del país respecto al reciente siniestro que nos estremeció, solo cabe una respuesta directa: ocurrió lo que tenía que ocurrir. No fue obra del azar ni de la fatalidad.
Fue consecuencia directa de la negligencia en la supervisión de las obras públicas y privadas, porque se actúa cuando ya es demasiado tarde y los problemas han desbordado toda posibilidad de solución. El “cómo” nada tiene que ver con el destino, sino con la manera en que se gestionan las cosas entre nosotros, en una cultura donde la vida humana carece de valor real.
Desvalorización reflejada con brutales consecuencias en el caos diario del tránsito vehicular: un desorden crónico, del cual llevo años denunciando —incluso ante distintos jefes de Estado— con la misma convicción: si se arregla el tránsito, se empieza a arreglar el país.
No es momento para apelar a la unidad nacional, ni a la fe, ni al consuelo; tampoco para mirar al cielo en busca de respuestas que eximan de responsabilidad. Es momento de mirar hacia nosotros mismos, asumiendo la gravedad de lo ocurrido con plena conciencia y con una voluntad política real de transformación.
Somos un país profundamente desorganizado, donde lo trascendente no se valora y lo verdaderamente necesario no se prioriza. Un desorden que no es un accidente pasajero: es parte estructural del sistema.
Mientras sigamos entretenidos en el brillo de lo efímero, mientras el tránsito sigue cobrando vidas, las tragedias se repetirán y se volverán costumbre. La solución no está en lloriqueos, discursos conmovedores ni promesas recicladas, sino en una transformación profunda, responsable y sostenida... que, lamentablemente, aún no ha comenzado.

