Tribuna del Atlántico
Venezuela, colgada del alma
Con el paso de los años, no dejo de pensar en cómo, con el tiempo, viendo, con más claridad o con mayor escepticismo, los acontecimientos del mundo.
Ahora que en los Estados Unidos está a punto de juramentarse nuevamente como presidente, el primero que en ese país, llega con la condición de convicto, renovando el pasado imperialista, con sus amenazas de retomar el canal de Panamá, apoderarse de Groenlandia o anexarse a Canadá, se pregunta uno, sobre los valores fundamentales por los que hay que luchar.
Si la lucha contra los imperios, a derecha e izquierda, si la democracia o las dictaduras, cada día más convencidos del fracaso estrepitoso de los sueños de salvación de, “Las masas irredentas”, de esta “América infeliz”.
Una y otra vez los sueños de redención, consumidos en la llama del fracaso reiterado de las revoluciones triunfantes, de los redentores políticos que nos prometieron superar la pobreza ancestral y van castrando aquí y allá, las esperanzas del pueblo.
El 10 de enero, Nicolás Maduro se juramentaba nuevamente en Venezuela, como presidente de un país, que no le eligió, ante un mundo paralizado, al que no tuvo el valor de presentar las actas de su elección.
Venezuela el país de las mayores reservas petroleras, convertido en un muladar de pobreza, que ha hecho emigrar a más de la mitad de su población, por el fracaso del sueño chavista que prometió cambiar la historia de corrupción y “malos gobiernos”, que adecos y copeyanos, protagonizaron en los años de la bonanza petrolera.
¿Y para qué? Para volver a repetir una y mil veces, los mismos vicios que abrieron las puertas a su ascenso al poder, en la patria de Bolívar, en la tierra de Betancourt.
La indignación que aventuramos difícil de contener en nuestro artículo de agosto del pasado año, no ha sido suficiente para impedir la nueva juramentación de Maduro, perpetuando 24 años de retrocesos, en los que Venezuela ha perdido sus estándares democráticos, con un liderazgo opositor que aunque fragmentado, logró un resultado indiscutible en el proceso del pasado año.
Los esfuerzos por dar reconocimiento internacional a Edmundo González Urrutia, un sano ejercicio de solidaridad, son insuficientes para revertir la situación actual, ante el gobierno, ahora de facto, que cercena las libertades y que destruye las riquezas de un país al que años atrás, muchos emigraban por su bonanza, en busca de mejores oportunidades.
Como en Nicaragua, allí, tener ideas diferentes, es un pecado capital, el liderazgo es forzado a emigrar o impedido de participar en las elecciones, como el caso de María Corina Machado, líder real, de la oposición actual al régimen.
Soy un abanderado del diálogo como solución a los problemas políticos, pero tengo que preguntarme: ¿Es posible el diálogo, que han planteado los presidentes Lula y Macron, y que suscribe el expresidente Leonel Fernández, en su artículo más reciente, con la dictadura de Maduro?
¿Con el apoyo de Rusia, China, Nicaragua, Cuba, etcétera, es posible hacer entrar en razón a quienes le roban la libertad al pueblo venezolano?
Mientras encontramos respuestas a estas interrogantes, seguimos con Venezuela, colgada del alma, ante la tragedia de un pueblo que merece mejor suerte.