ENFOQUE | Internacional
El discurso de Trump, un reflejo de la división nacional
El discurso a la nación que el presidente Donald Trump pronunció el martes 4 de marzo fue un ejemplo de la polarización que plaga a Estados Unidos. En el Capitolio, ante congresistas demócratas y republicanos, Trump no se esforzó por dar un mensaje de unidad.
Por el contrario, atacó repetidamente al gobierno de su antecesor, Joe Biden, y a los demócratas. Dijo que Biden era el peor presidente de la historia de Estados Unidos –una afirmación muy cuestionable– y lo culpó de haber mantenido una política de fronteras abiertas, que permitió el ingreso de millones de inmigrantes indocumentados. En realidad, los cruces ilegales de la frontera sur disminuyeron notablemente el año pasado, cuando Biden aún estaba en la Casa Blanca, pero Trump no puede permitir que la realidad le estropee un discurso.
La división en el Capitolio fue un reflejo de la profunda división nacional. Mientras los republicanos se ponían de pie, vitoreaban al presidente y coreaban “USA, USA, USA” con patriotismo teatral, los demócratas permanecieron en silencio o levantaban carteles con la palabra Falso cuando Trump decía alguna inexactitud.
El congresista Al Green, representante demócrata por Texas, fue expulsado de la sala por interrumpir a Trump. Green dijo que el presidente no tiene mandato para reducir las prestaciones del Medicaid, un programa conjunto del gobierno federal y de los estados que ayuda a las personas de bajos ingresos a cubrir sus gastos médicos.
Pero Trump y su gabinete de multimillonarios –lo más parecido a una oligarquía en Washington– no han mostrado inquietud por las consecuencias devastadoras que tendría la reducción de los programas sociales sobre una parte considerable de la población.
Otro punto preocupante del discurso del martes fue el constante ataque contra la inmigración, en un país que siempre ha afirmado ser una nación de inmigrantes, simbolizada en la Estatua de la Libertad, que se alza con orgullo en la bahía de Nueva York. Al usar términos como “criminales”, “pandilleros” y “narcotraficantes” contra inmigrantes indocumentados, Trump no solo estaba distorsionando la realidad, sino también alentando la xenofobia y creando un clima de terror entre la numerosa comunidad inmigrante. Las estadísticas han demostrado que los inmigrantes, incluidos los indocumentados, cometen menos delitos que los nacidos en Estados Unidos. Pero Trump persiste en usar los prejuicios como un arma política, mientras abre las puertas del país a millonarios extranjeros, permitiéndoles obtener visados con una inversión de cinco millones de dólares. Pasa por alto que los inmigrantes –incluso los indocumentados– dan un aporte de muchos miles de millones de dólares a la economía nacional y al Seguro Social, y constituyen un pilar fundamental del país.
En el ámbito económico, subir los aranceles a productos de México, Canadá y China es un error grave que afectará el bolsillo de los estadounidenses. Los aranceles aumentarán la factura del supermercado y el costo de productos esenciales y de los automóviles, y además provocarán represalias comerciales que dañarán la economía nacional. Las guerras comerciales impulsadas por Trump en su primer mandato no beneficiaron a los trabajadores ni a las industrias estadounidenses. Todo lo contrario: encarecieron muchos productos y afectaron las exportaciones estadounidenses.
En su discurso, Trump subrayó como un logro su decisión de retirar a Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de acuerdos internacionales para combatir el cambio climático. Abandonar esos compromisos en un mundo que enfrenta pandemias y desastres ambientales cada vez más frecuentes, es sumamente perjudicial. La pandemia del COVID-19 dejó en claro la importancia de la cooperación internacional en temas de salud pública. Combatir la crisis climática también exige la participación activa de todas las naciones, especialmente de las que más contaminación causan, como Estados Unidos. Pero la respuesta de Trump al desafío climático es ignorarlo y favorecer la industria de los combustibles fósiles. Lo repitió una vez más en su discurso: “¡Perfora, perfora!”