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SIN PAÑOS TIBIOS

De Múnich a Múnich

Igual que en 1938, Múnich volvió a ser testigo –en la Conferencia de Seguridad del pasado viernes– de que la historia ocurre dos veces, “la primera vez como tragedia, la segunda como farsa”; pero también escenario donde mostrar, en toda su abismal contradicción, las profundas diferencias ideológicas que existen a ambos lados del Atlántico.

A días del tercer aniversario de la Guerra de Ucrania, Trump está decidido a terminarla… al precio que sea. Lo dijo en campaña, en transición y comenzando el gobierno. Sería simplista analizar las razones, justificaciones, detonantes y responsables de la guerra desde una perspectiva lineal. Las respuestas son muchas y sólo desde un abordaje holístico, integral y desde el pensamiento complejo podríamos –quizás– intentar responderlas.

En el telón de fondo está el “lebensraun” –el “espacio vital”– concebido por Ratzel y pregonado por Haushofer, este último reconocido como el padre de la Geopolítica; disciplina académica bajo cuyas premisas se libró la IIGM y la Guerra Fría, y que, en definitiva, condiciona todas las decisiones tomadas en Ucrania por ambos bandos.

Y que conste, que “ambos bandos” no son Rusia y Ucrania, sino Rusia contra Europa + EEUU, básicamente por el control del Estado tapón ucraniano y sus recursos naturales. Toda guerra es un asunto de intereses económicos y políticos y, la misma lógica de Kennedy en la crisis de los misiles ha sido la usada por Putin desde 2015. Al fin de cuentas, el Gran Juego sigue siendo el mismo: el de imperios que luchan por mantener y expandir sus áreas de incidencia, coloniaje o “cooperación”, y que, cuando chocan sus intereses geopolíticos, ocurren terremotos sociales con terribles consecuencias humanitarias.

Los números no cuadran y Trump piensa en formato numérico. Desde la lógica brutal del quid pro quo, la guerra que no debió ser está perdida, sólo es cuestión de tiempo, de ahí la necesidad urgente –y unilateral– de terminarla. En la lógica trumpeana el adversario no es Rusia –rival económico insignificante–, sino China, verdadera amenaza sistémica. En línea con eso, el Diktat de JD Vance en Múnich fue brutal: ni siquiera habló de la guerra, sino más bien aleccionó groseramente al auditorio europeo dando cátedras de injerencia y soberbia imperial... que bien saben los europeos de eso.

La OTAN se quiebra, Europa está sola –frente al abismo– y a los halcones aislacionistas de Washington les da igual, pues juegan a la realpolitik. Europa que resuelva –piensan–, que asuma el costo y el pago de la fiesta (¿Y Ucrania? Bien, gracias); que la supervivencia del imperio se decidirá en el Pacífico, no en las llanuras ucranianas.

El poeta Yeats lo había previsto: “…todo se desmorona; el centro cede; la anarquía se abate sobre el mundo, se suelta la marea de la sangre, y por doquier se anega el ritual de la inocencia; los mejores no tienen convicción, y los peores rebosan de febril intensidad”