PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA
El centro del Evangelio: Dios es Padre.
Los estudiosos de las Sagradas Escrituras siempre han advertido con asombro una palabrita en arameo, conservada cuidadosamente por los evangelistas y por Pablo de Tarso. Se trata de la expresión “Abba” para dirigirse a Dios. Es la manera llena de ternura con la que cada niño judío se dirigía su padre. Si los evangelistas se atreven a ponerla en labios de Jesús es porque Jesús mismo la usó, por ejemplo, en Marcos 14, 36 durante su oración llena de angustia antes de la pasión en el Huerto de los Olivos.
Ya hemos visto que cuando Jesús enseñó a orar a sus discípulos le dio esta fórmula: “cuando oren digan: Padre Nuestro que estás en el cielo”. Jesús nos enseña a orar dándonos la mano para introducirnos en su relación única con Dios. Es como si nos dijera: -- relaciónense con Dios, como cualquiera de ustedes se relaciona con un Padre--. En sus parábolas y prédicas, con frecuencia Jesús presenta a Dios como un Padre con entrañas de compasión que se conmueve, sale y corre a abrazar al hijo que regresa buscando perdón luego de haber abandonado la casa del Padre, y que también se compadece del hermano mayor que no se comporta como hijo sino como un empleado frío y calculador y también sale a buscarlo (Lucas 15, 11-32).
Después de la muerte y resurrección de Jesús, la primera comunidad consideró la ascensión y el don del Espíritu Santo como el culmen de la obra de Cristo. Durante su vida pública, Jesús de Nazaret nos reveló que Dios es nuestro Padre y así debemos dirigirnos a Él, ahora, después de Pentecostés el Espíritu se ha derramado en nuestros corazones (Joel 2, 28 – 32).
Actuando en nuestro interior, el Espíritu Santo nos mueve a dirigirnos a Dios de esa manera. Pablo les escribe a los gálatas, en Cristo muerto y resucitado “ustedes ahora son hijos, por lo cual Dios ha mandado a nuestros corazones el Espíritu de su propio Hijo que clama al Padre: ¡Abbá! o sea: ¡Papá!” (Gálatas 4, 6).
Jesús caminaba los campos de Galilea anunciando su Buena Noticia, con el Espíritu Santo, la Buena Noticia de Jesús nos camina por dentro y al saber que Dios nos quiere como un padre y somos hermanos, nosotros también le decimos confiadamente: ¡Abba!