SIN PAÑOS TIBIOS
Más que recuerdos
La discusión sobre si la poesía antecedió o no a la música aún persiste. Quizás la música vendría después, porque la capacidad física para musicalizar poemas –con el rejuego de tonos y ritmos– ya existía; porque la garganta era el más formidable instrumento jamás diseñado.
La música es un poderoso recurso nemotécnico para recordar los versos de cualquier composición, de tal suerte que una melodía puede servir de soporte para que –superpuesta una letra sobre ella– el cerebro pueda aprender y recordarla más fácilmente; pues la cadencia musical marca el ritmo de la letra, sirviendo de marcador del proceso de recitación. Así como los antiguos rapsodas se valían de una vara (rapsos) para marcar el ritmo que guiaba la memorización y declamación del poema.
Entonces, así como una melodía nos hace recordar una letra, ¿una canción puede hacernos recordar a alguien? Si no fuera así, ¿cómo entonces asociamos canciones a personas, momentos, situaciones, lugares… besos? Me gusta pensar que cada relación de pareja tiene una canción y que la misma se corresponde en espíritu y mensaje a la persona que en ese momento nos inspira; como una banda sonora particularizada.
A veces es tan grande el nexo, que cuando la canción suena se despliegan en nuestra mente todos los recuerdos vinculados a la persona en cuestión; algo así como un mecanismo de asociación libre con esteroides.
Casi nunca nos damos cuenta de qué tanto establecemos ese vínculo, hasta que el mismo termina y sólo queda, al margen del dolor y el duelo, esa melodía que resuena en nuestra mente en automático –casi como un murmullo–, y que lentamente va perdiendo vigencia e incidencia a medida que el tiempo pasa y el desamor ocupa los lugares donde una vez existía una risa, una mirada, una complicidad, una magia.
Se va el amor y queda la canción, entonces, ¿queda algo de ese amor en nosotros cuando suena esa canción? Más allá de los recuerdos –buenos o malos–, los aprendizajes –que siempre los hay–, y el crecimiento que queda después de una relación, la canción se resiste a morir en la memoria; y así, aunque ya ni siquiera pensemos en aquella que era, que fue y que ya no es, cuando suena esa canción se nos escapa una pícara sonrisa y reconectamos con lo mejor de aquel pasado.
Entonces ocurre la magia, porque el tiempo depura el dolor y sólo queda a su paso una hermosa nostalgia. Y vuelve el fugaz destello de aquella mirada que en un tiempo pasado iluminaba toda la noche. Y da igual que suene “Con la frente marchita”, “Manos vacías”, “Hysteria”, “Luna” (el unplugged, obvio), “Camiseta de rock and roll”, “Cuando me enamoró”, “La bicicleta”, etc., porque todas ellas traen recuerdos de todas ellas; porque todo es mágico y eterno… mientras dura. Porque, en definitiva, “Es caprichoso el azar”.