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SIN PAÑOS TIBIOS

Competencia de egos

Sobre el escenario ya no están los actores. Se pararon frente a todo el mundo y cada quien interpretó su papel –el que sabían de memoria–, pues habían sido elegidos para eso. Trump hizo su parte y Petro la suya. Dos presidentes electos mayoritariamente por el voto popular de sus respectivos pueblos; dos hombres con ideas y programas opuestos, antagónicos, pero simples y repetidos.

A Trump no le importa en lo absoluto el Estado de derecho internacional, los acuerdos OMC o la arquitectura de la postguerra –la que Estados Unidos construyó para garantizar su hegemonía planetaria–, porque le da igual; él fue electo con el expreso fin de destruir todo eso y retomar la senda del aislacionismo; la vieja y recurrente pelea de Washington que nunca termina.

¿Y qué mejor manera que destruirlo todo amenazando con elevar aranceles a cualquiera que interfiera en los ejes de su política? En el imaginario político de los halcones estadounidenses ¿acaso EEUU necesita de algo o de alguien? El desafío migratorio es el buque insignia del trumpismo, pues los movimientos políticos mesiánicos se estructuran en torno a un líder… y también un mensaje, y ese mensaje debe ser simple, pero a la vez capaz de explicar todos los problemas del presente a la luz de ese prisma, pues siempre se necesita “de una noción que […] permita disolver el orden establecido y oponer a la historia la destrucción de la historia” (cita del cabo bávaro).

En defensa de Trump, hay que decir que simplemente está siendo coherente con lo que prometió, y ahora lo cumple –cosa rara en un político–, y que el arrebato diletante de Petro del domingo se inscribe en la tradición macondeana que él asume y enarbola con orgullo.

Al coronel Aureliano Buendía le mataron sus 17 hijos en una semana por haber amenazado con armarlos para acabar con los gringos; porque Aureliano es el epítome del caudillismo latinoamericano; donde la planificación nunca existe, el azar lo es todo; y lo que no se puede lograr con recursos se pretende alcanzar con bravatas (en puridad, correspondía otra palabra).

Menos de lo que dura una cucaracha en un gallinero duró el duelo fálico entre ambos presidentes, en donde uno –herido en su ego ante la negativa del otro de permitir el aterrizaje de dos de sus aviones–, sacó del estuche su arma favorita: los aranceles y las visas. El otro –como el cuento del bizco y el toro–, recogió el guante de manera irresponsable, exponiendo a todo su país ante el abismo económico, mientras sueña con un ragnarök latinoamericano donde todo arda, y él pueda sobrevivir en el imaginario de la izquierda como otro mártir más, aunque envíe a millones a la indigencia.

Si no fuera porque sentados en el teatro latinoamericano –observando esta tragedia–, hay 50 millones de colombianos, uno hasta aplaudiera… pero no.