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Educación y cultura: los paradigmas calidad y libertad

Si la Cultura y la Educación no se filosofan, no se fundan ni se construyen. Cuando rechazan o niegan ese deber de pensarse y hacerlo “desde sí”, “para sí”, perecen. “Para sí” que reúne, aquilata y opera como efecto de otro paradigma acreditante: la utilidad social que denominamos fin.

Sin garantizar que sus actos, recursos y operaciones serán vehículos hacia ese objetivo, imputado de cualitativo y social, la Educación no existe. Cultura y educación habitan linderos de praxis o acopios disciplinares que cual misión y razón de existir asumen desde la calidad.

La definición más simple de cultura ha apuntado hacia territorios cualitativamente configurados, tanto que exigen grados de existencia, expresión y realización destacados que sólo un término expresa: Arte. Mágica palabra que refiere destreza, perfección; amasijo abundante de opciones, acepciones y visiones que en cada época y lugar adquirieron personalidad hasta emerger desde las individualidades, pese a su carácter colectivo y abierto.

Es lo que el tiempo no erosiona. Función y significado de lo excelente, del arte: noción que fundada desde la Educación ha definido la cultura. Educación es entrenamiento y fogueo dirigido a constituir lo exacto; a conceptuar las realidades como cadenas sinápticas colectivas, progresivas: saber, saber hacer y saber pensar. La cultura: elevación a gradaciones humanas de valor colectivo y simbólico de esos constructos, hasta erosionarles las ligaduras naturales; vinculándolos a personas, comunidades y colectividades, especulares, cual identidad.

Educación sin calidad no existe. Cultura negada a elevar al artificio los campos disciplinares, los imaginarios y la materialidad, tampoco.

El desarrollo y fortaleza culturales se verifican determinando cuánto de no-realidad y no-naturaleza contienen los aparatos e imaginarios que sociedades e individuos producen, exhiben, han acopiados durante su existir.

Al igual que un arte del escribir, poseemos otros: del edificar, hablar, danzar, jugar, enseñar, aprender y el cumbre: de las disciplinas artísticas. La variabilidad generacional, sus emociones y aspiraciones los someten al cambio permanente, desde aprehensiones individuales capaces de trastrocar o enriquecer los modos previos hasta originar bifurcaciones en las tradiciones, incorporando factores inconexos, experimentales, lúdicos, oníricos, imaginarios… A la vez y a veces, aunque siempre instados desde una condición heredada y regente, acopiada como cultura: saber, saber hacer y saber pensar ¡bien! La cultura, a diferencia, es heredad, sedimento de progresivas habilidades, hechos y registros modelados, sin embargo, desde la Educación durante infinitos samsaras.

Sólo conjugadas desde nociones cualitativas, tienen oportunidades de engrosar, desarrollar y eficientar. Juntas incorporan vocación de actos colectivo-individuales orientados. Desde diferentes paradas respecto al apelativo innovador, la Educación ha sido más estacionaria, menos creativa. Sobre ambas inciden otros paradigmas: acopiar y crear. Se despliegan y fundan desde los aprendizajes, permitiendo proyecciones diversas, a futuro, registrando varianzas existenciales y perfecciones diferenciadas y diferenciantes.

Calidad es vínculo regente sobre Educación y Cultura; activo responsable de transportar sus eficiencias sociales. Patentiza el reconocimiento amplio que a las destrezas las sociedades confieren; que aún sin favorecerla, la aspiran como constancia de útil finalidad.

Tampoco hay Cultura sin la calidad y la libertad incorporadas a sus paradigmas motores. La Educación puede existir divorciada de la libertad, la cultura no. Ninguna como hecho reñido con la calidad.

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