Lo esencial del cristianismo es Cristo
Lo fundamental del cristianismo es Cristo, el Emmanuel, quien ha asumido nuestra humanidad. Sustituir a Cristo por los valores del cristianismo constituiría una contradicción y una debilidad de la fe del creyente. Esto implicaría ignorar la persona de Cristo. Es cierto que en Navidad se resaltan una serie de valores, como, por ejemplo: la familia, la solidaridad y la ternura, pero estos se sustentan en el Emmanuel. Cuando esta escala axiológica no se vive desde la perspectiva de Cristo nos centramos en “las obras de Dios” sin estar enfocadas, movidas, inspiradas por Dios, sino por el afán de ser reconocidos, permitiendo al ego que ocupe el lugar de Dios. Escoger a Dios y no “las obras de Dios” constituye el fundamento de la vida cristiana, en todo tiempo. Este fue el estupendo testimonio del Siervo de Dios, el obispo vietnamita François-Xavier Nguyen Van Thuan, quien, al ser encarcelado por doce años, con solo nueve años de trabajo en su diócesis, lo evidencia en su libro “Cinco panes y dos peces”: me había dedicado a “las obras de Dios”, no a Dios. Cuando entendió esto, dice él mismo: “Una nueva paz llenó mi corazón y me acompañó durante trece años de prisión”.
En Navidad prometamos al Niño Dios que Él se constituirá en el centro de nuestra vida y no “las obras de Dios” que podríamos hacer. Esta decisión exige, hoy más que nunca, potenciar nuestra capacidad crítica para no celebrar la Navidad y caminar de despaldas a Jesús y a la tradición cristiana; incrementar el discernimiento para distinguir cuáles aspectos de la cultura actual van acorde al Reino de Dios y cuáles son contrarios a él; además, lograr un encuentro personal con Cristo.
El prólogo del evangelio de San Juan dice: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo se hizo carne”, responde a dos grandes preguntas sobre la fe en Jesús, ¿Quién es este niño? Y ¿Cuál es su misión? El primer cuestionamiento tiene que ver con la identidad. Es un niño preexistente, existió siempre con el Padre, por eso es eterno. El Hijo es tan eterno como el Padre mismo. La respuesta a la segunda pregunta tiene que ver con el nombre mismo de Jesús, Salvador. Ha venido a dar respuesta al drama de los dramas, al pecado.
El literato y poeta de Arcos de la Frontera, Cádiz, Antonio Murciano, tiene un poema titulado “La visitadora”. Se refiere a Eva. El gaditano la describe diciendo: “Era una mujer seca, harapienta y oscura con la frente de arrugas y la espalda curvada”. María al conocerla gritó y la llamó: “¡Madre!”. Eva miró a la Virgen y la llamó: “¡Bendita!”. Se dobló sobre el Niño, lloró infinitamente y le ofreció la cosa que llevaba escondida, la manzana mordida, mi pecado. “Dios dormido sonreía teniendo, entre sus dedos niños, la manzana mordida”.
Definitivamente, “el corazón del hombre no es de quien lo rompe, sino de quien lo repara”. Nuestro corazón es de Jesús porque es Él quien lo repara. ¡Feliz Navidad!