PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA
Yahvé y los dioses de Mesopotamia y Egipto
Los dioses de Mesopotamia se presentan en sus epopeyas como dioses hostiles y celosos de la felicidad de los hombres o envidiosos de sus bienes. Esos dioses oprimían con exigencias arbitrarias y caprichosas. La humanidad vivía siempre en la incertidumbre y en la angustia de no haber complacido quizá a los dioses.
Por su parte, los dioses egipcios eran impositivos, lejanos e inasequibles, lo que reclamaban era la sumisión y la resignación. Los hombres debían ganarse el favor de los dioses con sacrificios y actos de culto. Era una religión basada en una especie de intercambio o transacción interesada. Se proyectaba, a nuestra relación con los dioses, el sistema de relaciones interesadas y de intercambios mercantiles que rigen la sociedad. Al igual que nuestros poderosos, esos dioses otorgaban sus beneficios a cambio de dones y de sumisión y vasallaje. No podían concebir un Dios movido por pura gratuidad. Y estaban atrapados, pues mesopotámicos y egipcios tenían una concepción de la historia cíclica donde todo se repetía. Como los condenados a transitar fatalmente a diario por la 27 de febrero en hora pico, o los que viajan resignados por la Duarte detrás del “dios” camión indiferente, impertérrito e impune por el carril izquierdo.
En cambio, en la religión de Israel encontramos a un Dios que actúa movido por pura gratuidad y por pura benevolencia con un amor desinteresado. Dios es soberano y poderoso, pero a la vez cercano y benévolo. No necesita de los hombres para nada, excepto para ofrecerle su protección gratuitamente.
Dios interpela al hombre a realizarse, no por interés o necesidad del propio Dios, sino por el bien del hombre. No exige un servicio esclavizante, sino estimulador.
El cristiano acabará afirmando que Dios es amor (1ª Juan 4, 7 – 9).
El hombre y la mujer pueden fallar en su responsabilidad y fidelidad a Dios, que es a la vez responsabilidad y fidelidad a sí mismos. Pero eso nunca les alejará definitivamente de Dios.
Por eso la concepción israelita de la historia es optimista. Por encima de la vicisitudes históricas y más fuerte que todas ellas, está la benevolencia gratuita, y por ello incondicionada, de quien quería ser Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob y de nosotros su descendencia. (Sigo a Josep Vives, 1988, Si oyerais su Voz).