A cinco años del inicio de la pandemia: ¿Hemos aprendido algo?
Han pasado cinco años desde que el mundo enfrentó una de las crisis de salud pública más desafiantes de la historia moderna. El SARS-CoV-2, el virus que paralizó al planeta no solo puso a prueba nuestras instituciones de salud y nuestra capacidad de respuesta, sino que también reveló profundas fallas en la confianza pública hacia las instituciones, la ciencia y, quizás lo más preocupante, entre nosotros mismos.
Debemos celebrar que República Dominicana fue líder regional en respuesta y resultados. Este enfoque incluyó no solo infraestructura sanitaria, con más de 150 hospitales con líneas de servicio dedicadas al COVID-19, sino también soluciones innovadoras para abordar los retos de la pandemia de manera soberana y eficiente.
Ante el fracaso del programa GAVI/COVAX para garantizar el acceso equitativo a las vacunas en muchas regiones, República Dominicana adoptó un enfoque soberano. Con negociaciones directas, acuerdos bilaterales y una logística eficiente, el país aseguró el suministro y distribución de vacunas, logrando altos niveles de inmunización en tiempo récord.
En la Provincia Duarte, una de las primeras y más afectadas, se implementó un modelo de valor público que integró recursos y conocimientos de múltiples sectores, logrando una gestión eficiente de los recursos y una respuesta más rápida y efectiva con impacto estadísticamente significativo sobre las proyecciones nacionales.
Otro logro fue la creación de un comité científico que evaluaba de forma continua la ciencia disponible. Orientando decisiones basadas en evidencia, y convirtiéndose en un referente para combatir la desinformación y mal información. Incluyendo el desarrollo un Score de Riesgo dominicano para identificar a individuos en riesgo de complicaciones graves por COVID-19.
República Dominicana fue pionera creando el primer centro regional de fusión para inteligencia epidemiológica. Integrando datos de diversas fuentes, aplicando herramientas avanzadas como la inteligencia artificial y el análisis dinámico de datos para monitorear y predecir la evolución de la pandemia. Permitiendo una toma de decisiones más ágil, minimizando los impactos a la población.
En el ojo del huracán estuvieron organizaciones como la Organización Mundial de la Salud (OMS), los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Estas instituciones, tradicionalmente vistas como guardianes de la salud global, se encontraron en conflicto con una ola de escepticismo y desconfianza.
En los primeros días los mensajes contradictorios y las decisiones poco claras alimentaron dudas. La influencia de China como uno de los principales financieros de la OMS generó cuestionamientos legítimos sobre la independencia de la organización, mientras que la politización de la respuesta al virus, particularmente en países como Estados Unidos, convirtió un problema científico en una batalla ideológica.
A esto se sumaron las teorías de conspiración, narrativas que encontraron un terreno fértil en las redes sociales, donde naciones adversarias intervinieron activamente, a través de campañas de desinformación diseñadas estratégicamente, para sembrar caos y desconfianza y ganar influencia política y económica.
La pandemia también expuso una verdad incómoda: nuestra dependencia del hemisferio occidental con China en la industria biomédica. Desde medicamentos esenciales hasta equipos de protección personal, la cadena de suministro global se mostró frágil y vulnerable. Esta dependencia no es solo un problema logístico; es una amenaza estratégica.
El nearshoring, o la reubicación de cadenas de producción más cerca de los mercados de consumo, surge como una solución estratégica. No solo fortalecerá la autonomía de nuestras regiones, sino que también impulsaría el desarrollo económico, generando empleo y reduciendo riesgos futuros. Este enfoque es más que una respuesta a la crisis; es una inversión en resiliencia y seguridad.
Reconstruir la confianza es posiblemente el mayor desafío de nuestro tiempo. No se trata solo de restaurar la credibilidad de las instituciones, sino de redefinir nuestra relación con la ciencia y los sistemas de salud pública.
Para lograrlo, necesitamos transparencia radical. Las decisiones deben estar basadas en datos claros y comunicarse de manera honesta, incluso cuando los mensajes sean difíciles. La colaboración entre gobiernos, el sector privado y la academia debe ser más que simbólica; debe ser tangible y enfocada en resultados. Y, sobre todo, debemos invertir en la alfabetización científica y en estrategias proactivas para contrarrestar la desinformación.
La pandemia nos recordó nuestras vulnerabilidades, pero también nos mostró lo que podemos lograr cuando trabajamos juntos. Cinco años después, el COVID-19 debe ser recordado como una oportunidad para reinventar nuestras instituciones y reforzar los lazos de confianza entre ellas y la sociedad.
La pregunta no es si enfrentaremos otra crisis, porque inevitablemente lo haremos. El verdadero punto es si estaremos mejor preparados, no solo con equipos y protocolos, sino con la confianza mutua y el compromiso de trabajar juntos hacia un futuro más resiliente y equitativo.
Al final, la salud global no es solo un problema médico. Es un problema humano. Y la solución está, y siempre estará, en todos nosotros.