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SIN PAÑOS TIBIOS

En defensa de Louboutin

Martí se balanceaba en la hamaca al ritmo de los mosquitos. Era 18 de mayo, la trocha de Júcaro a Morón estaba lejos y llegar ahí no era más que el principio del verdadero viaje, el de los 790 kilómetros que lo separaba de La Habana; ese que él no haría, porque al día siguiente tres balas lo esperarían en Dos Ríos con la puntualidad con que la muerte llega a todas sus citas.

En 1887, cuando aún la “Guerra Necesaria” era una quimera, reflexionando sobre las cenizas de todos los imperios que habían sido y que ya no eran, se dio cuenta que “Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”. Las crónicas de tantos reyes dejaba constancia, o quizás Ozymandias había dejado huellas profundas en la psiquis de un hombre que caminaba rumbo a la gloria sin buscarla; que pasaría a la eternidad sin proponérselo.

La gloria era la quimera que movía a los hombres, ese deseo de trascender por sobre los demás que impulsa el reconocimiento de la existencia finita; ese fuego que arde en el corazón y que es capaz de alumbrar el camino… como también de quemarlo. Entre Gorgias y Cioran hay 2,500 años, pero la angustia existencial es la misma, acaso porque la materia objeto de reflexión era el mismo ser humano; la criatura más insignificante, débil y pretenciosa de toda la creación; pero también la más soberbia; la única con conciencia suficiente para hacer el viaje del cielo al infierno en un segundo.

Para los grandes hombres de la historia la gloria era la recompensa por lograr el poder; pero, acaso en una recreación mucho más sofisticada del dilema evolutivo del macho alfa y el imperativo procreador, ¿no era el poder el instrumento más eficiente para conquistar a la hembra de su especie, fin último de todo el ritual del cortejo que concluye con el apareamiento?

De ser así, convengamos que los zapatos louboutin también son otra forma de representar la gloria, quizás porque más allá de anticipo del paraíso o señal que muestra el camino, también es llamado de atención, alerta o indicativo de elegancia, clase y buen gusto… aunque se resientan los pies que los portan, que bien merece el sacrificio.

En disquisiciones de las élites siempre habrá discusión de si valentino o louboutin, pero la suela roja dominará siempre en donde pise; y la ostentación de los zapatos de Piazza Mignanelli como nuevo símbolo de pertenencia a una clase que rara vez tiene clase, opaca la elegancia del brillo de sus recuadros en contraste con los perfectos stilettos de suela roja que embrujan, sobre todo cuando los calza la dama apropiada… Así que la lucha de clases, acumulación de capital y el vuelo de los imperios pueden esperar; que la gloria es tan fugaz como la bella mujer que se aleja caminando mientras la miro.

//BOTON TEMPORAL FLIPPAY