VIVENCIAS
Mambrú no va a la guerra, pero el miedo sí
En un país asediado por la desconfianza y gobernado por quienes han hecho del engaño una herramienta cardinal, un nuevo "Mambrú" parece estar preparándose para una guerra. No una guerra real, sino una fabricada con discursos inflamados, marchas forzadas y símbolos vacíos, diseñada más para intimidar que para combatir. El eco de la vieja canción infantil resuena: "Mambrú se fue a la guerra, qué dolor, qué dolor, qué pena", pero aquí no hay pena, solo una pantomima que busca afianzar el control a través del miedo.
El nombre "Mambrú" viene de un general que, aunque victorioso, fue convertido en burla. La ironía de su historia radica en que, mientras lideraba ejércitos, su leyenda se transformaba en una canción que lo mostraba perdido en la incertidumbre. En el presente, este "nuevo Mambrú", una figura de mando sigue un guion similar: proclama su fortaleza, pero su estrategia es tan transparente como un telón rasgado.
La guerra que pregona no busca soluciones. Como un apóstol del engaño, utiliza el miedo para justificar la represión y perpetuar un problema insoluble. La maquinaria del poder, lubricada con discursos bélicos, pretende que la población olvide que tras el ruido de las trompetas no hay más que una farsa.
Así, mientras "Mambrú" se presenta como el protector de una patria en peligro, el pueblo observa cómo lo temible se vuelve despreciable. Como en la canción, no hay certeza de su regreso triunfal. Tal vez, cuando las máscaras caigan, su guerra no será más que un recuerdo irónico, como aquella melodía infantil que aún se canta para recordar los absurdos del poder y la guerra.